miércoles, diciembre 31, 2008

Del 2008

Ayer, como salí temprano, me dispuse a llevar a cabo uno de los rituales más importantes de las fechas: fui por mis calzones rojos para año nuevo. La elección nunca es sencilla, máxime porque también existe la pauta de usar otros color amarillo. Tuve a bien escoger unos rojos con figuritas amarillas y cintas de los dos colores pa’ adornar como se debe.

Pero claro, una vez que me dieron la bolsita donde contenía la pieza principal de mi ajuar para el 31 de enero, caí en cuenta que el año ya se acabó. Como se debe entonces, hago mi pequeño recuento para ver cómo me fue, y si este año es digno de ser recordado (a la fecha he eliminado sólo un año de mi memoria).

La verdad fue un año raro. Casi a inicios cambié de trabajo. Odiaba el anterior porque no hacía casi nada, y mucho menos algo propio de mi carrera; más bien me había convertido en una suerte de archivista/capturista. Ahora trabajo unas 12 horas aproximadamente y vivo con harto estrés. Ya le hago más de abogada, pero también tengo que rifarme funciones de nutricionista, psicóloga perversa, nana y en algún momento, hasta de chamán. Me pregunto por qué no puedo encontrar el aristotélico punto medio, un lugar donde se trabaje unas ocho o diez horas y luego uno se vaya a descansar. Probablemente pido demasiado.

De las cosas que siempre quise hacer, elimino los rubros: Colarse a una fiesta e ir a un rave.

Ahora, como ya lo he dicho aproximadamente unas 658 veces, nunca imaginé conocer a alguien por este medio, sin embargo, en abril recibí la invitación a verle la cara a algunos bloggers. Esa primera tertulia fue una cosa tan agradable, que desde entonces nos vemos un día a la semana y ya no podría configurarse mi calendario (o presupuesto) sin contemplar el día acostumbrado de bloggers. Yo se que sonará cursi (usted disculpe, querido lector, son las nostalgias decembrinas), pero me gusta pensar que somos como una suerte de pequeña familia pues, de alguna o otra forma, todos tenemos formas de vida parecidas y creo que esas similitudes hacen que podamos no sólo convivir de forma tan natural, sino que hasta de repente, podamos intuir por lo que pasa el otro sin necesidad de mucha información. Lo cierto es que ya he pasado con ellos eventos importantes tanto por fechas de calendario, léase cumpleaños, halloween y navidad (y a este respecto, muero de ganas de pasar con ellos nuestro primer aniversario de la Constitución y el Día de la Bandera juntos); pero también les ha tocado algún momento que ha marcado mi vida este año, y eso se agradece, sobre todo, el consuelo o la cachetada que me hacía falta. En este orden de ideas, debo también agradecer a quienes han estado ya por largo rato en mi vida y que me acompañaron este año, ya dispuestos y encarrerados a recorrer conmigo el próximo.

Este año vi gente partir. Lástima. Yo soy de aquéllos a los que les gustaría quedarse con todos, pero la vida no es así. Algunos tenían que hacerlo, a otros la partida les llegó por sorpresa y en otras, supongo, la cosa fue más deliberada y por tanto habrá de respetarse su decisión. De cualquier manera, ésa gente a la que hoy recuerdo, tendrá siempre su lugar, pues fueron o son importantes en mi vida. Salud por ellos.

Claro, también hubo cosas no muy buenas, como la vez tuvimos aquél accidente o bien cuando me robaron. Tampoco pierdo de vista que he salido bien librada de esos sucesos. A todo esto, en rendición de cuentas, debo agradecer a todos los que cooperaron con el primer Profanatón, que fue todo un éxito y me permitió seguir comiendo y emborrachando hasta que me pagaron otra vez. Gracias, Gracias!

Pasando a otro tema, conciertos: Calamaro es grande! Definitivamente el mejor del año!

Ya también es tiempo de ir a agradecer a todos los buenos bartenders que este año me trataron tan bien y sin los cuales muchas de mis aventuras de este año no hubieran sido posibles. He visitado ya a varios para dar el tan mentado abrazo de fin de año y para que me llenen la copa varias veces hasta salir ya borrachita y feliz.

Empiezo el año con cierto miedo o suspicacia. Estoy en una etapa rara de mi vida, en la que quiero muchas cosas, pero no sé bien a bien cuáles o en qué orden. Claro, también me da cierta desconfianza lo que vendrá, pero la duda es razón suficiente para empezarlo con un gran brindis, entre risas y con una senda borrachera que nos desocupe la mente de esas cosas al menos por un rato. Ya iremos viendo que pasa.

Feliz año!

viernes, diciembre 19, 2008

De puntillas

Ya tenía algún tiempo bailando ballet y me encantaba: había pasado varios grados en poco tiempo y mi maestro siempre dijo que mis aptitudes con la danza eran prometedoras. Tendría yo entonces unos 10 años.

Como suele pasar, desde por ahí de octubre empezaban a salir los comerciales de juguetes, listos para que los niños tomaran eligieran y encargaran concienzudamente a tiempo sus regalos para el día de reyes. Ese año salió uno de los juguetes que más anhelé durante mi infancia: una muñeca bailarina. Desde luego, aparte de ser preciosa, la dichosa bailarina tenía una gracia más, pues bailaba ballet, llevaba en una de sus manos una rosa con la que se le dirigía mientas ella, sobre puntillas, daba pasitos al tiempo que movía el otro brazo, que se encontraba en forma de arco y terminaba en una mano que hacía el delicado gesto artístico propio del ballet. Desde que vi el comercial en la tele, quedé prendada de ella y jamás dudé que, definitivamente, la quería.

Aparentemente, muchas más niñas también la convirtieron en su sueño; así que cuando mis papás confirmaron que no cambiaría mi elección, se hicieron a la búsqueda de la bailarina. Estuvo agotada en todas las jugueterías y, no se por qué azares del destino, terminaron encontrándola y comprándola en Tepito (creo) a un precio mucho más elevado del que la habían visto con anterioridad.

El día de Reyes desperté temprano emocionada por saber si estaba bajo el árbol mi muñeca. En cuanto vi la caja supe que era ella, así que empecé a arrancar la envoltura sin el menor asomo de elegancia; abrí la caja y ya le tenía enfrente.

Era verdaderamente perfecta, todo lo que había creído que era y más: Su cabello recogido en un chongo de gajos era refinado, tenía un tu tú de ensayos rosa que era justo como el mío, pero también traía uno para sus presentaciones de gala en color vino con plateado que era exquisito;traía una peineta con "joyas" para tan importante ocasión también y una barra de ensayos. Sus proporciones eran cuidadas, la carita era hermosa; y ese gesto en la mano era tan real, casi poético. Quise entonces verla bailar, e hizo una hermosa presentación, teniendo como escenario miles de luces que adornaban el arbolito de navidad.

Corrí luego a mi recámara a desocupar un cajón de la cómoda. Saqué la ropa, lo limpié y dispuse ese lugar únicamente para la bailarina, que era demasiado especial para dejarla junto con otros juguetes. Ella merecía su propio lugar. Todos los días abría ese cajón y me quedaba viéndole, luego la sacaba y la examinaba otra vez, para después regresarla a su refugio.

Algunos meses después, mi papá me pregunto algo extrañado si la muñeca no había sido de mi agrado, pues nunca me veía jugar con ella. Le contesté que era quizá el mejor regalo de Reyes que había recibido, que me encantaba. Después lo abracé. Lo que no le expliqué a mi padre era que esa bailarina era tan preciosa que no soportaba la idea de que se ensuciara, o que su ropa se arrugara, o que se despeinara, o que simplemente dejara de funcionar. Por eso había resuelto darle un lugar en donde no la tocara ni el sol, ni estaría expuesta al polvo, ni a que alguien la tocase siquiera. Por eso no jugaba con ella y sólo me dedicaba a verle, porque no quería arruinar la perfección que poseía. En mis ideas infantiles pensaba que quizá podría dársela a una hija mía cuando ya no jugara con muñecas para que la cuidara con tanta delicadeza como yo lo hice y esa muñeca fuera siempre como en ese entonces lo era.

Ese fue el cajón de la muñeca por muchos años. Ahí seguía resguardada. Todavía me asomaba a verla de vez en cuando y seguía intacta, hermosa. Con el tiempo también caí en cuenta que, aunque había sido muy feliz teniéndola así, había perdido la oportunidad de divertirme probablemente más jugando con ella, dejé pasar grandes recitales y tardes de danza que ya no se harían, de peinarle y cambiarle los atuendos cada veinte minutos. De alguna forma me convencí de que no dejaría que algo así pasara nuevamente.

Como bien dice el dicho, cae más rápido un hablador que un cojo. Cierto es que por un tiempo adopté el valemadrismo como estilo de vida, pocas cosas habían que no fueran dignas de hacerse, lo único necesario era que yo quisiera hacerlas. No importaba si las probabilidades estuvieran en contra, después de todo, morir en el intento no era fallar, sino aprender; y lo único que pasaría si me equivocaba, era que hallaría una solución para tratar, en la medida de lo posible, de restituir las cosas a su estado original, y aún más, si lo anterior no era factible, pues entonces lo mejor era dar vuelta a la página y dedicarse a otra cosas.

Sin embargo, de algún tiempo para acá, pienso todo ocho veces, pierdo la dimensión de los escenarios que podrían no resultar convenientes, magnificándolos; y ello me ha llevado, de alguna forma, a preferir evitar que la ropa se me arrugue, o a que el calor haga que me arda la piel, o a que el viento y el polvo me resequen la cara. Por otro lado, también me da miedo ensuciar lo que está alrededor mío.

La bailarina debe seguir intacta, en una cajón de mi antigua casa. Hoy me da miedo hacerlo, pero quisiera volver a batirme y a tocar todo lo que esté a mi alcance. Total, si algo se mancha, ya lo limpiaré, siempre habrá un poco de Windex que ayude en la labor. Me gustaría salir de mi cajón y dar de tumbos por ahí.

miércoles, diciembre 10, 2008

Uno

Todos tenemos fechas que recordamos. El número uno es algo especial.

Cuentan que en la fiesta de mi primer año de vida di mis primeros pasos sin caerme. Al parecer me encontraba encantada con los globos que adornaban la ocasión y en cuando me hice de uno de ellos, inmediatamente lo pesqué entre mis manos y al sentirme afianzada a el comencé a adelantar un pie tras otro, logrando cruzar toooda la sala de la que entonces era mi casa sin sentón alguno.

Ayer traía rondando por la mente algún tema, que hoy no logro recordar bien, para escribir hoy. Lo poco que se me viene a la mente, era que tratara de definir un montón de cosas que traigo en la cabeza y que no me he puesto a deshilvanar a cabalidad por falta de tiempo o por agotamiento, pero que se van de casa justo cuando salgo con rumbo al trabajo y las encuentro de regreso justo a la misma hora en que vuelvo al hogar.

Creí que hoy este blog cumplía un año, así que toda la mañana me puse a escribir alguna que otra historia que no sabía dónde terminaría, si es que tenía algún lugar donde conluirse, claro. Justo ahora que escribo estas líneas, acabo de hacer una rápida visita al primer post que escribir. Oh, sorpresa! el cumpleaños fue el 4. He llegado tarde.

Dice Milán Kundera que "el hombre atraviesa el presente con los ojos vendados. Sólo puede intuir y adivinar lo que de verdad está viviendo. Y después, cuando le quitan la venda de los ojos, puede mirar al pasado y comprobar qué es lo que ha vivido y cuál era su sentido". Desde luego, cuando comencé a escribir este blog -y aquí debo aclarar que no fue algo pensado, sino sólo un impulso- no sabía por qué lo hacía, sólo sentí que era algo de quería hacer y, por ello, que me debía. Hoy probablemente puedo intuir que el impulso nació como resultado de un tiempo de interiorizar a tal forma, que llegué a sentirme algo parecido a una olla express y que no me podía permitir explotar, así que la solución fue poner una pequeña válvula por la que dejara ir escapando alguna que otra cosilla.

Inicié sin saber que vendría. Al blog hoy puedo -y debo- agradecerle muchas cosas. Empecé siendo un ente sin rostro. Gente maravillosa ha venido a mi vida por este camino, y lo que empezó siendo algo distante e íntimamente impersonal, hoy se han vuelto tardes-noches de cervezas y charla, o tardes de películas o pijamadas que nunca intentaron serlo; manos que no sólo escriben, sino que se hacen de brazos y pecho para abrazar como Dios manda. Realmente espero que esa gente a la que he aprendido a querer tanto, y que se ha vuelto tan parte de mi presente, permanezca.

Por otro lado, mucha de la gente que existía desde antes en mi vida también llegó a descubrir mi blog. Lástima, disfrutaba tanto el anonimato. Dice también Kundera que pensar en el público es vivir en la mentira, al menos, yo ajustaría al caso que también obliga a la secrecía en cierta forma.
Algo que también mi blog me ha enseñado es que disfruto muchísimo leerlo. Es una suerte de espejo, y me gusta reconocerme a mí misma. Vanidosa que es uno. También he descubierto que puede llegar a ser una máquina del tiempo, y he encontrado que es bonito vivir las cosas otra vez, pero también regresar al futuro.

Si hoy fuera 4 de diciembre, mi blog cumpliría un año. Probablemente escribiría algo en él, después conseguiría una laptop prestada y lo invitaría a cenar. Seguramente, como toda velada digna de ser recordada, habría de tener un poco de sexo; entiendo que tenerlo con el blog es imposible, pero seguro me excusaría si lo tuviese de forma real, o quizá lo adecuado sería un poco de cibersexo. Creo que al blog no le importaría mucho, siempre y cuando le cuente la historia después.

Hoy es 10 de diciembre... quizá no es tan tarde.

martes, noviembre 18, 2008

De tacos de canasta y "Leaving Bambi"

Era viernes a las 8 de la noche. Iba saliendo de la oficina después de un día harto estresante y no me había dado tiempo de comer. Quería llegar pronto al lugar de reunión. La promesa había sido tacos de canasta y mucho alcohol desde las 4 de la tarde y hasta morir. A parte del inminente dolor de cabeza que suele perseguirme a causa del hambre, estaba enojada pues me habían dado mi cheque hasta las 6 de la tarde. Evidentemente, a causa de ello me quedaría el fin de semana con los 40 pesos que traía en la bolsa y sin posibilidad alguna de hacer prácticamente nada hasta el lunes que pudiese cobrarlo.

En cuanto llegué me puse a comer, ataqué la canasta que todavía tenía una generosa cantidad de tacos todos a mi disposición, pues el resto de la comitiva ya había comido. Una vez que pude aplacar un poco el hambre me dispuse a socializar. Un rato después sólo quedábamos 6 personas.

Ge propuso entonces irnos a la casa de Morelos. Todos se vieron animados con el plan, menos yo. No es que no quisiera irme, pero me disgusta sobremanera no tener dinero cuando se planea una salida, me causa incomodidad. Él propuso pagar las casetas y Niño D pondría el coche; según ellos, lo demás ya era cosa de nada: teníamos media canasta de tacos y había sobrado suficiente alcohol como para vivir el fin de semana bebiendo sin que pudiese haber escasez de espirituosas. Mi negativa entonces parecía ya poco viable y una de mis frases acostumbradas fue usada en mi contra, después de todo, si vivimos en una democracia y la mayoría había resuelto que nos fugásemos, no había más que discutir.

Pasamos a casa de cada uno. El tiempo para sacar lo que se pudiera de nuestros clósets era de 5 minutos cronometrados antes de que otro nos sacara a patadas de nuestras moradas. Así emprendimos el viaje.

Llegamos desde luego con muchas ganas de iniciar (o de continuar) la fiesta. Ese día nos fuimos a dormir temprano. Dicen que cayó una tormenta tan fuerte que despertó a todos. Yo estaba tan cansada y dormí tan profundamente que jamás me enteré de los truenos, ni de los portazos, ni de las corretizas por la casa, ni de los gritos que empezaron a levantarse cuando cayeron en cuenta que dejamos el estéreo en el jardín y éste ya más bien era una especie de fuente; no, yo sólo me abandoné a los brazos del buen Morfeo y no decidí regresar sino hasta la mañana siguiente.

Al día siguiente desayunamos tacos de canasta y pastel que sobró de la fiesta. La variedad era considerable: papa, frijol o chicharrón. De ahí nos pasamos a tomar el sol y escuchar música mientras seguíamos bebiendo. Empecé con Wisky, y luego se abrió el Vodka y después opté mejor por un buen Bacacho. Nos pusimos luego de un rato a jugar jueguitos de borrachos, donde la intención no es ganar, sino perder y hacer beber al otro hasta dejarlo completamente alcoholizado. Más tacos de canasta y pastel para comer-cenar y después a seguir bebiendo.

Abrí los ojos. Reconocí el cuarto, pero me preguntaba por qué estaba yo ahí, si el día anterior había ocupado otra habitación. Pensé en estirarme, pero alguno que otro dolor se asomó por mi cuerpo, sin que supiera a ciencia cierta de dónde venían o por qué estaban haciéndose presentes, así que, en búsqueda de su origen, me destapé. Seguía en traje de baño y éste permanecía mojado, cosa que no pudo sino extrañarme más, pues no ha habido ocasión en que no me ponga mi pijama antes de dormir; luego noté que no me había recogido el cabello y éste se encontraba todo desperdigado por la almohada, húmedo. Trataba de recordar cómo había llegado ahí, sin que la mente me diera una sola pista. Me levanté de la cama y me dirigí al baño. No tenía nauseas, pero necesitaba verme al espejo, eso quizá ayudaría a reconstruir la memoria. No podía creer lo que veía: mis codos estaban al doble de su tamaño y traían un color entre negro y morado horrible; justo igual que mis rodillas.

Salí a buscar a alguien que me explicara. Traté de ser sutil, pero todos cooperaron en la reconstrucción de hechos. Aparentemente, el día anterior me excedí de copas como nunca. Estaba metida en el jacuzzi y me salí intempestivamente de él. Iba caminando al baño, pero se me olvidó ponerme las sandalias, así que el agua y el piso me hicieron resbalar, y en mi intento por volver a ponerme de pie, volví a resbalarme sucesivamente como unas 7 u 8 veces más, cayendo con las rodillas y los codos. Una vez que pude ponerme en pie llegué al baño. Bacha me vio de lejos y me alcanzó. Creía que vomitaría o algo así. En realidad, yo sólo quería orinar. Descubrimos también que soy una borracha muy consciente: Una vez que salí del baño, me reconocí lo suficientemente ebria como para meterme de nuevo al jacuzzi, así que me senté en una banquita que está ubicada justo enfrente del jacuzzi. Podría estar cayéndome de borracha (literalmente, claro), pero la actitud fiestera no había sido mermada ni un ápice, por lo que aunque a ratos dormitaba sobre la banquita, en cuanto sonaba una canción que me gustaba, me reincorporaba para cantarla (que en realidad era balbucear, porque ya no podía decir bien ni una palabra). Entre Niño D y Ge trataron de llevarme al cuarto, pero no me pudieron mover, al parecer, mi peso muerto no es cosa de juego. Después de un rato, decidí que era hora de acostarme, así que sin más, me paré. Niño D corrió a sostenerme y llevarme a mi cuarto, me llevó en la cama, me tendió sobre ella (esto se pone emocionante, verdad?) ... y luego me tapó y se fue a seguir la fiesta. (Así termina la triste historia de la única vez que Niño D lleva a la cama a Profana).

Bacha hizo la observación de que esta profana persona bien podía haber sido merecedora a una presea por "la mejor imitación de Bambi, en la escena donde éste aprende a patinar en hielo" (sólo que en versión borracha, claro).

Al parecer esa noche también llovió a cántaros. Al día siguiente amaneció nublado y todo el día estuvo así. En grados mucho menores al mío, pero todos también se levantaron crudos, así que desayunamos tacos de canasta y pastel otra vez, pese al hastío que ya sentíamos por ellos, pero nuestra falta de presupuesto no nos daba muchas opciones. Decidimos ver películas tirados en la sala. Todos hicimos algún comentario malicioso respecto a mi fino e intachable comportamiento de la noche anterior cuando vimos "Leaving las Vegas" y yo estuve a punto de llorar conmovida por el drama de entender que la vida de un borracho no es fácil, aunque también me dio cierto gusto saber que me falta mucho para llegar a un extremo que me deshaga algo más que las rodillas y los codos.

De casualidad y por buena suerte encontramos una sopa instantánea que compartimos entre los cuatro a la hora de la comida, pues más tacos de canasta ya eran intolerables.

Regresé al D.F. con mis 40 pesos intactos, los codos y las rodillas hinchados y amoratados (mismos que permanecieron igual por una semana y media), con la duda de saber qué se sintió que niño D me llevase a la cama, con la hermosa reconstrucción de hechos de un blackout de varias horas y con una sonrisa en la cara.

Ese fue un buen fin de semana, la idea era escapar de la ciudad y de las presiones... y me disipé tanto de todo pensamiento esos días... regresé con la mente en blanco... y cierta aversión por los tacos de canasta, que no he querido volver a comerlos desde entonces.

lunes, noviembre 03, 2008

De villanos y Super Héroes (parte 2)

Hasta ése momento, gracias a la actuación de Mi Hombre Invisible (a.k.a. Mi cosa Hermosa), había salído bien librada del suceso, pero todavía necesitaba ser rescatada.


Ya que conseguí un poco de dinero me comuniqué a casa de mi Chica Maravilla (alias Srita. P). No quería alarmarla. Después de todo, como fuera, estaba bien. Me contestó su mama. Le pedí permiso para pasar la noche en su casa. La respuesta fue desde luego que sí, pero entonces ya tuve que decirles lo que sucedió. Se alarmaron, pero yo seguía diciéndoles que no me habían hecho nada. Las esperaría en un restaurante, ya no quería seguir en la calle. Mi Chica Maravilla tomó inmediatamente su corcel azul y junto a su mami, presta fue a rescatar a su doncella. Me sentí aliviada al verlas, me sentía ya segura.

Llegando hice todo el trámite, cancelé tarjetas y avisé a las más personas que pude. No quería que les hablasen y les hicieran creer que yo seguía con ellos.

Mi Chica Maravilla me distrajo por un buen rato, me ayudaba y me abrazaba. Di gracias de estar con ella y su mami. Trataba de estar lo más ecuánime posible, de racionalizar, no quería espantarlas. Me quedé en su castillo, cuyas fuertes paredes me protegían. Aún así, me dio trabajo conciliar el sueño, todavía traía mucha adrenalina y la vigilia estaba a tope.

A la mañana siguiente me fui caminando a la oficina. Salir a la calle no fue fácil, tenía miedo, me sentía observada y el corazón me latía más rápido de lo usual. Entonces pude dejar escapar algunas lágrimas como forma de liberar el sentimiento. Me sentía pequeñita, desprotegida, vulnerable.

Rechacé casi cualquier abrazo que me intentaban dar; estaba muy sensible y el contacto me sacaba las lágrimas. No es que no tuviese mucho que sacar, pero ése tipo de cosas prefiero hacerlas cuando estoy sola y donde nadie me vea. Me acompañaron a cambiar las cerraduras de mi casa. Mi mayor gusto fue ver que mi gato, el calcetines, estaba bien.

Ese martes acudió mi auxilio Wolverine (un Rufián Melancólico en sus ratos libres), quien ante la desesperada situación de esta Profana damisela, no tardó en encontrarme, hacerme comer a la de a fuerzas, pues mi apetito parecía haberse esfumado, y después me dio a tomar un mágico bebedizo llamado cerveza, que me hizo relajarme un poco, pues la tensión me hacía tener los hombros a la altura de las sienes. Ya después me dio permiso de ocultarme en su escondite, donde la compañía, unas chelas y alguna peli de Gardel, me hicieron pasar la noche sin mayor preocupación.

Otro superhéroe hacía también su labor: el Modafoka. Me vigiló a distancia, pues los horarios no hicieron fácil su aparición, pero siempre mantuvo su alerta. El rápidamente, genio como lo es, empezó a enviar su ayuda mediante diversos movimientos en la web, de la que es profundo conocedor.

Al día siguiente regresé a la fortaleza de mi Chica Maravilla y de la adorable Súper Mujer, su mami. Todavía tenía mucho miedo a regresar a dormir sola a casa. Aunque ya había hecho conciencia de que sólo fue la circunstancia de haberme parado en ese lugar la que desencadenó toda esta retahíla de sucesos, y que no era un asunto meramente personal, no me sentía tranquila o confiada de volver. En su casa siempre he sido recibida con cariño y eso era precisamente lo que necesitaba.

También se comenzó a organizar el Profanatón, colecta para una noble causa: erradicar la pobreza actual de Profis. Bajo el eslogan “Me da pa’ mi jalogüín?” (aprovechando las fechas) se inició y sigue vigente tan bonito evento. Desde luego, se aceptan aportaciones monetarias (también se aceptan dólares) con depósito en cuenta bancaria (no deducibles de impuestos) y algunas aportaciones en especie: cigarros, comida (se aceptan desde sandwiches y garnachas hasta invitaciones en exclusivos restaurantes de la ciudad y sus alrededores), chupes, rides de la oficina a casa de la Profis y café. Para hacer sus aportaciones y/o contar con mayor información al respecto, contáctense al mail profana@live.com.mx.

Puedo decir con gran orgullo que muchos superhéroes más llegaron a mi auxilio, de aquí, de allá y de más lejos, pero la lista sería interminable. El hecho de que sus nombres no aparezcan acá no los hace menos presentes de lo que los tengo.

El jueves ya dormí en casa. Llegué tan cansada que no pude ponerme ni a pensar. A la fecha todavía tengo un poco de nervios, pero trato de hacer todo como siempre. Desde luego, los villanos esos se robaron, aparte de lo material, algo de mi tranquilidad. Pero lo que me dejaron, fue la certeza de saber que cuento con superhéroes a mi lado, gente que, con sus súper poderes, lo saca a uno de las peores historias que pueda vivir, que me quiere y que me lo ha demostrado. En mi pobreza actual, me doy cuenta de la riqueza con la que cuento y de lo afortunada que soy por tenerlos a ellos.


Este es un agradecimiento, el más modesto, por toda la preocupación, por la ayuda y por la disposición que todos mis súperheroes han tenido para con esta Profana persona, quien jamás podrá retribuir todo lo que recibe, pues todo lo que me han dado simple y sencillamente no tiene símil.

Gracias!

De villanos y Super Héroes (parte 1)

El lunes salía de la oficina a temprana hora y feliz. El fin de semana había sido intenso y todavía seguía cansada, necesitaba llegar a casa a tirar la fiaca nuevamente. Traía poco efectivo, así que pensé pasar al cajero de un super que está cerca de la oficina y, aprovechando el viaje, también compraría un Theraflú, pues los síntomas de una inminente gripa ya hacían estragos en mi organismo y necesitaba algo que me tumbara y me dejara dormir bien.

Efectivamente, pasé al cajero y salí. A la cuadra me di cuenta que no había comprado el Theraflú, pero me daba mucha pereza regresar, así que preferí llegar a casa y pedirlo por teléfono; por lo que seguí caminando hasta llegar a la esquina donde tomaría el taxi.

Por la hora, casi todos los taxis ya pasaban ocupados. En eso, se paró un taxi del que descendieron dos personas. Como quedó libre, tuve a bien subirme. Le dije al taxista que tomara ésta calle y luego ésta otra. Seguí el camino habitual, hacía frío y sólo tenía a bien tratar de cobijarme con el abrigo. Nos tocó un alto. Cuando me di cuenta, venía trepado al lado mío un tipo que decía que acababan de tratar de robarse un auto y que el plan se había frustrado, por lo que necesitaban dinero. Me tapó con sus manos los ojos, pero pude percibir que alguien se había subido también al lugar del copiloto. Me empezaron a pedir el dinero que traía en efectivo, el celular y el iPod (traía uno de los cables en la mano). Yo sólo atinaba en obedecer instrucciones sin mayor pregunta, no quería que me pasara nada y no sabía lo que ésos tipos podrían ser capaces de hacer. Me pidieron el reloj. Estiré el brazo para que lo tomaran, pero sólo me regresaron el brazo diciendo “quédate con tu chingadera” (eso me dio risa, pero me contuve). Me quitaron de un jalón la bolsa y pude escuchar cómo empezaban a esculcarla. Dieron con mis tarjetas y me pidieron los NIP. No me sé el número del de la tarjeta de crédito, el mismo día que lo recibí lo destruí como una forma de poner límite a mi consumismo (o a mi continua falta de efectivo), y así, evitaría, según yo, el cobro de altos intereses por disposiciones de este tipo. Desde luego, los tipos no se creyeron nada la historia, así que siguieron dando vueltas a ver si era posible que de repente me llegase a la memora el dichoso NIP. Desde luego, me amenazaron con enviarme a una bodega que era cuidada por un tipo “bien morboso y cochinote” que seguramente me haría mil cosas indecibles; también hicieron la acotación de que la mayoría de sus víctimas recordaba los NIPs después de dos días de encierro. El auto entonces hizo un alto; escuché el portazo y que el coche se sintió más ligero. Pensé por algún momento que habíamos llegado a la bodega. Después, supuse que estábamos enfrente de un cajero y que entonces vaciarían mi tarjeta de débito. Seguían preguntando por el NIP de la de crédito. No sé si vieron que no mentía o si de plano se empezaron a desesperar. El coche arrancó otra vez y me dijeron que me soltarían, pero que antes buscarían otra vez cosas que pudieran quedarse. Escuché el sonido de mis llaves y les pedí que me las dieran, que a ellos de nada les servían. La propuesta trajo como respuesta varios insultos, así que volví a quedarme callada. Habían pasado 45 minutos de dar vueltas cuando me soltaron a dos cuadras de la Universidad. Ví una tiendita a la que regularmente iba en esos días; pero no la reconocía, estaba todavía muy atontada y aunque hacía un esfuerzo por recordar dónde la había visto y, por tanto, ubicarme, la mente en ese momento nomás no me daba. Caminé entonces en el sentido que iba la calle hasta que me topé una avenida grande y pude saber mi ubicación.

Busqué un cigarro en mi bolsa. Ni eso me dejaron los hijos de puta. Tampoco me dejaron dinero, así que tuve que limosnear por algunos pesos que me dejaran hablar por teléfono con alguien. En tanto, con la mente en todo y en nada al mismo tiempo, me daba cuenta que pese a pesar de tanto horror, ya todo había acabado y que estaba bien, que no me habían golpeado, ni habían intentado manosearme o algo por el estilo o peor. Eso era magnífico.

lunes, octubre 27, 2008

De la obsesión bufandera

Todas las familias tienen una así, supongo. En la mía, es la Tía Lancha. Me gusta pensar que fui su consentida, siempre me prodigó especial atención, primero, porque sólo tuvo hijos varones, y segundo, porque aunque tengo muchas primas, yo fui siempre la más cercana a ella, al menos geográficamente, razón por la que nos frecuentaba mucho. De cualquier manera, se que a todos los primos nos quiere, muy a su manera, porque es un tanto diferente, nerviosa, un pelín exagerada y un tanto aprehensiva, pero de su cariño, de ése no tengo la menor duda.

Siempre me hacía los regalos más exóticos y menos excitantes cuando yo era niña. Recuerdo que después de cada fiesta de cumpleaños, abría con desesperación cada una de las cajas, rompía los envoltorios y clasificaba mis nuevas pertenencias en categorías y luego cada una de ellas, en orden de apreciación (en qué momento dejé de ser tan metódica y ordenada, pues?). A su regalo siempre tenía que abrirle un rubro aparte. De tal suerte, un apartado era para juguetes, que bien podían contener muñecas, juegos de té o juegos de mesa; otro era para ropa: vestidos, chamarras, playeras y alguno que otro accesorio. Las cajas grandes siempre eran reservadas para el final y su regalo siempre venía en una caja de tamaño más o menos considerable. La dotación de todos los años era casi una apuesta segura: Me regalaba unos 4 calzones, tres camisetas de tirantitos para usar debajo de la ropa y algún fondo. Siempre me dejaba fría, aunque también me causaba risa. Algún año me regaló un albornoz floreado, que en su momento me causó la misma emoción que le pudiese causar a un niño helado de limón derretido, pero que a la fecha conservo. Así fue por muchos, varios años.

Ya que estuve un poco mayor, y claro, dejé las fiestecitas con pastel y aguinaldos con motivos infantiles (si, pues, las bolsitas de dulces), cesó la regaladera de ropa interior. Quizá en un ánimo pudoroso, porque creo que a esa altura del partido ya era algo extraño ir a comprar brassieres para la sobrinita, o probablemente porque sabía que ya no usaba fonditos.

Ahora a los familiares sólo nos da regalo por ocasión de la Navidad, todos los años el mismo por lo general: unas tres o cuatro bufandas tejidas por ella. Creo que empieza las labores de elaboración desde febrero para terminar con todos los regalos navideños a buen tiempo. Gran parte de la aceptación de los allegados de la familia también pueden descifrarse por si éste está previsto en la manufactura de las bufandas. El año que tejió una para el que entonces era mi novio, y a quien ella llamaba cariñosamente, pero a escondidas “Bombi”, supe que entonces él ya gozaba de su agrado y bendición. Mi ex novio se quedó un tanto extrañado cuando le di el regalo que mi tía le mandaba, pero agradeció contento el gesto.

A los altos mandos les suele regalar algo adicional a la conocida tradición bufandera. A mi abuela algún año le regaló un tarjetero, sin que a la fecha nadie haya entendido con claridad para qué le serviría a una señora de noventa y tantos años; otro año, si no mal recuerdo, fue un paraguas, cosa que tampoco comprendemos del todo, si consideramos que mi abuela no sale de casa desde que tuvo dificultades con una de sus rodillas y le cuesta trabajo caminar.

Hace dos años, cuando me fui a vivir sola, la Tía Lancha se lució: me regaló unas sábanas de franela. Fue un excelente regalo; entonces yo sólo tenía un juego de cama, nada más; ella también sabe de sobra lo friolenta que soy. Cuando el regalo llegó a mis manos, sabía que nadie tendría cabeza para darme semejante obsequio si no era ella, y lo agradecía todas las noches cuando me metía en mi calientita cama.

Ayer mi hermano llegó a mi casa, a modo de Neo Santa Claus metalero, con una bolsa bastante regordeta. Traía el regalo que mi tía me hacía llegar para la Navidad de este año. Sonreí cuando tomé la bolsa entre mis manos y sin abrirla sabía ya que era. Tampoco me equivoqué, eran bufandas.

Hoy hace mucho frío en la Ciudad de México y el intenso fin de semana me ha dejado un dolorcillo de garganta. La navidad se ha adelantado, hoy mismo estreno regalo y se siente bien. Las bufandas nunca están de más, ni sobran. Este año me descaro y, ya de pasada, pediré calcetines además, sólo ella entenderá.

miércoles, octubre 22, 2008

De andar en el centro fuera de centro

La sensibilidad me brota por los poros ultimamente. Ando decaída, enojada y triste la mayoría del tiempo. De entrada se que mi situación es privilegiada y lo agradezco, pero como la tendencia humana lo dicta, uno siempre quiere algo más y mejor. He iniciado ya la búsqueda de un mejor trabajo, uno que traiga mejores condiciones, incluyendo en el paquete un mejor horario, mejor ambiente y, de ser posible, un mejor sueldo, aunque no dudaría en cambiarme a uno que pague exactamente lo mismo si es que los primeros dos elementos están presentes.

El lunes, ya por la noche veía el reloj esperando que me dejaran ir. Salí ya tarde de la oficina y estaba estresada. La regla es que uno no beba en lunes, pero un wisky no me caería mal y luego que de wisky estuvo bueno, pensé que unas cervezas ayudarían a conciliar el sueño más rápido.

Al día siguiente amanecí cruda y desvelada. Mi jefe estaba estresado y me mandó al centro a entregar unos documentos, supongo también un tanto como castigo a las muchas caras largas que le puse el sábado durante el trabajo. Desde luego, mi inconveniente estado me hizo fruncir el seño al imaginarme en el transporte público y en la apretura propia de la zona.

Ya que cumplí con mi misión, pensé que podría aprovechar para quedarme en algún restaurante de por ahí, comer y curarmela. Así fue, en cuanto me instalé en el localito, pedí una cerveza y unos chilaquiles. Comí con calma, como hace mucho tiempo no lo hacía entre semana, custodiada por tres ángeles (bueno, 3 cuadros de ángeles) que me veían con cara de placidez. De alguna forma, me sentí reconfortada, como si me estuvieran diciendo que lo tomara con calma, que ellos impedirían ser molestada entonces. Me sentí mucho mejor, no sólo de ánimo, la cura también iba surtiendo efectos.

Volví a la calle, a examinar algún que otro detalle de los edificios, a ver pasar a la gente que caminaba rápido, a asomarme a algún callejon por el que seguramente había pasado y jamás me detuve a ver. Llegué a la Catedral y, como parte de la visita turística que en ese momento hacía, tuve a bien meterme a darle una vuelta. Me senté en una de las bancas de la parte más alejada para examinarla, y ahí, en medio de un barullo ligero, entre enormes parades de piedra, pude sentarme a pensar o quizá sólo a sentir.

No se por qué, si fuese inercia, o necesidad, o desesperación, pero ese día recé, no como suelo hacerlo, porque aunque creo en Dios, no creo en las iglesias ni en religiones, así que me he inventado una forma de comunicacion más directa y menos formal, de tal suerte que mis oraciones son "no mames, güey, ya aliviáname, no seas pasado de lanza" ó "Ay, ya echame la mano por esta vez, no la chingues". Pero en esta ocasión, recé como mi abuela me enseño, de forma protocolaria, estricta, formal. Clamé por ayuda, por claridad, por temple, por humildad, por paciencia, por actitud, por todo aquello que depende de mí y que no he encontrado la manera de modificar; pedía por las personas a las que quiero y quise; pedí por ella y también por mí.

Regresé a la oficina pasadas las 6. Oli me dijo que, alarmado por mi estado anímico, pues según a su decir, mi imagen se encuentra relacionada con ojos grandes y sonrisa permanente, rentó películas de comedia para ver si la carcajada se volvía a dibujar en mi cara, al menos por unas horas. La selección fue buena, Novia por compromiso (El valet) y Un Funeral de Muerte, siendo ésta última la que más doblada de risa me tuvo, y que recomiendo ampliamente.

Ayer fue un buen día.

martes, octubre 14, 2008

Del Salmón y las espinas

A lo lejos se escuchaba venir. Ya después era un hecho: Calamaro iba a estar en el DF. Cosas como esas se ven poco, así que, cuando Lear dejó su ticket abierto por su partida, no tardé ni lo que dura un chasquido en adjudicármelo casi sin preguntar, para ir en su nombre y representación y acompañar al querido Rufián.

Debo confesar que en los últimos días he andado con el ánimo por los suelos, si no es que más bien, enterrado. Algunas situaciones laborales que me han hecho entender que los derechos de los trabajadores son una utópica ilusión. Tener que soportar condiciones casi infrahumanas de trabajo, a estas alturas, me hacen pensarme como obrero del siglo XVII o esclavo de señor feudal, me han hecho perder hasta el coraje o las ganas para lanzar algunos buenos gritos, como antes solía hacerlo. Aunque lo estoy disimulando, las últimas 2 o 3 semanas me no han resultado precisamente placenteras.

Aprovechando encontrarme a vísperas del concierto, traía a Calamaro de estribillo diario; un ilusorio escape mental, supongo, a mi ya usual y diario enfurruñamiento producto de pasar 12 horas en la oficina, comer a escondidas y no tener un día de descanso. ¡Qué monserga!.

Sin embargo, el día del concierto amanecí feliz no obstante ser lunes. Todo ese día olvidé los enojos, los sinsabores y la desesperanza. Ese día vería a Calamaro, no necesitaba más. Desde luego, muy temprano empecé a instrumentar las estrategias a seguir (plan B y C) por si mi jefe se pusiera obtuso y no me dejara salir a tiempo para estar puntual a tan ansiado encuentro.

Afortunadamente, llegué más que a tiempo, todavía pude sentarme en las escaleras del auditorio, esperando a Rufián, fumando un cigarro mientras sentía el frío viento colarse por todos lados. La gente llegaba a montones, todos emocionados. Yo también lo estaba, seguramente no más que la mayoría, pero cuando no todo va precisamente bien, uno suele apreciar y agradecer aún más las pequeñas grandes cosas de la vida que nos aceleran el ritmo cardiaco y nos sacan la sonrisa más evidente de los labios.

En cuanto entramos, el Rufián y yo nos dirigimos a la parada obligada: el expendio de alcohol más cercano. Después ya ocupamos nuestros lugares. Era de esperarse que el concierto empezara con El Salmón. Pocas veces había visto el auditorio tan lleno, tan efervescente, tan ruidoso. Todos coreaban las canciones, brincaban, gritaban y aplaudían. Creo parte importante de tanta potencia por parte del público vino de la larga espera por la visita del cantante al país; y bueno, también el hecho de que Calamaro es grande, versátil, entregado. No debe ser fácil componerse un rock, luego armarse una balada cumbiancherona y después aventarse un tango, pero él lo hace, y lo hace bien.

El tiempo era muy corto para darnos gusto a todos con la selección. En realidad, el playlist estuvo de lujo, pero todos hubiésemos cambiado alguna canción por otra, o por varias más, porque en realidad, a todos también nos faltaron unos 5 minutos más (o quizá 2 horas, más bien). Atreviéndome a hablar tanto a título personal como por el Rufián, por nosotros hubiese tocado tanguitos todo el tiempo. Sólo 2 no eran suficientes, aunque, desde luego, en ese momento nuestro ausente se hizo presente y hasta le llamamos por teléfono para que escuchara (sólo Dios y él sabrán si la llamada se recibió). Comprendo que quizá no a todo el mundo le encantaría, pero creo firmemente que a quien le gusta Calamaro, debe gustarle el tango, porque él mismo se ha dedicado a incluir al menos uno en sus discos y a grabar varios.

También creo que uno de los grandes aciertos del autor son sus frases. ¿Quién no ha pensado en decirle a alguien “quiero ser el único que te muerda la boca” o “soy tuyo con mi mayor convicción”?. Personalmente, también he acusado muchos desamores con el Sr. Andrés en más de una borrachera.

A mí me hicieron falta la parte de adelante (sin albur) algo contigo, nostalgias, volver, mano a mano, bueno, insisto, tangos! Aún así, fue un espectáculo fenomenal. Ojalá el Salmón regrese el día menos pensado. Hoy en su página oficial puso que llevaba un buen recuerdo de México (obvio, entiendo que no podía poner algo contrario), pero sí creo que recibió mucho más de lo que probablemente esperaba.

Por mi parte, me olvidé de todo lo que traía en la cabeza. El lunes fue un gran día: Salí temprano (bueno, bueno, huí vilmente, pues), estuve con el buen Rufián, quien siempre me hace reír a carcajadas, tomando cerveza, escuchando a Calamaro y mucha emoción. Salí del concierto liviana como espuma de chela.

Mi querido Lear, te perdiste de uno muy bueno, pero no faltaste del todo. Espero ya no me sigas profesando la ráfaga de odio que me declaraste. Ya quiéreme!

jueves, septiembre 25, 2008

De chelas, moños, Scorpions y vientos de cambio (o volver al futuro).

No era mi máximo, pero me lancé al concierto de los Scorpions el sábado. Digo, ¿Quién se negaría a escuchar un poco de rock ochenta – noventero acompañado de chelas dobles en vasito de cartón y en un lugar que se puede fumar?. Llegué a la cita con puntualidad inglesa. Ya me esperaba mi querido Rufián. Llegando hicimos lo obligado: ir por alcohol.

Corría el año de 1992. Yo era una escuincla de 10 años e iba en sexto de primaria. Entonces usaba moños blancos más grandes que el tamaño de mi cabeza para adornar el peinado del día; la moda también era traer copete que parecía fabricado con tubo de papel de baño, un nada sutil crepé y media lata de spray (obvio, entre más alto y voluminoso el copete, mejor). Yo solía no tener el mejor copete, pues mi mamá no me dejaba aplicarme tan generosa capa de fijador argumentando que me quedaría pelona por el exceso del producto, así que generalmente el mío se ladeaba, y para medio día ya estaba casi en mis ojos. Usaba también zapatos de goma semi-ortopédicos y el uniforme en azul marino con rojo.

Para noviembre aproximadamente, la maestra de inglés (cuyo nombre no recuerdo) nos informó que para el magno Festival Navideño de la escuela, nos había correspondido la monada de cantar en inglés. La canción elegida fue “The wind of change” de Scorpions. Más o menos sabía algo de la bandita esa porque mi padre era rockero y tenía algún (os) disco (os)(bueno, cassettes) de ellos, pero de eso, a saber santo y seña de su trayectoria musical, había mucha distancia, por lo que la canción, en realidad, la desconocía. Recuerdo que lo primero que nos aprendimos fue el chiflidito de la rola (claro, los afortunados que saben chiflar, yo a la fecha, nomás no puedo), y que luego de escucharla diario por al menos unos 20 minutos, a fuerza de repetición tras repetición, terminamos aprendiéndola a la perfección.

El gran día del evento era tedioso, pero siempre preferible a estar en clases. Pasaban primero los más pequeños y luego los más grandes. Así, los de sexto tuvimos que aventarnos a presenciar las monadas del primero A, B y C, luego los de segundo año y así hasta que nos tocase a nosotros. Ya estábamos hartos cuando llegó nuestro turno. Nos colocaron en el centro del patio, todos formaditos por estaturas, adornados con la bufanda roja que nos habían solicitado para ese día. Comenzó la canción y todos la empezamos a entonar. Lo que fue gracioso (supongo) es que habíamos ensayado la canción sentados, por lo que en ese momento, parados y sin saber bien hacer, como si nos hubiéramos puesto todos de acuerdo, sólo atinamos a movernos de un lado para otro siguiendo el ritmo de la baladita. Después ocupamos nuestros lugares nuevamente y probablemente habremos hecho algún intercambio de regalos y adiós, felices vacaciones.

El día del concierto, mientras esperábamos el inicio del espectáculo y disfrutábamos nuestras cervezas, le comentaba a Rufián que la única canción que me sabía al dedillo era “The wind of change” porque alguna vez me la hicieron aprender. Él me respondió que era la que menos le gustaba, haciéndome una pequeña reseña del momento en el que esa canción fue estrenada. Me decía que ocurrió en el año de 1991, ese año había caído el Muro de Berlín, el fin de la Alemania Comunista y el de la Guerra Fría. Entonces Pink Floyd organizó el concierto “The wall” y Scorpions (que me acabo de enterar, son alemanes) sacó esta cancioncita, muy ad hoc a los acontecimientos políticos que se habían dado (pueden constatarlo viendo el video). Entendí entonces la razón por la cual había sido escogida en el año de 1992 para el festival decembrino: la hermandad y la esperanza en el futuro flotan en el aire.

Después de un rato, por fin salió la banda alemana a dar su show. Creo que fue un error que les dieran el foro sol, pues a lo más, habrán llenado la mitad. La mayoría de los asistentes ya no eran precisamente jovencitos, más bien, había muchos que fueron acompañados por sus hijos (muchos sabían las canciones muy probablemente por haber crecido con ellas a causa de sus progenitores). Aún así, se revivieron glorias pasadas y también creo que se hicieron paseos por muchos momentos que la audiencia vivió años antes con las canciones del grupo a modo de soundtrack.

Cuando llegó el momento de interpretar la canción que me sabía, obvio la empecé a corear. No pude sino regresar a aquél año de mi infancia. Estábamos hasta abajo del foro, por lo que permanecíamos de pie. Noté entonces que mucha gente empezaba a moverse de un lado a otro siguiendo la tonada de la balada, presentada de forma acústica y me volví a sentir como esa niña de primaria, sólo que ahora, en vez de estar adornada por la bufanda roja (ahora que lo pienso, traía un suéter rojo de cuello de tortuga), sostenía en una mano una cerveza y en la otra, un cigarro. Ya no estaba entre mis amiguitos de escuela, sino entre un grupo de desconocidos que hicieron lo mismo que nosotros en ése entonces, y también caí en cuenta que habían pasado ya 16 años de aquél día en que la canté junto a mi grupo (ya existen los celulares, pues!). Al Rufián le daba risa mi flashback. Seguía yo pensado en quién era entonces y quién ahora, en todo lo que ha pasado para que ése sábado estuviera haciendo lo mismo que hacía tantos años, pero ya en un entorno tan distinto, desfilaban los rostros de los que han pasado en mi vida y de los que están. Sentí nostalgia, pero también agradecí a la vida por el presente y, muy en el mood de la canción, estaba esperanzada en el futuro.

Una vez que el concierto terminó, el Rufián y esta profana persona fuimos a cenar unos tacos. La siguiente parada fue un bar donde estaba Srita. P., donde cantamos con José José acompañados de unos vodkas hasta altas horas de la madrugada, mientras nos reíamos de un borrachito que entonaba con harto sentimiento y con cara de dolor. Fuimos los últimos en salir. Encontré un cartel en la calle en el que ofrecían una cubeta de 6 chelas por 90 pesos, pero decidimos aprovechar la oferta otro día. Había vuelto al siglo XXI, y el futuro había empezado bien.

miércoles, septiembre 17, 2008

De Fantasmas sabatinos

Y no me refiero a entes incorpóreos metafísicos. Hablo más bien de que la mente a veces nos juega extrañas tretas que nos hacen recordar lo mucho que quisiéramos olvidar a alguien que ya considerábamos en el rincón más lejano de la memoria. Como sea, siguen siendo fantasmas.

Aquél sábado fui a comer con Srita. P y su mamá. El lugar era una casa que sirvió de refugio de artistas que huían de la guerra y que ahora parece, se ha convertido en un lugar cool para la expresión cultural con un ligero acento de caché. Todo sucedía normalmente, los platos circulaban, se escuchaba el barullo ligero de la gente que estaba presente y desde luego, de súbito, se colaba alguno que otro aroma que a modo caricaturesco adquiere forma de mano que te toca e irremediablemente te hace voltear a buscarle el origen. Y al parecer, ahí estaba. Le vi de espaldas y el corazón de repente se me quiso salir, se me bajó la presión y supongo, empecé a tartamudear.

Sabía que las posibilidades de que él estuviera ahí eran casi nulas. El estaba lejos desde hacía un rato. Nadie me había dicho que viniera. Sin embargo, como si no hubiese un océano de por medio, ahí estaba. Su ropa le delataba y el cabello era el mismo, si acaso un poco más largo, pero era igual. No sabía qué hacer, si permanecer en la mesa y continuar con el acostumbrado disimulo, o bien, pararme de un salto de la mesa e ir a abrazarle y decirle lo mucho que me ha hecho falta, quizá hasta reclamarle la indecencia de no avisar su visita. Mi padre decía que en aquéllos momentos en que uno no sabía qué hacer, lo mejor era no hacer nada. Así lo hice.

Seguí la plática con mis divinas acompañantes y de vez en cuando, volteaba de reojo para verle. Las caras de los que estaban en su mesa no se me hacían familiares, pero tampoco le di mucha importancia a eso. Lo que era una verdadera lástima, era que sólo podía verle la espalda, pero eso también era en cierto modo una bendición. Por la mente me pasaron mil imágenes de momentos que pasamos juntos y me sentí revivirlos con la misma intensidad que cuando fueron. En algún rato de esos, él volteó como si con la mente hubiese gritado su nombre. No era él, su cara me era ajena.

Traté de ocultar mi desmejoro por saber que él no estaba ahí. Un rato después, Srita. P puso cara de sorpresa, como si hubiese visto alguna aparición. Se quedó callada por un momento, como sopesando si valía la pena decirme de qué se trataba su sobresalto, y unos segundos más tarde no pudo contenerlo –Ya viste quién está ahí?, no puedo creerlo!- dijo. Supe inmediatamente a que se refería, así que sin voltear a rectificar sólo le dije que ya lo había visto, y que no era él. Se le quedó viendo un rato más y reconoció que tenía razón, pero que sin duda, el parecido –al menos por la espalda- era notable.

Seguimos comiendo todas. Cuando llegó el café tuve que reconocer en voz alta lo mucho que me hubiese gustado ser un poco más valiente y haberle dicho lo que sentía por él.

El siguiente plan para ese día era ir al cine. Ya habían comprado los boletos y llegamos un poco tarde por culpa de la charla de sobremesa, así que les dije que fueran a ocupar los asientos mientras yo compraría lo necesario en la dulcería. Cuando llegué a la sala tuve que hacer un rápido rastreo de rostros para encontarlas y sentarme con ellas. Noté a alguien que se encontraba muy cerca. Definitivamente sabía que no era él, pero con un solo gesto, una sonrisa, y nuevamente el recuerdo se hizo tan presente como hacía unas horas apenas. Tuve que hacer un esfuerzo por no tirar la charola y salir corriendo ante el fantasma que nuevamente me rondaba.

Llegué a repartir las provisiones. No quise decirle nada a Srta. P. Tenía miedo que al contarle, pusiese en blanco los ojos y me hiciera reconocer que lo mío ya se estaba volviendo obsesivo, más si ya había pasado tanto tiempo desde que se fue. Fue entonces que entre sorbos a los refrescos que teníamos en mano, sin esperarlo se volteó a preguntarme si ya había visto al otro muchacho, seguido de un –Se parece, verdad? Digo, no es idéntico, pero tiene algo que me hace pensar que es él-.Asentí y agradecí que no fuese yo la única que lo había visto dos veces esa misma tarde.

Ya por la noche, nos fuimos al bar de siempre. La sensación de haberle visto aún en otras personas 2 veces el mismo día no me abandonaba. Me reprochaba mi pendejada de no haberle dicho nada cuando debía, y finalmente me recomponía la mente al saber que había hecho lo correcto, que hice bien en guardar silencio porque nada hubiera cambiado en realidad, que aquello no prosperaría, porque ya todo estaba decidido cuando le conocí, porque yo tenía un novio y porque ninguno dejaría sus planes por el otro: ni yo podía acompañarle, ni él se quedaría por nadie.

A la fecha, me queda ese sabor de boca y me pregunto la razón por la cual los fantasmas se empecinan con desempolvar sus retratos en las bodegas del recuerdo. Definitivamente, la ciudad ése sábado por la tarde, estuvo llena de fantasmas.

miércoles, septiembre 03, 2008

Profana o la agonía perpetua

No mames, siempre me estoy muriendo de hambre o de sueño o de ganas de chupar...


*Extraído de conversación en msn con Rufián.

viernes, agosto 29, 2008

De Chente, canciones y botellas

Las rancheras no son propiamente mi género musical predilecto. Me gusta, no lo niego, pero de eso a que no escuche otra cosa, hay bastante distancia. Aún así, cuando el Rufián me invitó a ver a Chente, no tuve reparo en aceptar con inmediata emoción y sonrisa de oreja a oreja. La verdad es que él es harina de otro costal, de esos personajes que bien podrían resultar emblemáticos de México, de quien no puede haber alguien que no se sepa al menos una canción interpretada por él. La verdad, al Rufián se le antojaba simpática mi enorme alegría por poder ir a ver al cantante.

Ahí estábamos pues, yo emocionada de verlo y él un tanto escéptico. Chente empezó a cantar sacando ya a la segunda canción uno de ésos éxitos que hacen que el auditorio vitoree la selección desde los primeros acordes. Yo cantaba a grito pelado y Rufián se volteaba a verme con cara de curiosidad. Conforme las canciones iban pasando, más gente coreaba y se quitaba alguna pose que de principio pudo tener. Eso sí, tanto Rufián como yo de repente volteábamos a vernos esperando que el otro sacara, casi por arte de magia, alguna espirituosa que hubiésemos metido de contrabando. “Hace falta un buen trago”, nos repetíamos cuando el cantante le daba sorbitos a las bebidas que durante todo el concierto le dispusieron con generosidad, sabiendo que no lo habría. Cuando Vicente se puso a fumar un cigarro, de plano deseamos más que nunca que no estuviésemos ahí, sino en una buena cantina.

“Mientras ustedes no dejen de aplaudir, este charro no deja de cantar”. Frase característica del Chente. Comprobé que fue cierto. Como es lógico, al inicio los aplausos son animosos, y el cantaba más y más; el público seguía el reconocimiento al tiempo que el repertorio seguía agotándose. Ya todos estábamos un tanto cansados después de más de 3 horas de evento. Supongo que él lo estaba más, pero ahí seguía: Se aventaba finales de canción a pura voz sin ayuda de micrófono y las vibraciones retumbaban por todo el recinto. Es impresionante la voz de este hombre.

Mi acompañante se reía seguido de las críticas que entre canciones hacía a los otros presentes. Un señor de plano se quedó dormido. No comprendía cómo pudo hacerlo entre la gritería y el vocerrón. Otra señora ya entrada en años salió al menos 2 veces a un paso más lento que nada. Decía que iba como en rápido y furioso. Rufián se apenaba de mis comentarios pero terminaba riéndose. Ayer desciframos el secreto de la anciana: seguramente salía por tragos entre canciones para regresar bien entonada y poder seguir la bohemia. Descubrimos que nosotros fuimos aquéllos a los que les faltó estrategia (Ya sabemos para la próxima).

Lamenté que el evento fuera en el Auditorio Nacional, no por otra cosa que el hecho de que uno no pueda consumir bebidas alcohólicas durante el evento. Faltaba de menos, sin duda, el típico vaso conciertero de papel donde cabe la caguama. Y es que, supongo que no sólo para mí, el Chente es uno de los más efectivos y constantes compañeros de cantina, de borrachera y desde luego, de desamor. A mi estrecho criterio, pocas son personas que no han cantado a grito desgarrado Por tu maldito amor o De qué manera te olvido casi enjugando la lágrima y dándole un contundente trago a la bebida alcohólica de preferencia después de una generosa bocanada de humo de cigarrillo; para luego llevarse la cara a la mano en señal de arrepentimiento por haber cometido un error de esos graves, o bien, por haber permitido que nos hicieran al antojo del que entonces llamamos cariñosamente “amor”, o quizá reprochándonos la ceguera que permitió que todo llegara a ese punto. Al menos en varios círculos Chente, en la bohemia, es de esos que se quedan casi hasta el final, por lo general, el preludio a José José (no le quitemos la corona al príncipe pues), quien ya marca el mero final (que puede durar horas,) de la borrachera.

Fue un muy buen concierto, uno de ésos a los que siempre quise ir y por alguna razón, no había podido. Me gustó ir con alguien que no es precisamente su fan, pero que se unió con gusto al sentimiento o a los recuerdos que me unen con Chente (para siempre). Lo mejor, será ir la próxima ocasión a un palenque, primero porque nunca he ido a alguno y muero de ganas de hacerlo; segundo, porque ahí puede llegar uno ya bien entonado y seguir la bebedera. Chente así sabe más.

Mil gracias, Solecito!

lunes, agosto 25, 2008

No ha habido grandes heridos

Martes, 7:30 P.M. en la oficina. Meditaba seguramente sobre lo harto estresada que me encuentro mi trabajo actualmente, pensaba en el coraje que hice en la mañana que me dejó hasta temblando; quizá repasaba en la mente que hace rato me dolía la cabeza y que alguien me trajo unas aspirinas, o puede que sólo me encontrara esperando la hora en que me dijeran que podía salir a la libertad. Sentí revuelto el estómago, no en aspecto metafórico, tenía verdaderamente ganas de vomitar. Me dirigí en dos saltos al baño. Regresé con los ojos llorosos a mi lugar. Respiré profundamente mil veces. En breves instantes estaba otra vez en el baño. Decidí retirarme sin preguntar.

Estaba dispuesta a ir a casa, pero el espasmo se hizo presente nuevamente. No iba a poder subirme un taxi y llegar al hogar sin provocar un desperfecto, así que pensé en ir a casa de Srita. P, que está muy cerca de mi oficina. El fuerte dolor hizo que se me salieran las lágrimas. La primera escala fue al baño nuevamente, después a su cama. Así fue intermitentemente por unas 3 horas más. Diagnóstico telefónico de 2 doctores: stress. Me quedé dormida y prolongué el letargo por el día siguiente, no fui a trabajar.

El jueves regresé a mis actividades cotidianas. Para ser francos, esperaba algún tipo de pregunta sobre mi estado de salud. En su lugar, sólo hubo silencio. Esperé pacientemente a que fuera hora de reunirme con mis amigos de Cantina de jueves.

Cené un caldo de pollo (por aquello del estómago). Me relajé mucho. Es increíble cómo personas a quienes no se tiene mucho tiempo de conocer, pueden hacer de una reunión común una verdadera delicia, dando como resultado que parte de la semana (claro, y del presupuesto) se planee en función a ésa reunión semanal. Recuerdo que Meche cenaba fabada, que Rafa tomaba agua y que Petronila, Rufián y yo criticábamos junto con Lilián a Hannia Novell y a otros presentes en la cantina. Después llegó un grupito fresa equipado con instrumentos musicales, dándole una cantina típicamente española, un aderezo fusión con sazón cubano.

Rafa amablemente se ofreció a llevarme a casa. Me subí del lado del copiloto. No podía abrochar el cinturón de seguridad, por lo que tuve que pedirle a Rafa que me ayudara. Llegando cierta calle, le pedí tomara la izquierda del camellón porque del otro lado había un alcoholímetro. Rafa me preguntó la razón por la que había que esquivarlo, si después de todo, él sólo había tomado agua durante la noche. Dije que me daba hueva que nos pararan. Después vi algo blanco de reojo, no distinguí qué fue.

Algo nos empujó, cerré los ojos y sólo sentí un gran mareo. Supongo que perdí consciencia por un momento. Cuando me reincorporé me dolía la cabeza y me daba vueltas. El vidrio estaba roto y una parte de la puerta, recargada en mi pierna. Una puberta beoda se pasó un alto y nos chocó. El golpe fue directo en el lugar en donde yo estaba. Nos preguntamos si estábamos bien, parecía que así era. Ya después llegó la policía, el seguro y las ambulancias. La otra conductora se dio a la fuga, aparentemente, entre el nervio y su borrachera había chocado adelante, pero se había arreglado con otros polis; intentaron encontrarla pero ya se había ido A mi me dolía horrible la cabeza y el codo, pero seguía caminando un lado a otro: quería saber qué había pasado con la infractora y asegurarme de que todos estábamos más o menos bien. Llegó el l&tae a ayudarnos, después apareció un taxista diciendo que había recogido las placas a petición de la joven que nos impactó. Al menos, ya teníamos una pista. Entramos al hospital a eso de las 5; batas con apertura por la espalda, exámenes, placas y medicinas después, habremos salido pasadas las 6.

No me pasó eso de ver tu vida en un segundo. Supongo que como no vi venir toda la situación, tampoco entendí bien de qué se trataba. Algunas consideraciones finales:

1.- Conocí más a mis amigos. Esto de verlos en bata de hospital y ver sus radiografías es algo que no pasa (afortunadamente) todos los días.

2.- Mi ángel de la guarda trabaja como esclavo y es bien rifado. Sólo tengo un moretón en la pierna, otro en el codo y un chichón en la cabeza. Ninguna fractura o fisura, mi memoria y reflejos están bien. Vamos, ni un solo rasguño o vidrio enterrado. La coordinación quedó tal y como estaba antes (la cosa es saber si entonces era buena o mala), pero no empeoró.

Bueno, ahora que lo pienso, horas después del suceso, estaba bastante contenta por estar vivos y bien… una ligera afectación de personalidad, pues pensaba que estaría quejándome del suceso por largo tiempo, y sólo estaba agradecida porque las cosas pudieron ser mil veces peores y no lo fueron. Será que Profana ahora se ha vuelto optimista y todo amor? Definitivamente no.

3.- Sigo sin entender por qué Lilián daba por respuesta “Argentina” a toda pregunta que se le hacía.

4.- En obvio de que supongo que terminé de romper el cristal de la ventana con mi cabeza, y – gracias a Dios y a la vida- sólo me salió un chichón y no un coágulo o traumatismo serio, he descubierto que soy una cabeza dura en más de un sentido. He corrido con mucha suerte, pensé y la doctora me lo confirmó.

5.- Mala hierba nunca muere.


La semana pasada no fue mi semana... o si?

Pd. Para otros datos o puntos de vista, consulte ésta crónica, ésta reseña, o la versión de Rafa.

lunes, agosto 18, 2008

Del chupe y la Lupe

Hace unos días fui al concierto de Lupita D’alessio. Conocedora como lo soy del ambiente de cantina y de las andanzas del desencanto amoroso, no tuve que pensar mucho para decidir que sí iría. Desde luego, el Auditorio estaba lleno de viejas y no tan viejas, todas unidas por un loable sentimiento: el rencor a alguno (o varios) que, en su momento, nos dejaron hechas añicos, reducidas a casi nada. Así, los ánimos iban en aumento, entre “Qué ganas de no verte nunca más” y “Lo siento mi amor”, las reacciones cobraban mayor intensidad; la leona dormida había despertado a las gatitas. Aquello era una cosa digna de gusto y yo, entre emocionada y divertida, cantaba también las cancioncillas.

Todo iba como se esperaba, hasta que en alguna de esas pausas que el intérprete toma para hacer algún comentario, pasó lo que nunca espere ver en un concierto de la D’alessio: en las pantallas empezaron a poner citas bíblicas y ella comenzó casi a predicar la palabra de Dios!!!

Me pregunté si por error no había caído a una de estas iglesias de “Pare de Sufrir” (por favor, léalo con acento brasileiro). Supe que mi sospecha era incorrecta gracias a que varias personas del público, ávidas de insultantes letras y no de sermones dominicales, empezaron a reclamar por el discursillo.Ellos querían oírla cantar. Lupe no tuvo más que retomar su actuación, pero antes de seguir con sus éxitos, primero cantó una canción dedicada a Dios.

Ello me llevó a pensar que Lupe era mil veces mejor cuando andaba en esto de la coca: Salía eufórica al ruedo, a matar. También me pregunté por qué el hecho de que ella se hubiese convertido de religión le hacía pensar que todos necesitábamos unirnos a su nuevo culto. Recuerdo que el Tío Bank cuando se cambió a la misma práctica religiosa obraba de manera parecida: Se pasaba los días hablando de las maravillas del Señor, traía la biblia para todos lados, misma que leía con harta frecuencia durante el día y aprendió a responder a casi cualquier cosa, relevante o no, con citas del mismo libro. Él también llegó a ese camino después de varios años de borrachales. Se me salió también una sonrisa a la lejana memoria de la cantante en el "Continental", donde llegaba ya suficientes alcoholes encima y aprovechaba el after hours para ponerse hasta la madre en más de un sentido. Lo cierto, es que tanto ella como mi tío, dejaron el alcohol y otros excesos.

Después del concierto me encontré con mis amigos para un convite etílico. El baile no se hizo esperar después de unas horas más de consumir espirituosas. La reunión acabó ya en la madrugada.

Días más tarde, meditando sobre aquél sábado, una de las pláticas que sostenía me llevó a recordar el famoso pasaje bíblico de las Bodas de Caná. Como ya todos sabrán, en resumidas cuentas, Jesús y su madre asistieron a una boda. Un rato después de que la fiesta había empezado, como era de esperarse, el alcohol escaseó. Alguien, ante tal situación, le comentó (supongo yo, un tanto alarmado) a María que el chupe ya se había acabado. Ella, entonces, intercede por los anfitriones e invitados ante Jesús, suplicando que haga algo al respecto. Jesús accede a la petición y hace el milagro de transformar 6 garrafas de agua en vino.

Lo anterior, me lleva a concluir que aquéllos que han dicho que han encontrado al Señor y que por ello se han vuelto abstemios, en realidad, no conocen la biblia y que ésta no se transmite por ósmosis (por aquello de que cargan a todos lados con ella). En efecto, tal como se puede deducir de tan ilustrativo pasaje, Jesús desde luego que iba a lugares donde se servía alcohol. Aún más, resulta evidente que la comitiva invitada ya tenía un buen rato tomando, pues si no hubiese sido así, el alcohol nunca se hubiera acabado. Después encontramos algo harto interesante: La denuncia de la falta de vinito para seguir el reventón. Éste, según yo, es el primer antecedente que existe de la famosa vaquita, o cooperacha para el cartón (no mames, los del discovery deberían hacer un estudio al respecto); porque según puede imaginarse, dicha situación no le fue contada a María para que ayudase a correr a la gente que seguía en la boda, sino precisamente, para encontrar la mejor manera de seguir la fiesta como Dios manda, léase, con más alcohol.

Prosigamos, pues, con el estudio; hasta ahí, todo podría indicar que Jesús se encontraba en una boda tal y como las que a la fecha, se siguen celebrando. Volviendo al tema, María entonces va con su hijo y le dice que el vino se ha terminado. Jesús se pone un tanto quisquilloso, pero lejos de decir "No, madre, que ya no tomen, ya todos están muy pasados de copas" ó "Diles que mejor se la sigan con refresco y agua, beber de más no es bueno", termina diciendole a los sirvientes de la digna casa que ofrecía el banquete que junten tinajas de agua, según esto, se pusieron 6 de aproximadamente cien litros cada una; y según, cuando las probaron, el agua ya no era otra cosa que vino. Nuevamente me (y les) pregunto: Acaso no se había dado cuenta Jesús de que la banda ya estaba ebria? Creo que la respuesta tendría que ser afirmativa. Entonces, si Jesús hubiese considerado que el exceso de alcohol es malo, ¿Habría entonces hecho el milagro de sacar para la banda (que ya andaba borrachina) otros 600 litros de vino? Desde luego que la respuesta sería no.

Por tal motivo, creo que es un error satanizar al alcohol per se, y en las cantidades que sean. El propio Hijo del Señor fue cómplice comprensivo de aquélla bolita de beodos que se encontraba en la boda, y el terminó poniendo más vino para la peda. Por tanto, no hay justificación para decir que ponerse borracho está mal. Quien lo dude, puede leer la biblia y darse cuenta de ello.

Quizá sería buena idea que Lupe pusiera citas bíblicas del estilo "Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya todos están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora" en sus conciertos. Pocos se quejarían, si no es que nadie.

Salud, pues!

lunes, agosto 11, 2008

Hasta pronto sí se escribe con hache.

Siempre, hasta el día de hoy, me he negado a pedir la visa gringa. No me parece gracioso tener que pagar (el minuto por llamada telefónica) para hacer una cita, ni irme a un banco a pagar el derecho a una cita para ver a un funcionario público al que le de uno casi acceso sin restricciones a su vida, para después pasar con un cónsul, que dependiendo de su estado de humor ó si su café matutino estaba bueno o no, decide a su más arbitraria facultad darte el pase de bienvenida al gabacho ó mandarte a sentarte a la banca por un tiempo más.

Mi aberración ante tal cosa no ha cambiado ni disminuido en lo más mínimo. Sin embargo, ahora tendré que someterme a todo ese teatro.

Hay gente a la que uno conoce ya por tiempo considerable, sin que ello tenga mayor repercusión en la vida. Por otro lado, existe aquélla cuya presencia (y por ende, su ausencia) adquiere un significado especial, a pesar del poco tiempo que pueda tener en nuestras actividades o en nuestro día a día.

Por otro lado, aunado al hecho de que el autor dejará vacía por un tiempo su silla en la cantina de costumbre, también ha decidido también dejarnos sin los desvaríos de Lear. Concuerdo con él en que su blog es uno de mis preferidos. Como ya lo había mencionado en algún otro post, todos los miércoles le buscaba desde temprana hora para conocer la nueva ocurrencia. Sus razones las ha expuesto y, a pesar de varias súplicas para que no desaparezca de la blogósfera, parece que nada le hará cambiar de decisión.

Por los amigos uno puede hacer muchas cosas que normalmente no haría. Ahora tendré que ir a poner cara de circunstancia a la embajada. La visita a la que ahora será su residencia será obligada y, desde luego, también será un gusto. Paradójicamente también, justo cuando ha decidido dejar de hacer sus escritos públicos, se verá obligado a escribir más, en obvio de que el mail ahora será la forma más fácil de saber de su vida (no te hagas el desentendido, eh!). Las chelas y demás espirituosas, se irán acumulando para cuando tenga la gentileza y oportunidad de visitarnos. Espero también no olvide una de sus promesas, de otra manera, me dejaría sin el artículo que usaría en lo sucesivo para asistir a cualquier entrevista de trabajo. También tendrá que llevarme al bar que él y Solecito me prometieron presentarme. Más le vale no perderse, hay varios pendientes en la agenda y, al igual que él, también pienso que eso es bueno.

Soy terrible para las despedidas, no me gustan. Como él bien dice: Hay cosas que uno no debe tolerar, entre ellas, el olvido. Así que no daré motivos para que semejante cosa ocurra. Lo bueno, es que (aunque parezca lo contario,) esta no es una despedida, ni una invitación con visa al recuerdo únicamente. También hay gente que espero permanezca en mi vida.


Con todo cariño,

Al autor, éxito y Hasta pronto.

A Lear, El Rey no ha muerto, Viva el Rey!

lunes, agosto 04, 2008

de karmas, amores y amigos.

A ellos tengo ya de conocerlos casi 7 años. En realidad, eran los amigos de un ex novio. Sé que hicieron migas conmigo lo más posible, en gran parte, porque la ex de mi novio nunca fue de su agrado (ni ellos del de ella). Supongo que creyeron que estrechar vínculos minimizaría potenciales riesgos de regresar a esa relación.

Como hicimos buen equipo, pasaba mucho tiempo con ellos. Generalmente los viernes se armaba la reunioncita después del trabajo en casa de alguno, se abrían las botellas y se podía pasar todo el tiempo del mundo entre videojuegos, karaoke, o simple y sencillamente, música y plática. Los sábados solíamos agarrar un plan para andar por la ciudad o salir de ella en la mañana y volver ya entrada la noche. Los domingos eran de carne asada y hamburguesas, casi siempre acompañados por una película mientras todos nos echábamos en donde hubiese acomodo y vegetábamos por el resto de la tarde. Tampoco sobra decir que Profanita solía ser la única novia de la bandita invitada a las borracheras de sólo niños (incluido mi entonces wey) y que, casi siempre era la única niña entre todos ellos, salvo evento al que el grupo acordaba que cada integrante fuese acompañado por su novia.

Así fue casi cuatro años, hasta que un día lo inevitable pasó. Decidí cortar con mi novio, pues ya no estábamos bien. La ruptura no fue en los mejores términos, por lo que no quise saber de él nuevamente en un buen rato. Aunque sus amigos me seguían cayendo bien, pues fueron totalmente ajenos a los pleitos entre él y yo, preferí también dejar de verlos. En realidad me agradaban, pero sabía que la proximidad con ellos implicaba, a su vez, no poner tierra de por medio con mi ahora ex.

Dos años después me encontré a uno de ellos. Me invitó a comer un día. Aunque no del todo convencida, acepté la invitación la cual quedó arreglada con fecha, lugar y hora en ese momento. Para mi sorpresa, llegó toda la bandita uno a uno (claro, sin mi ex). Creo que todos estábamos contentos de vernos. Al final de cuentas, cuatro años conviviendo religiosamente con la misma persona crea memorias, anécdotas y afectos. Me la pasé increíble esa tarde.

Como de educados suele ser, cuando estábamos por terminar la velada, la sugerencia de vernos de nuevo no se hizo esperar. En realidad tenía ganas de convivir con la banda nuevamente. Así que, corriendo el riesgo de que se ofendieran o lo tomaran a mal, fui muy honesta: Aceptaría gustosa verlos nuevamente, siempre que ello no incluyera encuentro alguno con mi ex. Para sorpresa mía, entendieron la situación y aceptaron mis términos.

Desde ese día, nos vemos con bastante frecuencia. Una vez a la semana, al menos. No han intentado llevar a mi ex, e incluso, alguna vez que cayó por casualidad al lugar de reunión, tuvieron la amabilidad de avisarme antes que yo llegara, que él se encontraba ahí; por lo que les dijera dónde iba a estar, y ellos, después de aplicar el “ya nos íbamos”, se reunirían conmigo. Así fue. Prefirieron “abrir” al amigo y pasar el resto de la tarde conmigo.

Debo admitir que la situación me tiene contenta. Después de algunos días, tuve una epifanía. Creo que tengo un karma que no había detectado: en mis relaciones amorosas, quien suele quererme más, no es mi novio/free/pareja, sino sus amigos (y en ocasiones, hasta su familia). Pasó con este ex y sus amigos. Desde luego, como todos ya sabrán, también pasó con D, quien terminó considerándome su "amiga" y cuyos amigos ahora son míos también.

Nunca he sido una niña posesiva, de pose, arrogante, caprichosa, aprehensiva o “panchera” con mis parejas. Todo lo contrario, intento siempre tener los menores problemas posibles, trato de llevarme bien con la gente que rodea a mis novios y suelo ser lo más light (o lo menos intensa) posible. Claro, que hasta ahora me doy cuenta que eso, a la larga, no trae muy buenos resultados con los ligues. Pasa una de dos: o terminas siendo la mejor amiga de los niños con los que sales (mereciendo ahora tú el lugar de pretensa) o bien, terminas convirtiéndote la mejor amiga de los amigos de tu amorcito (en este caso, tu novio siempre terminará siendo tu ex).

Me pregunto qué es mejor: Ser la nena linda, buena onda, comprensiva y cero pedos destinada a ser la mejor amiga; ó ser la nena arpía, maníaca posesiva, psicópata a las que a pesar del eterno odio de sus amigos, siempre gana la eterna devoción del novio? (he ahí el dilema, dirían por ahí).

No podría asegurar que ser el segundo cliché hubiese podido garantizar un amor que a la fecha durara. Tampoco podría afirmar lo contrario. También he aprendido por experiencia que una vez que tu ligue te llama "amiga", todo ha valido madres y no habrá vuelta atrás; jamás volverás a ser la niña con la que quisiera "andar". Lo que hoy puedo decir con gusto, es que ser como he sido, me ha traído buenos nuevos y viejos amigos. No está mal.

martes, julio 29, 2008

They're trying to make me go to Rehab...

Una de las cosas de las que siempre me he envanecido es la gran cantidad de amigos con la que cuento. En realidad, para mí ellos son también mi familia; salvo por contadas y muy honrosas excepciones, ellos se han quitado la camisa más de una vez para dármela mucho más que gente que resulta consanguínea.

Agradezco mucho poder seguir conociendo gente maravillosa que sé (y espero) estarán presentes en mi vida por largo rato, al menos. Pero también están aquellos que han estado demasiado. Ellos han vivido todo conmigo. Saben mis andanzas, mi forma de pensar, me han secado las lágrimas y hasta han organizado verdaderos operativos estratégicos para sacarme de algún problemilla, ya sea poniéndome un grupo de personas dispuestas a moverse a mi señal u organizando planes de mudanza y escape.

A mi grupo de la prepa, a quienes llamo “el grupo de Apoyo”, tengo ya de conocerlos más de 10 años. Solíamos ser, al menos, el grupo base compuesto por 5 amigas, más agregados culturales que eventualmente hacían intermitentes apariciones en las aventuras. Como aquélla canción de los perritos, para mí de los 5 que existían, ya nomás quedan 3, incluyéndome.

Las cinco solíamos ir siempre juntas de un lado para otro. Cuando salimos de la prepa establecimos la buena costumbre de vernos una vez a la semana al menos. Así fuera vernos para fumar un cigarro y platicar unos 10 minutos, no se faltaba a la reunión. Así fue semana con semana por casi 5 años.Ya después, hace como 2 años, Elsa y Lady Red tuvieron alguna serie de malentendidos de “líos de pantalones” y se dejaron de hablar por largo rato. Así que, aunque cada quien tuvo la oportunidad de continuar la amistad con ambas por cuerda separada, Elsa salió de la usual convivencia de el grupito. Después los malentendidos fueron arreglados por voluntad de las involucradas. De forma media forzada, ahora se vuelven a encontrar en algunas ocasiones, pero aquello nunca volvió a ser lo mismo.

Tiempo después, sobrevino el incidente del “Cuchitril Gate”, evento por el cual, tuve que solicitar a las otras 2 integrantes del grupo que no me juntasen con Charms Wannabe. A ellas, aquél incidente no les pareció tal alarmante para que yo tomase semejante resolución, de hecho, hasta se molestaron por mi petición y aún a la fecha, hay momentos en los que tratan de que le hable nuevamente. De cualquier manera, terminaron entendiendo que, sin importar lo que ellas opinasen, no había ya marcha atrás.

Para mí, desde entonces el famoso grupo de apoyo se redujo a 3 personas: Lady Red, Poniatos y yo. Como era evidente, este giro en el camino dio lugar a encuentros mucho más espaciados y redujo los temas de conversación, pues nadie se sentía cómoda si se mencionaba “ese” otro tema.

Las cosas ya tampoco fueron iguales. Cada vez pasa más tiempo sin que nos veamos y pareciera que a nadie le importa realmente. A veces, creo que no es más el curso de la vida el que nos complica seguir tan unidas como antes, pues evidentemente, cada quien tiene sus ocupaciones, sus otros amigos, su familia y sus parejas muy formales (soy la única sin novio). También he llegado a pensar que de alguna manera, aún no han encontrado la perfecta absolución para aquélla persona que una vez más cuarteó al grupito feliz (entiéndase que fue Profana la malvada que decidió mandar a la chingada a Wannabe). Probablemente sólo sea que mi ondita ya no les parezca tan graciosa y ellas buscan ahora algo distinto a lo que yo quiero para este momento de mi vida. Claro que ya también me han aventado el rollo de "es que te la pasas en el desmadre y en las pedas" (chale, me siento como Amy Winehouse) y dicen estar legítimamente agobiadas, porque, por lo pronto, no tengo planes de tener una pareja formal, ni casarme, ni tener hijos, ni la vida de Stepford Wife feliz con la que debería soñar (y que parece ellas sí buscan).

Lo cierto, es que todo esto me trae sacada de onda. Aunque suene excesivamente cursi, siempre pensé que hay cierta gente con la que envejecería, y que desde luego, yo sería el testigo de su vida. Hoy dudo sobre la viabilidad de esas esperanzas. Y no me es fácil.

martes, julio 22, 2008

Por no dejar...

Probablemente no te enterarás. Dudo que desde donde estás puedas accesar a este medio.

Sólo por dejar constancia, aunque no lo leas...

FELIZ CUMPLEAÑOS, mi cosa hermosa!!!

lunes, julio 14, 2008

De embarazosas moralidades

Cuando me salí de la casa familiar hubo mil teorías respecto de mi decisión. Como vengo de una familia más o menos conservadora, evidentemente, nadie dio por cierto que lo que yo quería era simplemente vivir sola. Algunos dieron por hecho que me fui a vivir con mi entonces novio, porque al muchacho no le veían intenciones de casarse; otros apostaron porque seguramente estaba embarazada y preferí huir antes de que se supiera la inminente ( y desafortunada) verdad. Así como esas, mil patrañas de las que me enteraba por pláticas con mis primos, mi hermano, mi abuela y una tía que apoyó mi desición.

Dentro de mis más acérrimos perseguidores, se encontraba un hermano de mi madre, el Tío Bank, quien no obstante encontrarse verdaderamente lejos de ser un modelo de la vida más correcta, aprovechaba cualquier ocasión para tirarme piedras, aún viviendo en el nido familiar.

Tío Bank era un borrachales desde joven. Después, embarazó a una de sus novias, con la que no tuvo otro remedio que casarse cuando repitió la hazaña; ya la tercera de sus hijas, nació dentro del matrimonio. No obstante, seguí siendo un borracho y como entonces le iba muy bien económicamente, se dio el lujo de tener una amante de la que toda la familia se enteró. Recuerdo que alguna vez llegó a la cena de navidad ahogado de borracho exigiéndole a su hijo que lo llevara a ver mujeres a un table dance (jajaja, qué divertida fue la navidad ese año). Después de que le metieron un balazo en alguna borrachera, decidió acercarse a Dios, casi al grado de fanático, pues llevaba su biblia para todos lados y aprendió a responder casi a cualquier cosa con alguna cita de dicho libro. Toda su familia entonces parecía sacada de cuadro de beatos. Ellos y sólo ellos eran perfectos.

Fue entonces, cuando su suficiente calidad moral les hizo jueces de lo que era bueno o no. Las observaciones a mi persona fueron miles. Aquí, algunos ejemplos:

Crítica: Profana es bien huevona porque no ayuda a su mamá en los quehaceres hogareños. Eso está muy mal.
Mi respuesta: Ejem, si, pero yo trabajo medio día de 9 a 3 y estudio el otro medio día de 4 a 10. No estoy en la casa, por lo que no ensucio y los fines lavo mi ropa, plancho y recojo mi cuarto (que tampoco está tan sucio porque nunca estoy). Ojalá yo pudiera ser como tu hjija, mi prima Oris, quien trabaja de 8 a 12, quien ayuda a su mamá a lavar los platos que la chacha que tienen no lavó porque todavía no habían comido cuando ella se fue.

Crítica: Ay, es que Profanita es una fresa de lo peor. Cómo puede ser que toda su ropa sea de “marca” y que nada más le guste estar yendo a lugares carísimos.
Mi respuesta: Claro, soy una fresa de mierda. Si, me gusta vestir bien e ir a lugares de moda, pero todo eso me lo pago yo. Mis padres no me sufragan esos gastos. Cosa que no se puede decir de Oris, quien trae ropa mucho más cara que yo, que por cierto, ustedes pagan, y que tiene un clóset del doble de tamaño del mío. Ah, por cierto…. Eso sin contar que yo traigo un Tsuru más austero que nada; y su nenita trae un coche del año, asientos de piel, todo eléctrico y automático; pero ella no es fresa!

Crítica: Uff, es que Profanita no pasa nada de tiempo en familia. Eso está muy mal. Nuestros muchachos y nosotros siempre vamos juntos a todos lados.
Mi respuesta: Me pregunto por qué podría ser eso?? Será porque no es muy grato que lo estén criticado a uno??? No, qué va, es una delicia escuchar sus opiniones. Vamos, no es tan grave: Supongo que es una etapa propia de la edad, ya se pasará seguramente.

Cuando la mayor de sus hijas tenía quince años, se embarazó de sujeto desconocido. Después se casó con otro hombre, quien la terminó obligando a atender un puesto de jugos callejero (no obstante, el tío bank tenía buena posición económica).

Después, el hijo de en medio, poco antes de acabar la carrera, corrió con la misma suerte. Embarazó a la novia y tuvo que casarse con ella. El trabaja, a ella le dio más flojera esto de laborar y se dedica “al cuidado de la casa”, eso sí, exigiendo sirvienta, porque en la mañana, ella tiene que irse al gimnasio y no le da tiempo de todo.

Cuando me fui a vivir de la casa, la prima Ori era la única que vivía con ellos, y desde luego, la más criticona por ser entonces, la esperanza de esa familia, e intachable. Ella es más grande que yo, pero supuestamente, jamás había tenido un novio ni nada de nada, según esto, porque le daba asco siquiera la idea de besar en la boca a alguien y combinar gérmenes (obvio, jamás tomaba de un vaso del que ya alguien había tomado). Era la niña que iba de la casa al trabajo y viceversa, cero parrandas, cero amigotes. Ah, y claro, vivía pegada de su mamá.

Desde luego, con respecto a mi partida, ella era de las que apoyaba la teoría de mi estado de espera. Alguna vez le mandé decir con otra prima que si eso pensaba ella, tuviera la bondad de organizarme un baby shower.

Todas las teorías se disiparon después cuando empecé a ver a mi familia nuevamente y vieron que ni bebé, ni unión libre. Estaba sola y contenta, no más-.

A finales Noviembre del año pasado, recibí una llamada de Oris. El motivo de la llamada, era la invitación a su boda. La pregunta obvia era con quién se casaría cuando jamás se le había conocido novio. Me comentó que apenas tenía 6 meses de andar con él. Se habían comprometido en Septiembre. -¿Para cuándo la boda entonces?- pregunte. La respuesta fue: a mediados de diciembre, explicando inmediatamente que la premura era porque verdaderamente estaban muuuy enamorados y querían hacerlo lo antes posible. Acto seguido, hizo la pertinente y dudosa aclaración –Pero no estoy embarazada, eh!-. Quedé regresar la llamada para confirmar. Explicación no pedida…..

No pude asistir a la boda, ni verlos en otra ocasión, pero justo 15 días después de la dichosa boda, la feliz pareja dio la noticia de estar esperando a su primogénito. –Vaya, qué exactitud de muchacho y qué rapidez para detectar el embarazo- pensé entonces. Mis tíos siguieron jurando que ella no estaba embarazada, pero que tuvo la suerte de quedar preñada la mismísima noche de bodas que curiosamente, fue en casa de los recién matrimoniados, pues no hubo luna de miel.(Me pregunto si a mi prima le dará tanto asco besar a alguien en la boca, cómo le habrá hecho para coger???... naaa, ya no le ha de dar tanto asco!! jjejeje)

Hoy me entero por otra tía, que acaban de dar la maravillosa noticia de que el niño nacerá en cualquier momento. Según los papás de Oris, el Ginecólogo le hizo saber que dada la delgada figura de mi prima y el hecho de que el niño ya se encuentra en posición, podría nacer sietemesino… qué cosas!

Yo no sé si creen que somos pendejos, pero nadie les ha comprado el cuento. Me dan ganas de hablarles para mofarme en su cara con mil preguntas que no les dejen mucha salida. Me encantaría decirles lo irónico que resulta que ellos, que tanto me criticaron y que juraron que yo me salí de casa por estar embarazada, terminaran teniendo lo mismo en casa con una tercer hija con domingo siete y a quien mantienen (porque aparentemente, el marido no vive con ella y regresó a su casa); mientras que yo logré ser independiente. Sin embargo, lo no haré, pues terminaría repitiendo eso que a mí me molestaba tanto que hicieran.

La verdad es que me vale madre si haya quedado embarazada sin estar casada. Cada quién sabe qué onda con su vida. Lo que me molesta es que crean que tengan calidad moral para decirle a todo mundo que está mal, sin darse cuenta lo que ellos hacen (ver la astilla en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio). Esto de que salga el tiro por la culata, no deberían dejar de pensarlo, aunque admito que es divertido escuchar qué ingenios sacan para ocultar lo que todo mundo ya sabe.

Sólo diré: Bendito karma… a huevo!!!

martes, julio 08, 2008

De desastres agaveros ( o de por qué Profana no toma Tequila)

Todavía estaba en la universidad, supongo que para ése entonces cursaba el tercer año. Los viernes eran día obligado de dominó. Ya se nos había hecho costumbre. Ya nadie preguntaba si se armaba el juego o no. Simplemente llegábamos y todo lo demás salía por añadidura.

Ese viernes, me fui a comer antes con un amigo a una cantina cercana al lugar de reunión. Después de unos panuchos y unos tragos, nos fuimos al torneíllo de viernes.

Evidentemente, el ritual del juego siempre incluía varias bebidas, pues como es bien sabido por todos, el dominó no se puede jugar sobrio. No sé, uno no cuenta bien, no ayuda como se debe al compañero de juego, ni la victoria (no la chela, sino ganar), o en su caso, la derrota saben tan intensamente. Así que para luego, era tarde. Como ya venía entonadona, seguí bebiendo junto con los demás presentes.

Llegó después de un rato un exnovio. Siempre fuimos muy buena pareja, al menos, en el dominó. En el terreno amoroso nomás no coincidíamos. Como no pudimos pasar mucho tiempo juntos, en realidad, no había rencores ni sentimientos ocultos que hicieran desagradable o extraño el encontrarnos. Todo lo contrario. Siempre fuimos más amenos como amigos.

Para eso de las diez de la noche tenía que volver a mi casa. Mi toque de queda era a las diez y media. Traía también el carro, así que al menos, debía devolverlo a casa sano y salvo, pues mi madre le cuidaba tanto o más que a un hijo. Mi ex se ofreció a acompañarme para irlo a dejar y después traerme de vuelta al convivio. Como al día siguiente tenía una fiesta sorpresa en lugar desconocido, pensé en no seguir la borrachera esa noche. Aunque pudiese parecer imposible, me terminaron convenciendo de lo contrario.

Fuimos y volvimos. Llegué de nuevo a casa como a eso de las tres. A la media hora sonó mi celular: mi exnovio me decía lo pendejo que fue al no haberse esforzado más porque las cosas funcionaran y repetía que era yo el amor de su vida y la mejor vieja a la que había conocido jamás. Así se fueron dos horas. Después de cortesmente batearlo varias veces, por fin logré dormir.

El teléfono sonó a las ocho de la mañana nuevamente. Todavía estaba borracha. La llamada la hacía Charms Wannabe. Me decía que debía pasar por ella a las nueve y media, pues se había quedado de ver con otros amigos para emprender juntos la aventura a la comidita de cumpleaños. Llegamos a una casa en Tlalpan. Podía dejar mi coche ahí, pues todos nos iríamos en una camioneta.

El destino era Cuernavaca; así que la pasada a Tres Marías era obligatoria. Mi desayuno consistió en unas chelas, pues no se me antojaba comer. La casa a la que llegamos era enorme. Todavía no llegaban los rones, así que seguí con cerveza. Después llegó el Tequila. Recuerdo que tomé varios caballitos.

Abrí los ojos. Estaba en una habitación con varias camas individuales. Me pregunté cómo había llegado ahí. Alguien entró a la habitación, así que cerré los ojos. Probablemente, al hacerme la dormida, alguien podría decir algo que me diera pistas. Era Charms Wannabe, traía un plato de paella. Le pregunté qué había pasado. Aparentemente, la concurrencia de mesa a la que estabamos asginados, había tomado de forma descomunal, incluyéndome, desde luego. Me había quedado dormida , y mi peso muerto me tiró con todo y silla; situación que no fue óbice para que pronto encontrara acomodo en el pasto para seguir durmiendo. Alguien, entonces, me llevó hasta la habitación aquélla, donde había dormido aproximadamente una hora.

Muerta de pena, bajé nuevamente a la fiesta. Afortunadamente, para esa hora, ya la mayoría de la gente traía bastantes grados de alcohol en la sangre, por lo que poca atención me prestaron. Personas que se había metido con ropa a la alberca y alguno que otro que corría para llegar al baño a platicar con los monstruos, me hacían sentir que, en realidad, lo mío había sido cosa de nada. Seguí entonces bebiendo Tequila para no perder el statu quo.

Algún tiempo después, escuche que gritaban mi nombre con cierta desesperación. Charms Wannabe había tomado demasiado, algo así como 4 cubas (es que ella no bebe). Estaba absolutamente mal: parecía que había tomado días seguidos y algunos hasta pensaron que se había cruzado con alguna otra sustancia no precisamente legal. La encontré asida fuertemente del excusado y con el cuerpo tan rígido como un estambre. Todo mundo le dio algún remedio para bajarle el pedo, desde café, pasando por mostaza y desde luego, también se les ocurrió mojarla. Ella seguía sin reaccionar, también había tomado Tequila. Ya eran como las nueve de la noche.

Mi madre comenzó a llamar a mi celular hecha una furia, pues ya había pasado demasiado tiempo y yo no volvía a casa, ni daba señales de vida (peor aún, traía el coche!). Evidentemente, ella no sabía que me encontraba en la ciudad de la eterna primavera, pues no me hubiera dejado salir siquiera. Pensé entonces que lo mejor era subir a Wannabe a la camioneta, aún fuera en estado semi inconsciente y emprender el retorno al DF, pasar por mi auto y después llevarla a su casa.

Encontré a Nando, con quien nos fuimos y en cuya casa estaba mi coche, tirado en el pasto retorciéndose. Cuando le pregunté que qué hacía, me dijo la respuesta como si de cosa más obvia no se pudiese tratar: -¿qué no ves Profana? Estoy nadando en el pasto- (ah, si seré pendeja!). El chofer estaba completamente ahogado, lo que entorpecía mi plan de escape. Encontrar a alguien sobrio era todo un desafío; más aún, encontrar a alguien sobrio dispuesto a llevarnos de vuelta era casi imposible. Sin embargo, lo encontré. Subimos a Charms en calidad de bulto a la parte trasera.

Ya de entrada al DF, Poncho, nuestro nuevo conductor me hizo una observación con la que no contaba:

Poncho: Bien Profana, ahora dime: Por dónde me voy para pasar por tu coche?

Profana: Ah, se quedó en casa de Nando.

Poncho: Ok, entonces, Dónde está la casa de Nando?

Profana: En Tlalpan.

Poncho: Si Profanita, pero dónde? En qué calle? A qué altura?

Profis: No mames, yo no se! Es la primera vez que iba a su casa y casi no conozco el sur. Yo creí que tu sabías! (me re carga mil veces la chingada!!)

Poncho: No mames, yo jamás he ido. Bueno, déjame hablarle a X a ver si me puede decir.

Afortunadamente, corrimos con suerte y logramos dar con la casa como a las once de la noche. Sin embargo, nuevamente había otro obstáculo que sortear: había dejado las impertinentes, digo, intermitentes encendidas. Obviamente, para esa hora, mi mugremóvil ya no tenía batería y por tanto, arrancar era imposible. En mi borrachera, me dieron ganas de llorar, todo parecía pesadilla: mi mamá seguía hablando por teléfono elevando cada vez más los insultos y las amenazas; CW seguía perdida en el coche y ya no tenía tiempo para hacerla reaccionar (eso sin contar el cague que su papá me iba a poner por regresarle a su niña en tan deplorables condiciones), yo estaría castigada por años y el puto coche no prendía. Al ver mi cara, el buen Poncho paró un taxi al que le pagó para que me pasara batería.

Mientras conducía a casa de Wannabe, trataba de encontrar la mejor estrategia para que su papá no se diera cuenta de su etílico estado, o en su defecto, de minimizar las probables repercusiones. Varias veces le menté la madre cuando volteaba a verla desparramada en el asiento del copiloto. Para sorpresa mía, descubrí que la sabiduría popular no me traicionó en esta ocasión. El papa se encontraba abajo del edificio visiblemente consternado esperándonos. –“en la madre, ahí está tu papá”- dije mientras sentía que se me acababa el aire. En cuanto CW escuchó la frase y alzó la vista, algo en su cuerpo pasó, pero bajó del coche hecha una lady, saludó a su papá al tiempo que el explicaba que la tardanza se debió a un ligera descompostura del coche, y después se despidió de mi con tal coherencia, que uno jamás se hubiese sospechado que tomó una sola gota de alcohol. Bien dicen que el miedo no anda en burro. Nuevamente me había salvado.

La suerte ya había sido suficientemente benévola conmigo por ese día, era un exceso pedir más; así que del castigo y del regaño de dos horas con la dulce voz de mi madre mientras me empezaba a llegar la cruda o el down, nomás no me salvé.

La cruda me duró dos días. Desde ese día, sólo oler el tequila me da un no se qué nada agradable y, desde luego, jamás lo he vuelto a tomar.