En términos generales, considero que la Condesa es un buen lugar. Salvo por sus problemas de estacionamiento y sus continuos embrollos de tránsito (a mi qué más me da, si ni coche tengo!), la colonia resulta hasta pintoresca. Vivir o trabajar por aquí tiene su lado peculiar. Soy frecuente de estos lares desde la universidad, dada su cercanía; mi primer trabajo fue también aquí y una de mis mejores amigas es vecina de la colonia, así que jamás he abandonado estos rumbos. La zona tiene su pulso, su aura y sus olores. Mi continua presencia en sus lugares me han hecho convivir con la gente que la integra: meseros, bartenders, dueños de bares, la gente que te hace el café y hasta los viene-viene (y no sé ni por qué, si yo ni coche tengo!). Me gusta caminar por sus calles, ver a la gente en los restaurantes, entrar a las tiendas de diseño a ver lo que hay de novedades, y sobre todo, ir a sus bares a relajarme después del día laboral.
La Condesa también tiene a sus personajes. Está por ejemplo, el señor que vende máscaras de luchador; la señora que canta con su guitarra “T-t-t-t-t-t-t-tranquis, tranquis”, el señor viejito de sombrero que vende plumas (para escribir, no de aves), el ñor de las películas, o la otra señora que vende pulseras en una cajita de galletas danesas. Simplemente son parte del vecindario y avistarlos en los cafés y en la calle es cotidiano.
Se coexiste bien aquí o eso pensaba, hasta antes de encontrarme a otro personaje.
No suelo salir mucho de la oficina, y cuando lo hago, generalmente tengo que ir muy a prisa. Uno de estos días que me encontraba en la tiendita de la esquina, llegó una mujer repartiendo volantes.
Filosofía Profana: No suelo aceptar volantes en la calle (salvo los que se tratan de comida para tener un menú el número telefónico en la oficina). No me parece que tenga sentido, después de todo, si uno necesita algo, lo busca en internet y ya. En esta tesitura, el volanteo me parece un desperdicio de papel, pintura y esfuerzo humano. Tampoco cambia mi criterio con aquellos que se refieren a causas sociales. Sé que, eventualmente, ni los voy a leer y terminaran hechos bola en el cesto de basura, por lo que se me hace poco considerado que si alguien promueve una causa, tire su esfuerzo y recursos por la borda. Así, ante cualquier ente que empieza a levantar su manita extendiendo el papelito, inmediatamente declino la oferta con un –No, gracias! (no hay que perder los modales, pues).
Pues hete aquí que Profana estaba comprando no se qué demonios en la tienda, cuando llega la señora extendiéndome una hojita al tiempo que decía que quería darme información sobre el SIDA. Para no variar, decliné la oferta. Justo en esas, la señora alza la voz y me empieza a decir que era yo una malagradecida, que ella sólo quería darme información, que por eso estaba la juventud echada a perder, que en nada me dañaría recibir el volante, que no siguiera en mi ignorancia y no sé cuántas cosas más. La gente empezó a voltear a ver el alboroto y yo sólo pensaba en la prisa que traía. En cuanto se calló la vieja, salí de la tienda.
La segunda vez que me la topé de frente, para variar traía prisa. Tomando en cuenta el antecedente, pensé que lo más sensato era tomar el volante en cuando me extendiera la mano y seguir mi ruta. Grave error: una vez que tenía en la mano el pinche papelito, la señora se puso a explicarme un montón de cosas del SIDA . Yo trataba sutilmente de seguir dando pasitos, pero ella, al darse cuenta, tuvo a bien decir –Pérate poquito, qué no puedes parar un minuto para que te explique? No seas maleducada!!!!-. Otra vez me puse a pensar en que tenía poco tiempo como para andarlo perdiendo así, tampoco entendí para qué repartía los volantes, si terminaba explicando todo de viva voz. Una vez más, en cuanto se calló, me largué, sólo que en esta ocasión me felicitó diciendo que era yo “una niña muy bonita y que me agradecía que la escuchara”. Mi plan falló otra vez, no hay forma de ganar.
Comprendí que le tenía miedo la última vez que la vi: Estaba en el mini súper, cuando ella llegó con sus volantes en mano. Se metió y empezó a buscar su primera víctima. Cabe mencionar que yo estaba muy cerca de la entrada cuando la divisé; lo primero que se me ocurrió fue correr hasta la parte más lejana de la tienda, es decir, los refrigeradores. Empecé a esconderme detrás de los anaqueles conforme se internaba por los pasillos de la tienda. Ahora el problema era salir con las mercaderías sin ser interceptada por la ñora en la caja. En cuanto se agarró a su incauto corrí casi aventándole el billete al cajero y me fugué a toda velocidad. Estaba feliz, ahora sí la había evitado.
No toda la fauna típica de la Condesa es grata y afable. Sirva mi testimonio como un consejo para cuando visiten la colonia: si se les acerca alguien queriéndoles hablar de SIDA, ahora saben que lo mejor es esconderse. Si esto no es posible y el encuentro es inminente, mejor respiren profundamente, piensen que tienen mucho tiempo, y agradezcan el sermón.
¿Todavía sigue vivo esto? (o la recapitulación del bloguero entusiasta)
-
No sé qué pasó.
O sí sé pero no quiero recordarlo. El caso es que dejé en suspenso este
blog y me dediqué durante una década a seguirlo en Wordpress
Co...
Hace 4 meses