viernes, mayo 01, 2009

De la madurez, la infancia y la influenza

Y es que parece que nunca se deja la secundaria del todo. Uno cree que por envejecer y tener un trabajito en el que te exploten y a cambio te den una baba de perico que te alcance para comprar dos o tres oufits trendy y alguna que otra copa en un bar, uno ha crecido, es maduro y lo que ha dejado atrás nunca volverá. Y entonces pasa algo que nos muestra que en realidad las cosas no cambian tanto como uno cree.

Sucede que la influenza llega (o se originó?) en el DF. Sobre los datos duros no vale la pena hablar, todos tienen una versión, una teoría y sus cifras. Lo que es cierto es que nos cerraron los bares y restaurantes, los cines y cafecitos. Todo queda cerrado pero ello no merma en lo mínimo nuestras ganas de vernos, de brindar, de soltar chistes o de hablar de nosotros.

La solución obvia fue reunirnos en una casa. Llevamos películas y chelas. Todo suponía que se trataría de una reunión de gente adulta, que haría agudas reflexiones sobre los contextos en que la situación se desarrolla, entre comentarios sarcásticos, música y alguna peli de buen contenido.

Las cosas terminaron siendo un poco diferentes: Terminamos bebiendo en la recámara (porque supuestamente ibamos a ver películas), fumando ecoamigablemente, todos desparramados en el suelo o en la cama y, debido a la pacheca, escribiendo mensajitos en el caralibro. Un rato después nos dio hambre, y para felicidad nuestra, descubrimos con sorpresa que una de las asistentes traía un sandwich que compartimos.

Todo ello me pareció un flashback. Era como estar en secundaria, un día de pinta quizá, o una tarde en que acordamos estudiar en casa de uno; lo que en realidad constituía un pretexto para ir a tomar unas cervezas, fumar mota, el cotilleo del suceso semanal y estar con los amigos. Pero, sobre todo, ésto último era lo importante, no estar tan separados a pesar del aislamiento, porque hasta el que no está aquí estuvo ahí, una de las ventajas de vivir como en secundaria en épocas de messenger y celulares. Sin embargo, a pesar de ser adultitos, con trabajos en forma, con tecnologías avanzadas y deudas por acá y por allá, seguíamos haciendo lo que se espera de imberbes de 14 años.

Y ahí viene otro interesante contraste, porque mientras uno sale a la calle y ve al de junto con cara de suspicacia, se encierra entre puertas y termina más cerca de los que uno ya creía que estaba unido, y entonces viene la necesidad de expresarnos, aún sin palabras, el afecto; las ganas de compartir, el abrazo que quizá antes se escondía bajo el disfraz de la propiedad y el mensaje emotivo que no forma parte de la línea tradicional en la escritura; incluso, hasta el suceso de dormir junto a aquellos con los que no se había dormido, aunque al día siguiente se amanezca con la espalda torcida y con la ropa húmeda oliendo a cerveza.

El resto de la semana la he pasado en casa de la Caperuza, trabajando. También ha sido como volver a la escuela, cuando teníamos que hacer trabajo juntas, y sí, en efecto trabajamos, pero también divagamos igual que cuando estudiábamos juntas. Su mami, Doña Ross nos cuida, y otra vez me viene la idea de que en realidad, seguimos siendo un par de mocosas. 

Ayer fue el día del niño. Dicen que la influenza no permitió su debida celebración, y al contrario, yo festejo el hecho de volver a sentirme niña muchos años después de serlo... aunque siga pagando la renta y haciendo fila para pagar una cantidad grosera a los tarados de Hacienda.