Las rancheras no son propiamente mi género musical predilecto. Me gusta, no lo niego, pero de eso a que no escuche otra cosa, hay bastante distancia. Aún así, cuando el Rufián me invitó a ver a Chente, no tuve reparo en aceptar con inmediata emoción y sonrisa de oreja a oreja. La verdad es que él es harina de otro costal, de esos personajes que bien podrían resultar emblemáticos de México, de quien no puede haber alguien que no se sepa al menos una canción interpretada por él. La verdad, al Rufián se le antojaba simpática mi enorme alegría por poder ir a ver al cantante.
Ahí estábamos pues, yo emocionada de verlo y él un tanto escéptico. Chente empezó a cantar sacando ya a la segunda canción uno de ésos éxitos que hacen que el auditorio vitoree la selección desde los primeros acordes. Yo cantaba a grito pelado y Rufián se volteaba a verme con cara de curiosidad. Conforme las canciones iban pasando, más gente coreaba y se quitaba alguna pose que de principio pudo tener. Eso sí, tanto Rufián como yo de repente volteábamos a vernos esperando que el otro sacara, casi por arte de magia, alguna espirituosa que hubiésemos metido de contrabando. “Hace falta un buen trago”, nos repetíamos cuando el cantante le daba sorbitos a las bebidas que durante todo el concierto le dispusieron con generosidad, sabiendo que no lo habría. Cuando Vicente se puso a fumar un cigarro, de plano deseamos más que nunca que no estuviésemos ahí, sino en una buena cantina.
“Mientras ustedes no dejen de aplaudir, este charro no deja de cantar”. Frase característica del Chente. Comprobé que fue cierto. Como es lógico, al inicio los aplausos son animosos, y el cantaba más y más; el público seguía el reconocimiento al tiempo que el repertorio seguía agotándose. Ya todos estábamos un tanto cansados después de más de 3 horas de evento. Supongo que él lo estaba más, pero ahí seguía: Se aventaba finales de canción a pura voz sin ayuda de micrófono y las vibraciones retumbaban por todo el recinto. Es impresionante la voz de este hombre.
Mi acompañante se reía seguido de las críticas que entre canciones hacía a los otros presentes. Un señor de plano se quedó dormido. No comprendía cómo pudo hacerlo entre la gritería y el vocerrón. Otra señora ya entrada en años salió al menos 2 veces a un paso más lento que nada. Decía que iba como en rápido y furioso. Rufián se apenaba de mis comentarios pero terminaba riéndose. Ayer desciframos el secreto de la anciana: seguramente salía por tragos entre canciones para regresar bien entonada y poder seguir la bohemia. Descubrimos que nosotros fuimos aquéllos a los que les faltó estrategia (Ya sabemos para la próxima).
Lamenté que el evento fuera en el Auditorio Nacional, no por otra cosa que el hecho de que uno no pueda consumir bebidas alcohólicas durante el evento. Faltaba de menos, sin duda, el típico vaso conciertero de papel donde cabe la caguama. Y es que, supongo que no sólo para mí, el Chente es uno de los más efectivos y constantes compañeros de cantina, de borrachera y desde luego, de desamor. A mi estrecho criterio, pocas son personas que no han cantado a grito desgarrado Por tu maldito amor o De qué manera te olvido casi enjugando la lágrima y dándole un contundente trago a la bebida alcohólica de preferencia después de una generosa bocanada de humo de cigarrillo; para luego llevarse la cara a la mano en señal de arrepentimiento por haber cometido un error de esos graves, o bien, por haber permitido que nos hicieran al antojo del que entonces llamamos cariñosamente “amor”, o quizá reprochándonos la ceguera que permitió que todo llegara a ese punto. Al menos en varios círculos Chente, en la bohemia, es de esos que se quedan casi hasta el final, por lo general, el preludio a José José (no le quitemos la corona al príncipe pues), quien ya marca el mero final (que puede durar horas,) de la borrachera.
Fue un muy buen concierto, uno de ésos a los que siempre quise ir y por alguna razón, no había podido. Me gustó ir con alguien que no es precisamente su fan, pero que se unió con gusto al sentimiento o a los recuerdos que me unen con Chente (para siempre). Lo mejor, será ir la próxima ocasión a un palenque, primero porque nunca he ido a alguno y muero de ganas de hacerlo; segundo, porque ahí puede llegar uno ya bien entonado y seguir la bebedera. Chente así sabe más.
Mil gracias, Solecito!
¿Todavía sigue vivo esto? (o la recapitulación del bloguero entusiasta)
-
No sé qué pasó.
O sí sé pero no quiero recordarlo. El caso es que dejé en suspenso este
blog y me dediqué durante una década a seguirlo en Wordpress
Co...
Hace 4 meses