Tuve que ir a comprar un vestido, zapatos y accesorios dignos de la ocasión a la hora de la comida. Esa tarde de jueves corría por las calles de la Condesa buscando el atuendo perfecto, probándome las cosas cual si fuese maratón con obstáculos. El evento era una boda a la que niño D también estaba invitado; así que no iba a dejar pasar la ocasión de que por primera vez en su vida me viera lo más “femenina” y girly que mi capacidad me permitía, y darle una interesante vuelta a su idea de que sólo soy un Tom Boy.
Quedamos de vernos el jueves para organizarnos, pues la idea era quedarnos a acampar junto al lago después de la boda. Al final de cuentas, terminamos cenando en un restaurant de señora cincuentona en Insurgentes. No pudimos evitar confesarnos que seguramente nos sorprenderíamos mutuamente:
Niño D: No manches, Profana, por primera vez en la vida te voy a ver de vestido. Qué raro va a estar esto.
Profana: Lo mismo digo, querido, será la primera vez que te vea en traje. Te debes ver súper gracioso.
Niño D: Qué te pasa? Si me veo súper guapo en traje, bueno, mejor dicho, siempre me veo guapo.
Profana: Ni tanto, pero con respecto a lo del traje, bien aplica eso de que hasta no ver, no creer. Pero bueno, si es cierto, hasta te diré “Buenas nocheeees”.
Niño D: Mejor dime “Buenos diaaaaas”.
Profana: Cierto, cierto… si la boda es de día.
Niño D: No, yo me refería a que me dijeras eso… el domingo.
Profana: D, que barbaridad… tienes razón, me vi muy lenta!
El sábado me tuve que despertar muy temprano para arreglarme, me examinaba detalle por detalle para estar perfecta, casi literalmente, me vestía para matar. A las 8 pasó por mí. Como evidentemente no era mi intención destapar mi juego de primer momento, salí perfectamente arreglada enfundada en un abrigo que cubría el vestido. Emprendimos el camino hacia el pueblito donde tendría lugar la boda. Cuando llegamos, le dije que era momento de ponerme la chalina; así que me puse de espalda hacia él, y con toda delicadeza fui quitando el abrigo, al tiempo que se descubrían los finos tirantes que terminaban en mi espalda, hasta dejarlo con movimiento suave en la cajuela de la camioneta, para después dejar caer, con el intento más gracioso de movimiento, la chalina sobre mis hombros. Inmediatamente me dijo que me tomaría una foto, a lo que yo accedí con una sonrisa, al tiempo que pensaba que mi estrategia no iba mal.
Como fuimos los primeros en llegar, nos vimos forzados a dar una vuelta por los alrededores. Él me ofreció su brazo de la forma más caballerosa y yo no dudé ni medio segundo en tomarlo. A momentos, se paraba y me pedía tomarme otra foto. Después regresamos al jardín cuando ya estaba casi encima la hora de la misa. Durante el tradicional rito, de reojo percibía que se volteaba a verme, a ratos nos volvíamos cómplices de risas. Tomó mi mano todo el tiempo, y no obstante que los amigos empezaron a llegar, no la soltó.
Ya cuando pasamos al banquete, se sentó junto a mí y siguió tomando mi mano. Si me paraba para ir a algún lado, me acompañaba y me tomaba de la cintura mientras caminábamos. Seguían tomando foto tras foto, y él siempre se ubicaba a mi lado. El corazón me daba de tumbos, y me preguntaba por qué niño D ahora actuaba como si hubiésemos ido a la boda en pareja (y no de amigos).
El clima nos jugó una mala racha, y después de un tremendo aironazo que se sintió, comenzó a llover, en consecuencia, la luz se fue. Sin embargo, como sacaron una guitarra, la boda dio un giro a convertirse en una noche bohemia. A la luz de las velas, so pretexto de frío, pasamos el resto del convivio abrazado de mí. En obvio de que acampar no era una buena opción, tomamos la decisión de regresar esa misma noche al Distrito Federal.
Siempre que vamos en su coche, tengo la prerrogativa de elegir la música que se escuchará mientras dura el viaje. Sin embargo, en esta ocasión, él me solicitaba las canciones a poner, todas ellas de carácter romanticón. Suelo llevar las manos sobre mis piernas cuando voy en coche, pero en esta ocasión, el estiró su mano hasta encontrar la mía, y todo el camino la acariciaba mientras manejaba. Justo cuando sonaba una canción llamada “It had better be tonight”, volteaba la cantaba con disimulo. Yo me quedaba petrificada, no sabía qué hacer ni qué pensar: efectivamente me estaba lanzando una indirecta, o sólo cantaba una canción que le gusta y yo me estaba emocionando de más, exagerando un gesto.
Ya cuando llegamos a mi casa, niño D me dijo encontrarse gratamente sorprendido por la forma en que me veía ese día, que en esta ocasión, lo había dejado impactado. Dejé escapar una sonrisa de legítima satisfacción ante el comentario, después de todo, mi estratagema había servido, y después, educadamente agradecí el gesto con un gran abrazo y un beso en la mejilla. Nos despedimos, le di las buenas noches y para corresponder, el besó mi mejilla justo en la parte donde comienza el labio.
Ya fuera de todo, creo que el sábado si me veía muuuuuuuy bien, modestia aparte.
Ustedes cómo ven??? Se aceptan apuestas y vaticinios…