martes, noviembre 18, 2008

De tacos de canasta y "Leaving Bambi"

Era viernes a las 8 de la noche. Iba saliendo de la oficina después de un día harto estresante y no me había dado tiempo de comer. Quería llegar pronto al lugar de reunión. La promesa había sido tacos de canasta y mucho alcohol desde las 4 de la tarde y hasta morir. A parte del inminente dolor de cabeza que suele perseguirme a causa del hambre, estaba enojada pues me habían dado mi cheque hasta las 6 de la tarde. Evidentemente, a causa de ello me quedaría el fin de semana con los 40 pesos que traía en la bolsa y sin posibilidad alguna de hacer prácticamente nada hasta el lunes que pudiese cobrarlo.

En cuanto llegué me puse a comer, ataqué la canasta que todavía tenía una generosa cantidad de tacos todos a mi disposición, pues el resto de la comitiva ya había comido. Una vez que pude aplacar un poco el hambre me dispuse a socializar. Un rato después sólo quedábamos 6 personas.

Ge propuso entonces irnos a la casa de Morelos. Todos se vieron animados con el plan, menos yo. No es que no quisiera irme, pero me disgusta sobremanera no tener dinero cuando se planea una salida, me causa incomodidad. Él propuso pagar las casetas y Niño D pondría el coche; según ellos, lo demás ya era cosa de nada: teníamos media canasta de tacos y había sobrado suficiente alcohol como para vivir el fin de semana bebiendo sin que pudiese haber escasez de espirituosas. Mi negativa entonces parecía ya poco viable y una de mis frases acostumbradas fue usada en mi contra, después de todo, si vivimos en una democracia y la mayoría había resuelto que nos fugásemos, no había más que discutir.

Pasamos a casa de cada uno. El tiempo para sacar lo que se pudiera de nuestros clósets era de 5 minutos cronometrados antes de que otro nos sacara a patadas de nuestras moradas. Así emprendimos el viaje.

Llegamos desde luego con muchas ganas de iniciar (o de continuar) la fiesta. Ese día nos fuimos a dormir temprano. Dicen que cayó una tormenta tan fuerte que despertó a todos. Yo estaba tan cansada y dormí tan profundamente que jamás me enteré de los truenos, ni de los portazos, ni de las corretizas por la casa, ni de los gritos que empezaron a levantarse cuando cayeron en cuenta que dejamos el estéreo en el jardín y éste ya más bien era una especie de fuente; no, yo sólo me abandoné a los brazos del buen Morfeo y no decidí regresar sino hasta la mañana siguiente.

Al día siguiente desayunamos tacos de canasta y pastel que sobró de la fiesta. La variedad era considerable: papa, frijol o chicharrón. De ahí nos pasamos a tomar el sol y escuchar música mientras seguíamos bebiendo. Empecé con Wisky, y luego se abrió el Vodka y después opté mejor por un buen Bacacho. Nos pusimos luego de un rato a jugar jueguitos de borrachos, donde la intención no es ganar, sino perder y hacer beber al otro hasta dejarlo completamente alcoholizado. Más tacos de canasta y pastel para comer-cenar y después a seguir bebiendo.

Abrí los ojos. Reconocí el cuarto, pero me preguntaba por qué estaba yo ahí, si el día anterior había ocupado otra habitación. Pensé en estirarme, pero alguno que otro dolor se asomó por mi cuerpo, sin que supiera a ciencia cierta de dónde venían o por qué estaban haciéndose presentes, así que, en búsqueda de su origen, me destapé. Seguía en traje de baño y éste permanecía mojado, cosa que no pudo sino extrañarme más, pues no ha habido ocasión en que no me ponga mi pijama antes de dormir; luego noté que no me había recogido el cabello y éste se encontraba todo desperdigado por la almohada, húmedo. Trataba de recordar cómo había llegado ahí, sin que la mente me diera una sola pista. Me levanté de la cama y me dirigí al baño. No tenía nauseas, pero necesitaba verme al espejo, eso quizá ayudaría a reconstruir la memoria. No podía creer lo que veía: mis codos estaban al doble de su tamaño y traían un color entre negro y morado horrible; justo igual que mis rodillas.

Salí a buscar a alguien que me explicara. Traté de ser sutil, pero todos cooperaron en la reconstrucción de hechos. Aparentemente, el día anterior me excedí de copas como nunca. Estaba metida en el jacuzzi y me salí intempestivamente de él. Iba caminando al baño, pero se me olvidó ponerme las sandalias, así que el agua y el piso me hicieron resbalar, y en mi intento por volver a ponerme de pie, volví a resbalarme sucesivamente como unas 7 u 8 veces más, cayendo con las rodillas y los codos. Una vez que pude ponerme en pie llegué al baño. Bacha me vio de lejos y me alcanzó. Creía que vomitaría o algo así. En realidad, yo sólo quería orinar. Descubrimos también que soy una borracha muy consciente: Una vez que salí del baño, me reconocí lo suficientemente ebria como para meterme de nuevo al jacuzzi, así que me senté en una banquita que está ubicada justo enfrente del jacuzzi. Podría estar cayéndome de borracha (literalmente, claro), pero la actitud fiestera no había sido mermada ni un ápice, por lo que aunque a ratos dormitaba sobre la banquita, en cuanto sonaba una canción que me gustaba, me reincorporaba para cantarla (que en realidad era balbucear, porque ya no podía decir bien ni una palabra). Entre Niño D y Ge trataron de llevarme al cuarto, pero no me pudieron mover, al parecer, mi peso muerto no es cosa de juego. Después de un rato, decidí que era hora de acostarme, así que sin más, me paré. Niño D corrió a sostenerme y llevarme a mi cuarto, me llevó en la cama, me tendió sobre ella (esto se pone emocionante, verdad?) ... y luego me tapó y se fue a seguir la fiesta. (Así termina la triste historia de la única vez que Niño D lleva a la cama a Profana).

Bacha hizo la observación de que esta profana persona bien podía haber sido merecedora a una presea por "la mejor imitación de Bambi, en la escena donde éste aprende a patinar en hielo" (sólo que en versión borracha, claro).

Al parecer esa noche también llovió a cántaros. Al día siguiente amaneció nublado y todo el día estuvo así. En grados mucho menores al mío, pero todos también se levantaron crudos, así que desayunamos tacos de canasta y pastel otra vez, pese al hastío que ya sentíamos por ellos, pero nuestra falta de presupuesto no nos daba muchas opciones. Decidimos ver películas tirados en la sala. Todos hicimos algún comentario malicioso respecto a mi fino e intachable comportamiento de la noche anterior cuando vimos "Leaving las Vegas" y yo estuve a punto de llorar conmovida por el drama de entender que la vida de un borracho no es fácil, aunque también me dio cierto gusto saber que me falta mucho para llegar a un extremo que me deshaga algo más que las rodillas y los codos.

De casualidad y por buena suerte encontramos una sopa instantánea que compartimos entre los cuatro a la hora de la comida, pues más tacos de canasta ya eran intolerables.

Regresé al D.F. con mis 40 pesos intactos, los codos y las rodillas hinchados y amoratados (mismos que permanecieron igual por una semana y media), con la duda de saber qué se sintió que niño D me llevase a la cama, con la hermosa reconstrucción de hechos de un blackout de varias horas y con una sonrisa en la cara.

Ese fue un buen fin de semana, la idea era escapar de la ciudad y de las presiones... y me disipé tanto de todo pensamiento esos días... regresé con la mente en blanco... y cierta aversión por los tacos de canasta, que no he querido volver a comerlos desde entonces.

lunes, noviembre 03, 2008

De villanos y Super Héroes (parte 2)

Hasta ése momento, gracias a la actuación de Mi Hombre Invisible (a.k.a. Mi cosa Hermosa), había salído bien librada del suceso, pero todavía necesitaba ser rescatada.


Ya que conseguí un poco de dinero me comuniqué a casa de mi Chica Maravilla (alias Srita. P). No quería alarmarla. Después de todo, como fuera, estaba bien. Me contestó su mama. Le pedí permiso para pasar la noche en su casa. La respuesta fue desde luego que sí, pero entonces ya tuve que decirles lo que sucedió. Se alarmaron, pero yo seguía diciéndoles que no me habían hecho nada. Las esperaría en un restaurante, ya no quería seguir en la calle. Mi Chica Maravilla tomó inmediatamente su corcel azul y junto a su mami, presta fue a rescatar a su doncella. Me sentí aliviada al verlas, me sentía ya segura.

Llegando hice todo el trámite, cancelé tarjetas y avisé a las más personas que pude. No quería que les hablasen y les hicieran creer que yo seguía con ellos.

Mi Chica Maravilla me distrajo por un buen rato, me ayudaba y me abrazaba. Di gracias de estar con ella y su mami. Trataba de estar lo más ecuánime posible, de racionalizar, no quería espantarlas. Me quedé en su castillo, cuyas fuertes paredes me protegían. Aún así, me dio trabajo conciliar el sueño, todavía traía mucha adrenalina y la vigilia estaba a tope.

A la mañana siguiente me fui caminando a la oficina. Salir a la calle no fue fácil, tenía miedo, me sentía observada y el corazón me latía más rápido de lo usual. Entonces pude dejar escapar algunas lágrimas como forma de liberar el sentimiento. Me sentía pequeñita, desprotegida, vulnerable.

Rechacé casi cualquier abrazo que me intentaban dar; estaba muy sensible y el contacto me sacaba las lágrimas. No es que no tuviese mucho que sacar, pero ése tipo de cosas prefiero hacerlas cuando estoy sola y donde nadie me vea. Me acompañaron a cambiar las cerraduras de mi casa. Mi mayor gusto fue ver que mi gato, el calcetines, estaba bien.

Ese martes acudió mi auxilio Wolverine (un Rufián Melancólico en sus ratos libres), quien ante la desesperada situación de esta Profana damisela, no tardó en encontrarme, hacerme comer a la de a fuerzas, pues mi apetito parecía haberse esfumado, y después me dio a tomar un mágico bebedizo llamado cerveza, que me hizo relajarme un poco, pues la tensión me hacía tener los hombros a la altura de las sienes. Ya después me dio permiso de ocultarme en su escondite, donde la compañía, unas chelas y alguna peli de Gardel, me hicieron pasar la noche sin mayor preocupación.

Otro superhéroe hacía también su labor: el Modafoka. Me vigiló a distancia, pues los horarios no hicieron fácil su aparición, pero siempre mantuvo su alerta. El rápidamente, genio como lo es, empezó a enviar su ayuda mediante diversos movimientos en la web, de la que es profundo conocedor.

Al día siguiente regresé a la fortaleza de mi Chica Maravilla y de la adorable Súper Mujer, su mami. Todavía tenía mucho miedo a regresar a dormir sola a casa. Aunque ya había hecho conciencia de que sólo fue la circunstancia de haberme parado en ese lugar la que desencadenó toda esta retahíla de sucesos, y que no era un asunto meramente personal, no me sentía tranquila o confiada de volver. En su casa siempre he sido recibida con cariño y eso era precisamente lo que necesitaba.

También se comenzó a organizar el Profanatón, colecta para una noble causa: erradicar la pobreza actual de Profis. Bajo el eslogan “Me da pa’ mi jalogüín?” (aprovechando las fechas) se inició y sigue vigente tan bonito evento. Desde luego, se aceptan aportaciones monetarias (también se aceptan dólares) con depósito en cuenta bancaria (no deducibles de impuestos) y algunas aportaciones en especie: cigarros, comida (se aceptan desde sandwiches y garnachas hasta invitaciones en exclusivos restaurantes de la ciudad y sus alrededores), chupes, rides de la oficina a casa de la Profis y café. Para hacer sus aportaciones y/o contar con mayor información al respecto, contáctense al mail profana@live.com.mx.

Puedo decir con gran orgullo que muchos superhéroes más llegaron a mi auxilio, de aquí, de allá y de más lejos, pero la lista sería interminable. El hecho de que sus nombres no aparezcan acá no los hace menos presentes de lo que los tengo.

El jueves ya dormí en casa. Llegué tan cansada que no pude ponerme ni a pensar. A la fecha todavía tengo un poco de nervios, pero trato de hacer todo como siempre. Desde luego, los villanos esos se robaron, aparte de lo material, algo de mi tranquilidad. Pero lo que me dejaron, fue la certeza de saber que cuento con superhéroes a mi lado, gente que, con sus súper poderes, lo saca a uno de las peores historias que pueda vivir, que me quiere y que me lo ha demostrado. En mi pobreza actual, me doy cuenta de la riqueza con la que cuento y de lo afortunada que soy por tenerlos a ellos.


Este es un agradecimiento, el más modesto, por toda la preocupación, por la ayuda y por la disposición que todos mis súperheroes han tenido para con esta Profana persona, quien jamás podrá retribuir todo lo que recibe, pues todo lo que me han dado simple y sencillamente no tiene símil.

Gracias!

De villanos y Super Héroes (parte 1)

El lunes salía de la oficina a temprana hora y feliz. El fin de semana había sido intenso y todavía seguía cansada, necesitaba llegar a casa a tirar la fiaca nuevamente. Traía poco efectivo, así que pensé pasar al cajero de un super que está cerca de la oficina y, aprovechando el viaje, también compraría un Theraflú, pues los síntomas de una inminente gripa ya hacían estragos en mi organismo y necesitaba algo que me tumbara y me dejara dormir bien.

Efectivamente, pasé al cajero y salí. A la cuadra me di cuenta que no había comprado el Theraflú, pero me daba mucha pereza regresar, así que preferí llegar a casa y pedirlo por teléfono; por lo que seguí caminando hasta llegar a la esquina donde tomaría el taxi.

Por la hora, casi todos los taxis ya pasaban ocupados. En eso, se paró un taxi del que descendieron dos personas. Como quedó libre, tuve a bien subirme. Le dije al taxista que tomara ésta calle y luego ésta otra. Seguí el camino habitual, hacía frío y sólo tenía a bien tratar de cobijarme con el abrigo. Nos tocó un alto. Cuando me di cuenta, venía trepado al lado mío un tipo que decía que acababan de tratar de robarse un auto y que el plan se había frustrado, por lo que necesitaban dinero. Me tapó con sus manos los ojos, pero pude percibir que alguien se había subido también al lugar del copiloto. Me empezaron a pedir el dinero que traía en efectivo, el celular y el iPod (traía uno de los cables en la mano). Yo sólo atinaba en obedecer instrucciones sin mayor pregunta, no quería que me pasara nada y no sabía lo que ésos tipos podrían ser capaces de hacer. Me pidieron el reloj. Estiré el brazo para que lo tomaran, pero sólo me regresaron el brazo diciendo “quédate con tu chingadera” (eso me dio risa, pero me contuve). Me quitaron de un jalón la bolsa y pude escuchar cómo empezaban a esculcarla. Dieron con mis tarjetas y me pidieron los NIP. No me sé el número del de la tarjeta de crédito, el mismo día que lo recibí lo destruí como una forma de poner límite a mi consumismo (o a mi continua falta de efectivo), y así, evitaría, según yo, el cobro de altos intereses por disposiciones de este tipo. Desde luego, los tipos no se creyeron nada la historia, así que siguieron dando vueltas a ver si era posible que de repente me llegase a la memora el dichoso NIP. Desde luego, me amenazaron con enviarme a una bodega que era cuidada por un tipo “bien morboso y cochinote” que seguramente me haría mil cosas indecibles; también hicieron la acotación de que la mayoría de sus víctimas recordaba los NIPs después de dos días de encierro. El auto entonces hizo un alto; escuché el portazo y que el coche se sintió más ligero. Pensé por algún momento que habíamos llegado a la bodega. Después, supuse que estábamos enfrente de un cajero y que entonces vaciarían mi tarjeta de débito. Seguían preguntando por el NIP de la de crédito. No sé si vieron que no mentía o si de plano se empezaron a desesperar. El coche arrancó otra vez y me dijeron que me soltarían, pero que antes buscarían otra vez cosas que pudieran quedarse. Escuché el sonido de mis llaves y les pedí que me las dieran, que a ellos de nada les servían. La propuesta trajo como respuesta varios insultos, así que volví a quedarme callada. Habían pasado 45 minutos de dar vueltas cuando me soltaron a dos cuadras de la Universidad. Ví una tiendita a la que regularmente iba en esos días; pero no la reconocía, estaba todavía muy atontada y aunque hacía un esfuerzo por recordar dónde la había visto y, por tanto, ubicarme, la mente en ese momento nomás no me daba. Caminé entonces en el sentido que iba la calle hasta que me topé una avenida grande y pude saber mi ubicación.

Busqué un cigarro en mi bolsa. Ni eso me dejaron los hijos de puta. Tampoco me dejaron dinero, así que tuve que limosnear por algunos pesos que me dejaran hablar por teléfono con alguien. En tanto, con la mente en todo y en nada al mismo tiempo, me daba cuenta que pese a pesar de tanto horror, ya todo había acabado y que estaba bien, que no me habían golpeado, ni habían intentado manosearme o algo por el estilo o peor. Eso era magnífico.