jueves, octubre 15, 2009

Contención

Me gusta la gente que puede desgarrarse las vestiduras; la que puede hacer tratados de sus muchos y muy variados sufrimientos; las que son capaces de discurrir sobre la misma observación o hecho en incontables ocasiones sin el menor asomo de pena, aún ante el interlocutor –más bien el espectador- que de tanto escuchar la misma historia podría recitarla al unísono y que, no obstante lo anterior, todavía guarda el buen gusto de disimular sus bostezos. Me gusta la gente que pregunta por tu vida dejándote pronunciar acaso una o dos frases juntas para luego, con la mayor y más fina de las pericias, dibujar a detalle el laberíntico mapa de los males que le aquejan. La repetición de nombres. Las plegarias a las deidades. La sobreadjetivación del detalle más nimio. La irrefutable psicosis maniaco depresiva y sus transiciones. Los reclamos. Los detalles informativos que se suceden en la justa proporción para no dejar datos de fuera pero que tampoco permiten que se cuele dato disímbolo al duelo.

Me sorprende su acrobacia e histrionismo, me provoca mayor deleite que tanta teatralidad pierda impacto a punta de repetición y que ello no sea óbice para que se continúe la función porque es el deber. Admiro la expresión de las reacciones impulsivas más genuinas ejecutadas con absoluta perfección de tanto ensayo de los gestos, las posiciones de las manos y el previsible desvío de la mirada selectivamente perdida. Me gustan los chubascos que a discreción hacen emanar de sus ojos sin importar en dónde o con quién se encuentren y el quebranto de voz que lo precede.

Celebro la perfecta coexistencia de su sentimentalismo y su insensibilidad. Me he detenido al impulso de ovacionar de pie la descarada declaración de fastidio y hueva que les provoca una persona que pasa por un mal momento, su pregón por lo incómodo que resulta la tristeza o la intensidad de un tercero y el hastío que les causa. Hay que ganar la partida de ajedrez que no sabían que jugaban: calificar con aire de superioridad como insignificante la pena ajena –mover al rey -, comparar situaciones para volver insustancial el relato competidor –gran enroque, jaque-, llorar, proclamar la miseria con la vista puesta al cielo- la reina avanza, jaque mate-.

La razón de que esto -que a muchas personas les pueda parecer bajo (que lo es, lo es)- no me desagrade del todo es que, en cierta forma, me causa envidia. A mi me funciona mucho más el hermetismo, contar mis penas con un toque entre irónico e hilarante, alejándome lo más posible de disertaciones emotivas. Prefiero honrar un buen dolor con silencio más que con lamentos. He aprendido a aprisionar el llanto tan bien, que rara vez sale a mi encuentro. La única forma en que puedo sentirme cómoda enredándome entre mis ideas es frente a un total extraño al que le pague para escucharme, generalmente loqueros (aunque pensándolo, no estaría mal incursionar en el terreno de los prostitutos), no por otra razón sino precisamente la de que ése es el servicio que prestan. Admiro al actor teatral de drama porque se precisa vocación, inmensurable coraje, sentido de oportunidad para divisar oyentes y de inoportunidad para empezar el discurso, persistencia al ser carrera de toda la vida; todas ellas, hermosas virtudes de las que carezco.

Hace un tiempo tuve el brazo izquierdo dormido por una semana. Después de descartar que sufría un ataque al corazón de a poco, alguien me sugirió visitar a un acupunturista. Así lo hice. Me dijo que tenía un bloqueo emocional y que necesitaba seis sesiones para arreglar el asunto físico y energético. El brazo dejó de hormiguear después de la segunda vez que fui al consultorio. Después de la tercera visita quedé con una tristeza sólo equiparable a la de un emo de la Glorieta de Insurgentes. A la cuarta vez que me pincharon le siguió un llanto incomprensible. No hubo ni quinta ni sexta vez, me dio demasiado miedo ir por la vida lagrimeando. Uno va al médico a sentirse mejor, no peor. Quizá debería iniciar el performance de alfiletero.

lunes, agosto 10, 2009

De la insoportable pesadez de la sobriedad

-Quizá debería buscar la manera de comprar una Windstar

-Cuál será la mejor Afore?

-Debería investigar cuántos puntos (Dios, son puntos acaso?) del Infonavit tengo. Cuántos serán necesarios para dar el enganche de una casa? Por una casa debería entenderse un departamento y éste debe ser céntrico…

-Santiago es un nombre que siempre me ha gustado, pero qué tan choteado estará?

-Dónde habrá quedado mi libro de “La inmortalidad”... y “El Decamerón”?

-No me había dado cuenta qué malo es el servicio en este restaurante.

-Bendita la hora en que hubo que desparasitar a Fino y Josefino.

-Debería poner mi lana en Unidades de Inversión? Qué tan arriesgado será invertir en Bonos del Gobierno?

-Ya he dejado un tanto abandonado el blog, pronto escribiré. Habrá algo que contar?

-Creo que esa insolada en el estadio me ha dejado brazo de camionero. Por cierto, quizá en esta condición ahora sí podría entender eso del “fuera de lugar” o “posición adelantada”.

-Por qué demonios pienso estas cosas?

-Ya, ya, necesito dejar de dormir.

-Y para qué demonios me quedo despierta?

-Por qué puedo coexistir con todas estas ideas cuando bebo y ahora no?

-Dónde he dejado abandonada mi habitual levedad?

-Cómo se podría reducir la extensión de 3 días?

-Jack Daniels, dónde estas?

Conclusión: Necesito beber ya!

miércoles, julio 22, 2009

De recuerdos, actualizaciones y miradas distintas...

Los domingos muy temprano por la mañana me levantaba para sacarte de la cama. En realidad, pocas veces funcionaba. Recuerdo que te empezaba a mover y tú, adormilado, sólo decías que te levantarías en breve, que mientras prendiera la tele para ver a Chabelo y me alcanzarías. Las primeras veces te creí y las otras sabía que tardarías algo de tiempo.

Me gustaba tomar todos los cojines de la sala, las escobas y trapeadores, y destendía mi cama para sacar las sábanas y colchas. Me las ingeniaba para construir una pequeña fortaleza, algo parecido a una casa de campaña mal hecha, que se me antojaba como impactante tienda de jeque árabe, pero aún así yo juraría que era más bien un castillito en el principado de mi cuarto. Eso sí, siempre dejaba alguna parte descubierta para ver la tele y otra para vigilar la entrada, porque aunque instalaba barricadas, siempre debe uno estar atento de sus visitantes.

Me emocionaba ver los concursos y carcajeaba con los chistes e irremediablemente me preguntaba si algún día escucharía la voz de alguno de mis primos de Guadalajara en la sección de los Cuates de la República.

Hacerla de arquitecto, ingeniero y maistro albañil los domingos a las 7 de la mañana cansa mucho. Siempre tomaba una siesta en mi recién inaugurado escondite y tú después llegabas con algo de comer y volvíamos a Chabelo hasta que se terminara. Cómo me divertían las catafixias y sus bromas! Te acuerdas?

Y resulta que tu ya te fuiste y yo sigo acá, y no soy niña, mas que a ratos cuando me instalo en el papel. Ya no construyo mi guarida, pero trabajo para pagar una. Te sorprenderías si te dijera que vivo en un callejón que puede dar miedo de verlo, pero a mi me gusta mucho, le pienso como el pantano con dragón incluido que rodea mi casa y que eso me da la libertad de bajar el puente para que la gente pase o muera en el intento. Tengo un gato, a ti te encantaban. A veces pienso que platica contigo cuando se queda viendo a un punto fijo donde no hay nada y comienza a maullar y luego calla y luego sigue maullando. Extraño tus libros, pero no me he animado a sacar uno sólo de tu biblioteca, siento que sería desmembrarla; la buena noticia al respecto es que compro todos aquéllos que se que no tienes, cuando la pueda unificar será mejor de lo que ya era. Lo malo es que esperaré a leer muchos clásicos, no pienso leer un Balzac que no sea tuyo. Ya no acompañaré con galletas, ahora será Wisky, porque he decidido vengar todos los tragos que tú no pudiste echarte. Pero todo esto tu ya lo sabes.

Hoy, que cumplirías años, vi al Calcetines y recordé ese cumpleaños en que te regalé una caja de calcetines. Pensé que probablemente fue un mal regalo, pero vamos, sabes que amo los calcetines. No te expliqué el por qué del regalo entonces; y tampoco te extrañaría si te cuento que a la fecha sigo diciendo mucho menos de lo que hablo. Ahora las catafixias son cosa de todos los días y lejos de hacerme delicias, más bien me abruman. Pero esto también debes saberlo ya.

Te sorprendería saber que este domingo también vi Chabelo desde las 7 de la mañana, sólo que ahora no desperté a nadie, ya estábamos despiertos desde un día antes y bebíamos y seguíamos cheleando. Los domingos pueden ser cosas totalmente diferentes o no tanto. La cosa aquí es que para comentar a Chabelo, el contexto, el subtexto y el hipertexto, se necesita a un niño o a un borracho bien borracho, el problema es que sólo estábamos bebidos y hacía algo de sueño.

miércoles, julio 01, 2009

De falaces focos (o no todo lo que brilla es oro)

Hoy durante la comida hablábamos de los juguetes de la infancia, de aquéllos a los que teníamos excesivo apego y de aquéllos que sólo se quedaron en la añoranza e ilusión, porque nunca llegaron a nuestras manos.

Comentaba que yo siempre quise un micro hornito. Ahora que lo pienso, quizá mis pocas habilidades para la cocina sean únicamente un reflejo, una barrera que puse años atrás a efecto de defender mi débil psique ante la decepción de nunca haberlo tenido. Lo importante era que el horno para mí era realmente mágico, no me cabía en la cabeza como siendo un juguete podía hornear de verdad, tal como lo prometía la publicidad. Era el más adelantado desarrollo científico entonces, tecnología de punta, polvos del saco de Merlín, hechizos nunca antes dichos y movimiento de varita mágica.

A una prima sí se lo regalaron y recuerdo que me emocionaba ir a su casa con tal de jugar con el horno. En cuanto llegaba lo sacaba de su caja sin siquiera preguntar, e inmediatamente conminaba a mi prima a sacar de su cocina los ingredientes para hacer el pastel de Chocomilk que venía en el recetario del juguetito. Podía pasarme la tarde entera haciéndolos.

Uno de esos días de visita familiar mi prima me recibió con el semblante serio como la seriedad misma. Después de darle la vuelta alguna que otra vez al asunto me informó que el micro hornito había valido madres: estaba descompuesto y sus papás no iban a pagar la reparación. Después de pasar un trago tan amargo y de sufrir no sólo por no tener yo mi hornito, sino de haber recién perdido el único que tenía, aunque fuera de lejos, propuse la solución más obvia y viable: juntar nuestros domingos y mandarlo a arreglar nosotras mismas. Alguien sugirió abrirlo y quizá averiguar lo que se encontraba mal. Me negué rotundamente a que se hiciera semejante cosa, el hornito sólo necesitaba una arregladita y, en realidad, la propuesta que hacían más bien se antojaba como una autopsia. No estaba lista para dejarlo ir del todo, eso no.

El hornito permaneció en su caja en el cuarto de mi prima algunos días. Ella y yo nos gastamos nuestros domingos en muchas otras cosas. Meses después el hornito fue llevado al cuarto de cachivaches por mucho mucho tiempo más. El día que lo encontramos de nuevo ya no éramos niñas y la ilusión del horno o de su reparación había pasado.

Su destino sería la basura. No podía regalarse a alguien porque precisamente estaba ahí por estar descompuesto. Decidimos abrirlo, quizá encontraríamos el enigma del por qué ya no pudimos hacer pasteles de chocolate.

Lo que encontré fue una sorpresa. Y no es que sea yo una experta en cosas de reparación, ni en eléctrica o en mecánica. En realidad, lo que fue motivo de asombro fue descubrir que la magia era algo más sencillo y común que polvos y varitas. La magia la hacía un foco. UN PUTO FOCO!!!! Eso era el hornito. Un chingado foco que se compra en cualquier lado. Un maldito foco de 100 watts, igualito al de mi lamparita de noche. Repudié la idea de pensar que toda mi infancia quise tener un foco! Que pasé navidades enteras esperando un foco en una caja de plástico, que tristeaba por no tener un vacuo foco y que me emocionaba ir a ver a mi prima porque ella sí tenía un foco!

La realidad es que me sentí engañada e insulsa. En qué momento algo tan del otro mundo se convirtió en algo tan inane?? Cómo pude haberme sentido tan triste por supuestamente no tener algo que efectivamente sí tenía? Y lo más importante: cuántas decepciones más me llevaría por descubrir que algo que parecía tan extraordinario y fuera de serie resultara algo falaz, ordinario y vano?

A la fecha, nunca me dio curiosidad hacer el experimento de hornear pasteles como aquéllos con un foco.

A un amigo le pasó igual, pero en su caso fue con la Máquina de Raspados (fiesta de sabor…). Las delgaditas aspas un día dejaron de funcionar. Él dio por inservible el juguete y a nadie se le ocurrió que las aspas podían ser afiladas nuevamente. Para su suerte, él descubrió entonces la licuadora.

miércoles, junio 24, 2009

Aceptarlo es el primer paso*

Esa madrugada de sábado fue especialmente calurosa. El reloj marcaba aproximadamente las 13:22 horas y el sol, por alguna razón que sigo sin explicarme a cabalidad, estaba en pleno. La temperatura era realmente elevada y como suele suceder en las madrugadas de fin de semana, amanecimos con sed. No había nada que tomar en el refri y el café no era una opción a tantos grados en el ambiente.

Me dirigí al Oxxo a comprar alguna bebida refrescante que aliviara, al menos momentaneamente, el bochorno que nos acorralaba. Caminé las dos cuadras que separaban al oasis de mi casa. Una caguama y dos six ayudarían en algo; también compré cigarros y burritos, pues no pasa inadvertido que el desayuno es el alimento más importante del día.

No sospechaba que algo tan rutinario me hiciera descubrir una de las actividades que más me gusta llevar a cabo los fines de semana. Caminé la primera cuadra de regreso a casa quejandome del calor. A la mitad de la segunda cuadra me encontré exhausta de cargar, así que bajé las bolsas para descansar los brazos. Me encontré frente al grupo de Alcoholicos Anónimos local. Primero pensé que eso podría ser una señal, que algo que no sé que fuera, me quisiese decir no se qué demonios. Entonces ví las cosas con claridad, porque en lo que hacía una conscienzuda introspección al respecto, por un momento bajé la mirada, ví cómo la bolsa se pegaba al vidrio sudado de la caguama. Supe entonces qué debía hacer: saqué una cerveza, volteé a mirar a través de la ventana el salón en que los Borrachos en rehab convivía, destapé la botella y le dí un generoso trago a la chela. Después seguí mi camino sabiendo que alguien me habría visto, y que con taaanto calor, hubiese querido estar en mi lugar. Esto también me hizo saber que soy algo empática: no me atreví a voltear a verlos mientras bebía, me hubiera sentido algo mal. Después de todo, no soy tan culera como pudiera creerse, aunque esto pueda ser sólo un error de apreciación.

He pensado en disminuir mi consumo de chelas y en su lugar tomar whisky porque es más bajo en calorías. Ya me han hecho notar que seré el Ave Fénix de la cerveza: seguramente regresaré bebiendo más y mejor chela. Por ahora, me haré acompañar de mi amigo Jack Daniels al Oxxo y seguiremos haciendo una parada frente al grupo de Alcoholicos Anónimos. Lo que uno es capaz de hacer por la figura!

*Título generosamente aportado por la Caperuza.

jueves, junio 04, 2009

Adios a las Bahamas

Le cuento que estoy en plena mudanza. Me contesta que es una vergüenza que él ya lo sepa y que no haya sido yo su fuente de información. Evado entonces el reclamo abundando sobre el stress que me produce guardar las cosas y todo eso que conlleva cambiar de casa; y lo mucho que me sorprende que mi plan de aguardar pacientemente a que todo se arreglara por sí solo mientras yo conservaría una actitud contemplativa, nomás no ha funcionado bien. Él suelta una carcajada y me dice que no le sorpende que haya decidido adoptar tal método.

Me comenta entonces que tiene la solución al problema, no al de la mundanza, sino al del stress: unos 4 días en Bahamas. No se si agradecer la buena aunque utópica propuesta, o si más bien enojarme por la burla que representa. Él ya lo sabe, pero se lo reitero: no tengo un duro, el plan resulta complicado. Contesta que la imposibilidad que le planteo es poco viable: los boletos y reservaciones están ya a mi nombre, todo está planeado para dentro de 3 o 4 semanas, según me resulte conveniente, por dinero, no hay nada que pagar. Resulta entonces obligado entrar al detalle ese de que no tengo vacaciones porque acabo de cambiar de trabajo, aunque él también lo sabe ya. Nada de qué preocuparse, me dice, su hermano me puede extender los justificantes necesarios, que de algo sirva tener un médico en la familia.

En mi mente se empiezan a crear imágenes de una típica playa caribeña tranquila y hermosa, como suelen serlo; y yo recostada en la arena blanca y fina, con un bikini en colores rojo y blanco para contrastar con el fondo neutral, con un chupe con sombrillita y cuadrito de piña en una mano y en la otra un libro. Casi puedo sentir la brisa salada y el rayo del sol sobre mi piel, por ahí corre una gotita de sudor que intenta huir del calor ambiental. Y sí, la escapada va muy bien, y la comida ha sido buena, y las pláticas y las risas no cesan, y en realidad esto ha servido para relajarme, y pásate otra cuba aprovechando que ya estoy medio borracha, y qué buena nalga tienen los lugareños.

Entonces empiezo a hacer cálculos de tiempos, nada más hay que pensar, si es gratis y tengo excusa para faltar al trabajo, pues entonces sólo hay que fijar fechas y ya. Julio me queda mejor, y el calorcito será más placentero por esas fechas y el bronceado quedará mejor.

Y entonces viene el pelo en la sopa: Bien, bien, partimos el jueves muy temprano a Miami, y de ahí hacemos la conexión a Bahamas. Mierda! Pequeño, pequeñisimo detalle: No tengo visa gringa ni oportunidad de que me la den en 3 semanas!. Dice que con suerte me la pueden dar. Y otra vez viene el dilema: es que no quiero solicitarla, no porque no quiera ir a Bahamas, es porque no quiero poner mi cara de circunstancia y amabilidad con los gringos. Por qué? pos si ni me voy a quedar en Miami: pa' ver sudacas con complejo de gringos puedo irme al norte de mi país. Sólo quiero ir a la playa, y no a una gringa, Por qué necesito visaaaa?

Pregunto si no hay otra forma de llegar a Bahamas. Dice que no, que el vuelo ya está así y no hay forma de cambiarle. Pide con serenidad y firmeza que saque la cita ya mismo, que quizá explicando bien las cosas todo salga a tiempo, que podría retrasar los planes una semana más.

Y entonces siento la punzada que me produce la idea de tener que pasar todo el show con tal que me dejen entrar a un país que por esta ocasión no pretendo visitar, y me enojo y quiero patalear, pero no puedo porque estoy en la oficina. Se que no me van a dar la cita pronto. Tengo que declinar la invitación, no sin sentir ganas de despepitar en contra de los gringos y decir que son unos putos, pero no lo haré, porque algún día quiero conocer NY, las Vegas y Nueva Orleans (un mardi gras no me caería mal).

Y entonces, con lágrima Remi en el ojo, tengo que decirle 'Adios' a Bahamas, aunque ni siquiera haya llegado a verle.

¿No podría ser algo más nacional, digamos, de perdida, Acapulco?

Voy a compar una alberca inflable, al fin ya habrá jardín!

lunes, junio 01, 2009

Entre casas

Recuerdo que cuando llegamos por primera vez, nos volteamos a ver y sin más explotó la carcajada. En realidad había motivos para reír, aquello parecía una broma. El anuncio era atractivo, pero ya estando ahí el inicio no parecía tan prometedor. Es un callejoncito estrecho, algo rústico y algún motivo religioso le daba un aspecto de barrio más-que-bajo. La cosa cambia al abrirse la puerta y ver la construcción cuidada, los interiores armoniosos y al escuchar la nada que brinda el aislamiento del callejón.

Ayer moví las primeras cajas para allá. Ahora sí, la Rumi es, por hecho y derecho, la Rumi. La serie comienza nueva temporada.


He pasado por varios cambios últimamente. La mayoría, he de reconocer y agradecer, han sido para bien, mucho en realidad. Fortuna ha comenzado a girar y la avalancha de sucesos ha dejado cosas súper buenas.

Las mudanzas siempre obligan a viajar en el tiempo. Empezar a desempolvar cosas y ponerlas en cajas suponen también una limpieza. He encontrado cajetillas de cigarros de antaño, boletos de conciertos, recibos de hace 3 años, cajitas caducas de Ritalín (ahora entiendo por qué he hecho tanta pendejada últimamente) y otras mil cosas que no me sirven para mucho, pero que al momento de verlas me hacen volver a aquél momento que les dio un lugar en mi casa aunque sea en el rincón más recóndito de ella, y entonces vienen las risas de lado, o las carcajadas o la melancolía. No he podido determinar si llevaré más cosas de las que tiraré, o al revés.

He vivido por tres años en el mismo lugar y en realidad no tengo muchas cosas. Sin embargo, no dejo de pensar que al departamento llegué sólo con mi ropa y mis libros. Ahora tengo que empacar también utensilios de cocina, medicinas, blancos...vaya, hasta decoraciones navideñas. Desconozco qué tan buen parámetro pueda resultar el crecimiento en función de las cosas que acumulamos y también de las que resulte necesario o conveniente dejar. Lo que sí se es que me falta guardar un chingo de cosas.

Dos gatos y dos niñas resultan una ecuación balanceada. Ahora habrá alguien con quien platicar cuando llegue a casa. Se que he elegido a la mejor Rumi, así que habrá tardes y noches de Calamaro, de tangos, de pelis y de chelas, disertaciones interminables, zonas ecoamigables y maullidos alegres. Habrá entrada de nuevas aventuras y personajes, mayor o menor presencia de los existentes y más pelo en la ropa... y todo ello resulta sumamente emocionante.

Si pienso en el Open house y en lo que seguirá mi hígado tiembla y me hace cosquillas, eso me hace reír más aún.

Pd: Hace poco veía un capítulo de Sex and the City llamado "A girls right to its shoes". En el, Carrie decía que sólo se celebra la vida de los casados pues se les dan obsequios cuando se comprometen, en las despedidas de solteros, en las bodas, en los nacimientos, etc, etc. En cierta forma tiene razón. Carrie entonces abre una mesa de regalos para celebrar su soltería. Rumi: cómo ves? Abrimos mesa de regalos?
Invitados: Absténganse de tarjetas Hallmark, gracias!

viernes, mayo 01, 2009

De la madurez, la infancia y la influenza

Y es que parece que nunca se deja la secundaria del todo. Uno cree que por envejecer y tener un trabajito en el que te exploten y a cambio te den una baba de perico que te alcance para comprar dos o tres oufits trendy y alguna que otra copa en un bar, uno ha crecido, es maduro y lo que ha dejado atrás nunca volverá. Y entonces pasa algo que nos muestra que en realidad las cosas no cambian tanto como uno cree.

Sucede que la influenza llega (o se originó?) en el DF. Sobre los datos duros no vale la pena hablar, todos tienen una versión, una teoría y sus cifras. Lo que es cierto es que nos cerraron los bares y restaurantes, los cines y cafecitos. Todo queda cerrado pero ello no merma en lo mínimo nuestras ganas de vernos, de brindar, de soltar chistes o de hablar de nosotros.

La solución obvia fue reunirnos en una casa. Llevamos películas y chelas. Todo suponía que se trataría de una reunión de gente adulta, que haría agudas reflexiones sobre los contextos en que la situación se desarrolla, entre comentarios sarcásticos, música y alguna peli de buen contenido.

Las cosas terminaron siendo un poco diferentes: Terminamos bebiendo en la recámara (porque supuestamente ibamos a ver películas), fumando ecoamigablemente, todos desparramados en el suelo o en la cama y, debido a la pacheca, escribiendo mensajitos en el caralibro. Un rato después nos dio hambre, y para felicidad nuestra, descubrimos con sorpresa que una de las asistentes traía un sandwich que compartimos.

Todo ello me pareció un flashback. Era como estar en secundaria, un día de pinta quizá, o una tarde en que acordamos estudiar en casa de uno; lo que en realidad constituía un pretexto para ir a tomar unas cervezas, fumar mota, el cotilleo del suceso semanal y estar con los amigos. Pero, sobre todo, ésto último era lo importante, no estar tan separados a pesar del aislamiento, porque hasta el que no está aquí estuvo ahí, una de las ventajas de vivir como en secundaria en épocas de messenger y celulares. Sin embargo, a pesar de ser adultitos, con trabajos en forma, con tecnologías avanzadas y deudas por acá y por allá, seguíamos haciendo lo que se espera de imberbes de 14 años.

Y ahí viene otro interesante contraste, porque mientras uno sale a la calle y ve al de junto con cara de suspicacia, se encierra entre puertas y termina más cerca de los que uno ya creía que estaba unido, y entonces viene la necesidad de expresarnos, aún sin palabras, el afecto; las ganas de compartir, el abrazo que quizá antes se escondía bajo el disfraz de la propiedad y el mensaje emotivo que no forma parte de la línea tradicional en la escritura; incluso, hasta el suceso de dormir junto a aquellos con los que no se había dormido, aunque al día siguiente se amanezca con la espalda torcida y con la ropa húmeda oliendo a cerveza.

El resto de la semana la he pasado en casa de la Caperuza, trabajando. También ha sido como volver a la escuela, cuando teníamos que hacer trabajo juntas, y sí, en efecto trabajamos, pero también divagamos igual que cuando estudiábamos juntas. Su mami, Doña Ross nos cuida, y otra vez me viene la idea de que en realidad, seguimos siendo un par de mocosas. 

Ayer fue el día del niño. Dicen que la influenza no permitió su debida celebración, y al contrario, yo festejo el hecho de volver a sentirme niña muchos años después de serlo... aunque siga pagando la renta y haciendo fila para pagar una cantidad grosera a los tarados de Hacienda.

lunes, abril 13, 2009

It's not me, it's you( ??) !!

Ya he recibido el breviario de las razones por las que los tipos que me gustan o me han gustado no andarían conmigo. Los resultados a continuación:



Soy desordenada.


En esta opinión concedo razón. Lo confieso, soy absolutamente desordenada. La cosa interesante acá es encontrar el motivo por el que me fijo en gente obsesiva del orden. Opiniones de dos hombres totalmente ajenos entre sí, de edades, profesiones y entornos familiares distintas lo confirman.


No soy niña de gym, spa y salón de Belleza.


Nuevamente, gente que ni se conoce ni piensa igual coincide en este punto. No me muevo ni en defensa propia, jamás abandonaría mi cama 1 hora antes de lo debido por hacer deporte alguno, ni desperdiciaría mis tardes de chelas por ello. La única bicicleta fija que uso es la de casa del Rufián, quien siempre se sorprende de mi ingenio, pues sabe que la uso más bien para poner mi cenicero porque así me queda cerca de mi lugar de ver la tele.


Igual me pasa con los salones de belleza y con los spas. A lo sumo, pasaré por esos lugares cuando vea que mi cabello en realidad está hecho una aberración, lo que sucede entre 1 o 2 veces por año. No más. Por otro lado, jamás me he pintado el cabello, ni me hago tratamientos para alisarlo o enchinarlo. Y por qué gastar cualquier cantidad de dinero en masajes o que te unten aguacate, cuando ese mismo dinero podría comprar unos buenos whiskys en una cantina??? Creo que sobra decir cual termina siendo mi elección.


Desafortunadamente, los tipos que me gustan suelen querer niñas con super maquillajes, cabellos de concurso y ropa absolutamente a la moda. Alguno de mis antiguos galanes dijo que yo estaba a dos pasos de volverme hippie porque no me gusta maquillarme mucho ni estar con imagen de "lista pa' la foto" todo el tiempo; lo bueno (?) fue que reconoció que soy una niña muy bonita, aunque un poco de arreglo no me haría daño (hombre, gracias, qué detalle).


Soy muy mal hablada.


A quien chingados se le ocurre semejante mamada? Quién putas madres no suelta una grosería cada cierto tiempo? Estas sí son pendejadas. A la verga!



Así que a eso se resume todo. Esas son las cualidades por las que justo cuando están a punto, terminan dando la vuelta. Y entonces me pregunto si debo cambiar y ser una niña modosita, linda, afable, arpía y tan superficial como para no importarme otra cosa sino la manera en la que luzco. La verdad es que me niego. Esa no soy yo, me arreglo cuando tengo que hacerlo, no ando de cara lavada pero tampoco con plastas de maquillaje como si de máscara se tratase, prefiero tomar un café mientras veo las noticias en mi cama por la mañana y las tardes de chelas con amigos por la tarde, y hablar como hablo porque me place y ya. Estoy entonces tan mal?


En eso venía pensando mientras arrastraba por la calle mi autoestima cuando me disponía a acudir a una cita. Justo cuando bajé del camión me topé con un tipo absolutamente guapo: rubio de ojos verdes, complexión media y estatura aceptable. Cruzó la calle cuando yo lo hice. Lo perdí de vista cuando me paré a fumar un cigarro antes de entrar al edificio en donde tenía la reunión.


Encendí el cigarro mientras repasaba mentalmente los puntos importantes a tratar. De repente tenía enfrente al guapísimo hombre otra vez. Me preguntaba por una dirección y de inmediato se podía saber que era español. Respondí y él siguió haciendo la plática diciendo que había salido a dar un recorrido y se había perdido, que había llegado ese día al DF a hacer un trabajo y que al día siguiente tendría que irse a Guadalajara, lugar donde residía por una beca que se le había otorgado. Me preguntó por un buen lugar dónde parrandear más tarde. Le di santo y seña de varios lugares y entonces me dijo que venía solo y me invitó a acompañarlo. Yo había ya acordado verme con unos amigos, así que le dije que podía unirse a mi plan. Me pidió mi teléfono cuando le dije que me iba porque me esperaban en la oficina de la cita.


Como resulta natural, me dejó contenta la situación. Venía dando tantas vueltas a las respuestas del por qué siempre no se habían animado a andar conmigo y, al final, el suceso me elevó el ánimo de nuevo. Sobre todo, pensaba que en realidad no podía estar tan mal. Era realmente un tipo guapo, guapísimo, que me había hablado así de la nada, que seguramente se había inventado una historia para acercarse. No, de verdad, no podía estar yo tan mal después de algo así.

Esa noche nos fuimos de juerga con unos amigos y después con la Srita. P. La parranda fue algo maravilloso, me sentía bastante cómoda con el españolito, él se adecuó bien al desmadre de mis amigos y hubo harto Absinta. La fiesta terminó con la luz del día. A eso de la 1 de la tarde me mandó diciendo que regresaba a Guadalajara, que seguíamos en contacto.

No volví a saber de él hasta el siguiente fin de semana, en que me comentó que leía un libro y que me lo recomendaba. Me hacía llegar también la página de internet de donde podía bajarlo, para poder discutirlo después. Pensé que el tipo había escuchado bien que me gusta leer y que era una forma sutil y elegante de seguir en contacto.

Lo que sigue es lógico: Bajé el libro de internet y me puse a leerlo. Lo que no era lógico es el tipo de libro que leía. Trataba de esoterismo, de una doctrina antigua como el tiempo mismo (a la que se dice, incluso Buda y Jesús pertenecieron), que aspira a la santidad y divinidad del hombre, que atribuye poderes extrasensoriales y extradimensionales a sus iniciados, utilizando como elemento alquímico el amor y el sexo.

Cabe mencionar que la primera parte del libro habla de sexo. Conforme lo leía, podía notar que incluía algunas técnicas recomendadas por el Tantra o el Tao, cosa que me pareció harto interesante pues, después de todo, el muchacho traía buenas y bonitas intenciones. Era una forma poco sutil y algo sofisticada de ligarse, al menos por curiosidad, a esta Profana persona. Hablaba de la contención del semen para conservar energías, incluyendo explicaciones fisiológicas y endocrinológicas de los qués y porqués de este tópico. Hasta ahí, todo bien.

Lo que ya de plano no me cupo en la cabeza era la premisa de que jamás (nunca, olvídalo) se podía eyacular. Eso ya me pareció descabellado y antinatural. Después se podía leer un tratado de cómo seguir estas prácticas llevaba como efectos colaterales la capacidad de ver más allá de lo que los ojos miran y escuchar más allá de lo que los oidos perciben y, una vez logrado esto, poder entrar a otra dimensión. Eso ya estaba loquísimo. Y la pregunta en realidad era: cómo pasó esto, si se veía tan normal??? Sobra decir que no he sabido más de él.

Fue entonces que vislumbré que puedo ser desordenada, algo desarreglada y muy grosera, pero no pirada. Y que en realidad, los que están mal son ellos; aunque, por otro lado, lo que todos ellos tienen en común, soy yo ¿ no?

Soy yo, o son ellos?

lunes, marzo 23, 2009

27 años!

En ocasiones me enojo porque los recuerdos me brincan a la cara sin el menor aviso previo. No es que me molesten de repente lleguen, debo aclarar, pero sí que lo hagan cuando uno simplemente no quiere acudir a ellos. En esto radica la practicidad de las Cajitas en donde guardamos fotos, cartas, flores secas, boletos de conciertos o cine, envolturas y hasta botellas (sí, yo tengo botellas); simplemente, cuando uno quiere acordarse, abre la cajita que puede volverse de Pandora o cofre de Tesoros, según el caso, y una vez que la travesía en el tiempo haya llegado a su fin, las emociones que contienen esos objetos se guardan bajo llave hasta que la necesidad nos lleve a recurrir a ellos de nueva cuenta.

Cuando estaba por cumplir 18 años mi papá estaba en el hospital gravemente enfermo. La última vez que lo ví me tocó presenciar una escena horrible que me dejó el músculo inmóvil, la boca abierta y silente; y el pecho desinflado y sin aliento. Mi familia y algunos doctores fueron de la opinión de que no regresara en algunos días al hospital. Cuando mi papá salió del coma no me dejó visitarlo en el hospital, su estado de salud era aún delicado y su condición física estaba bastante degradada. Él se negaba a la idea de que yo lo viera así; después de todo, el fue mi héroe, y a los héroes no debe vérseles cansados y débiles.

El día de mi cumpleaños caía entre semana, así que me desperté temprano, me metí a bañar y fui a buscar algo a la cocina para desayunar. De camino noté que en el comedor había una tarjeta. Era lila, traía un conejo con un pastel y en el interior sólo decía “Feliz Cumpleaños”, mi papá escribió en ella Con cariño, de tu padre y la firmó, fechada el 22 de marzo de 2000. A la fecha no puedo decir qué sentí en ese momento, no sé si fue alegría por saberle presente, o si fue tristeza por saberle ausente también; sólo sé que lloré. Mi papá tampoco me dejó visitarle ese día y no lo volví a ver. Falleció una semana después. Esa tarjeta la guardo como uno de mis más preciados objetos.

Los festejos propios de mi cumpleaños de este año se hicieron este sábado. Hizo falta una mesa para algo así como 20 personas para resumir de la manera más sucinta 27 años, así como algo de crédito de los que me hablaron del interior de la República y hasta del Extranjero justo cuando dieron las 12 de la noche en los respectivos lugares. Alcohol y comida, risas, fotos y más alcohol. Ahí había imágenes de mi vida, de lágrimas, de carcajadas, de pláticas filosóficas, de hablar sin aterrizar y de decir sin pronunciar un solo sonido, de idas y regresos.

Para todos aquellos que seguro se preguntaban cuál sería el regalo de mi tía Lancha, debo presumir que este año me hice acreedora de una despensa (tipo arcón navideño) que según dicen mis fuentes de información más fidedignas, incluye hartos rollos de papel de baño. Sí, sé que me envidian, deal with it!

Ayer fue mi cumpleaños 27. Después del convite en la cantina, llegué a mi casa a sacar de la cajita de los recuerdos la tarjeta que me dio mi padre en mi cumpleaños 18. La puse sobre la mesa y me fui a dormir. Fue lo primero que ví en la mañana. Como aquélla vez, me senté y la leí. Me sentí alegre porque sé que mi padre también se fue a vivir conmigo.

Siempre tuve ganas de ir a Rusia, por lo que mi cumpleaños parecía pretexto ideal para hacerlo. Así fue. Caminé entre los cuadros del Museo Estatal del Ermitage, admiré huevos Fabergé, ví las hazañas de Pedro el Grande por lo que hizo a la marina en San Petersburgo, me paseé por el Clóset de Alejandra Feodorovna Romanov en Tsarkoye Selo y también hubo un poco del célebre ballet ruso. No había llegado antes a las Aguas del Neva por falta de tiempo y dinero, pero si la montaña no va a Mahoma, entonces Profana va al Museo de Antropología e Historia a ver la Exposición “Zares. Maravillas de la Rusia Imperial”. De regreso al país, decidimos ir a comer-cenar pasta con vino a un restaurante Italiano. Todo fue tan internacional!

No logré recordar bien qué hice el día que cumplí los 18, pero lo más probable es que haya estado con muy poca gente. Tuve gran satisfacción de saber que hubo mucha gente para mí este cumpleaños, y no es el número de asistentes lo maravilloso de la situación, sino la cantidad y la calidad de cosas que he vivido con ellos, y poder darme cuenta que conforme pasa el tiempo es posible mantener a los grandes amigos de mucho tiempo, pero también que conozco a más gente que me quiere y a la que adoro. Sé que mi papá también estaría feliz por ello y que me pediría en un día como ayer, les hiciera extensivos sus mayores agradecimientos por estar ahí para mí. Gracias.

A veces, las cajas de recuerdos son insuficientes; pero en lo que consigo una más grande, ya metí el boleto de la expo como si fuera una joyita robada de la Rusia Imperial.

jueves, marzo 12, 2009

Mi mejor fiesta de cumpleaños (o en términos kitsch, los XV años de Profana)

Cuando tenía 14 años, una de las burlas recurrentes que mi papá me hacía era anunciarme que pronto compraríamos un vestido ampón y rosa y que contrataría una limusina para festejar mi decimoquinto cumpleaños. Yo solía contestarle que mejor ni se le ocurriera semejante cosa, porque no era nada parecido a lo que yo quería; mi deseo era ir a Egipto, quizá a París (oh, sí, que cursi) o, tener un automóvil uno de esos que, según su publicidad hace un tiempo, todos teníamos uno en la mente.

Siempre disfruté las fiestas de quince años de mis amigas, se bailaba, la gente iba a ligar y siempre había espacio para la destructiva crítica del pésimo gusto de la anfitriona, la comida sabor cartón que se servía y, claro, los inusitados y ridículos valses y nada inocentes “bailes sorpresa” (me pregunto a la fecha por qué los llaman así, si todos sabemos que habrá uno) . Como solía ser un año menor a todos mis compañeros de salón, para cuando yo iba a cumplir mis quince años (ohhh, esa frase siempre me parece tan kitsch), la mayoría de mis conocidas cercanas ya habían hecho su fiestecita. A mí me daba gracia ver el furor con que escogían invitaciones y asistían puntualmente a poner las coreografías de sus bailes y el hecho de que cada suceso relacionado con la pachanguita pudiera llevarlas del cielo al abismo en cuestión de segundos. Eso no era para mí, se me hacía tanto desperdicio tan innecesario, yo había resuelto que ése justo día haría una reunión sencilla con mis amigos más queridos. Ya ven, uno siempre tan sofís.

A mi papá le dio un infarto cardiaco una o dos semanas antes de la mentada fecha. Todo ese tiempo estuvo hospitalizado y, desde luego, a ninguno le preocupó nada más en la vida que él. Como era lógico, ya no se hizo ningún plan para mi cumpleaños, por lo que les dije a mis prepos amigos que no habría reunión alguna y que veríamos si para después. Tampoco era que me molestara no hacerla. Lo cierto es seguramente se me escapó alguna lágrima cuando di el anuncio porque yo estaba muy triste, no por el eventito, sino por la salud de mi padre, que me traía violentas visiones de soledad e incertidumbre.

Mi primer gran regalo de cumpleaños de ese día (sábado), fue su vuelta a la casa. Lo primero que hicimos fue instalarlo con toda la comodidad posible para que descansara. Después, me fui a nadar como acostumbraba todos los fines de semana. A mi vuelta encontré a algunos familiares que habían ido a visitar a mi papá. A eso de la 1 de la tarde sonó una vez más el timbre. Corrí a abrir la puerta imaginando que serían algunos tíos.

Lo que pasó en la siguiente media hora es difícil de explicar, todo sucedió muy rápido: los de la puerta eran mis amigos, traían un pastel, hot dogs, refrescos y un vestido de quinceañera. No recuerdo si atiné en decir alguna palabra, pero sé que las niñas me metieron a mi cuarto, me enfundaron en el vestido, me pusieron algún collar que tenía guardado y me amarraron el cabello en el chongo más decente que por las circunstancias se pudo tener. Recuerdo que yo seguía sin entender absolutamente nada, pero me sacaron del cuarto y mientras nos dirigíamos a la sala, alguien me dijo que sólo siguiera la corriente, que “ellos” me iban a decir qué tenía que hacer.

Recuerdo que cuando llegué a la sala ya había sillas dispersas por todo alrededor. Mi padre también estaba sentado con el resto de la gente y sonreía de tal forma, que a la fecha ése recuerdo me causa una tremenda sonrisa a mí también. Mis amigos del género masculino estaban apilados en algún lugar de la sala, lugar que eligieron mis amigas para dejarme parada. Alguien dijo “ya ponla wey” y de repente de dejaron escuchar las primeras notas del algún vals. Yo me quedé inmóvil, así que alguno de los chicos me dijo que sólo bailara. Ellos ya se movían acompasadamente como si se tratase de coreografía, así que yo hice lo mismo. Me fueron pasando de una pareja a otra, mientras giraban y hacían círculos y líneas. Fue sorprendente saber que ellos habían estado ensayando para ese día.

En medio del vals se armó algún debate, pues uno de mis “chambelanes” (taaan kitsch) invitó a mi papá a bailar conmigo. Todos estábamos en realidad preocupados, el corazón de mi papá se encontraba débil y la sugerencia podría convertir la fiesta en un desastre. Mi papá se puso de pie y sólo atinó a callarnos a todos, para después dar algunos pasos hasta que estuvo enfrente mío y nos pusimos a bailar, yo en mi vestido largo y él en jeans y camisa de cuadros de franela.

Después de eso, mis amigos y yo nos pusimos a bailar. Mi papá sacó botellas de su cava y todos nos la estábamos pasando realmente bien. Mi familia estaba gratamente sorprendida, ni ellos ni yo jamás imaginamos que algo así sucedería , y no dejaban de repetirme lo afortunada que era por contar con amigos capaces de estar acompañándome en los hospitales y que al día siguiente prepararan una fiesta sorpresa así.

A la mejor amiga de mi mama se le ocurrió que, ya aprovechando que tenía puesto el vestido, podrían llevarme a tomar fotos. Las poses que hacen que uno tome me parecen tan exageradas y pretenciosas; sin embargo, la toma de la pose más antinatural fue la elegida, me pareció tan ridícula que me solté a reír como loca, y precisamente la sinceridad de esa risa fue la que la hizo sencillamente hermosa. Prohibí expresamente que esa foto fuera colgada en pared alguna de la casa. Hoy me lamento de haberla dejado ahí, seguramente verla de cuando en cuando me haría mucho bien.

Como se junto tanta gente de forma inesperada, los hot dogs fueron insuficientes, así que mandaron traer pizzas. Comimos, bebimos y bailamos toda la tarde. Mis amigos se fueron ya entrada la noche. Nunca terminaré de agradecerle a Lady Red, a Poniatos (quien puso el vestido, y a uno de mis chambelanes que era su novio, el Topo), a Pavel, el Ñero, Beto y a todos los que estuvieron ahí.

Ese fue el mejor cumpleaños de mi vida. A la fecha me conmueve sobremanera tan hermoso gesto. Todo terminó siendo kitsch y adorable. Sin embargo, puedo decir que el menú fue exquisito, que el vals fue de lo mejor, que ése vestido prestado me quedó como guante, que aunque no hubiese gran salón o mantelería de lujo, ni peinados elegantes, ni ropa de fiesta, ni grupito versátil que cantara Brasil-Brasil mientras repartían globos; ha sido, por mucho, la mejor fiesta de quince años en la que he estado jamás.

Al final, no hubo viaje ni coche. Pero después de semejante cosa, quién se acordaría de ello?

lunes, marzo 02, 2009

De frases que están al puro chile!

A veces la rutina pesa, cansa, se vuelve un lastre. Estar a sabiendas de lo que hay que hacer, de la ruta que vamos a seguir, de las caras que veremos y hasta de la ropa que usamos da, desde luego, cierto marco de seguridad, pero el hecho de que las cosas se vuelvan predecibles quita ese algo que le de chispa a la vida.

El lenguaje no es diferente. El mundo globalizado implica el uso cotidiano de palabras en otro idioma. No es que haya un problema con ello, hay que estar pendientes de las tendencias. Sin embargo, el rescate y preservación de nuestro idioma, de nuestras merísimas raíces también resulta importante.

Por ello, Profana, siempre preocupada por la conservación de las costumbres y por la renovación de algunas frases conocidas, se ha lanzado en una investigación que les permita expresarse de forma distinta, pero no menos acertada. Así, aquí les dejo unas de los resultados más ilustrativos de esta ardua labor.

- Por qué no cambiar el vulgar "macitaaa" o "pacitooo" a algún objeto de nuestro deseo por Con usted de aguacate, me como cualquier guacamole...

- Y si acaso a usted, fino lector, le ha desagradado semejante expresión, en vez de responder con el ofensivo término "ay, naco" o alguno semejante, tendrá a bien dar como contestación Este aguacate no te lo embarras en tu bolillo!

Se da cuenta usted? Las ganas de emitir un piropo y su sentido no cambia, sin embargo, puede hacerse de forma educada, y más aún, conservando nuestro folklore típico mexicano.

Ahora bien, otra que puede usarse (o revivirse) y que seguramente dejará callado a mas de uno, es el que a continuación se enlista: Como dueño de mi atole, lo menearé con mi palo. No, malpensados amigos, esta frase no es precisamente de índole sexual (aunque bien podría aplicarse), la idea encapsulada en este dicho es la falta de necesidad de un consejo, pues uno hace de la vida propia lo que quiere. A poco no es una joya?

Supongamos ahora que usted está enamorado, de ese amor que le cala a uno hasta el hueso. Acudir a las gastadas frases que ya todos conocemos puede hacernos sentir incluso apenados, en obvio de que no estamos expresando en toda su magnitud nuestro poderoso sentimiento. Pero qué tal que se cambia la frase a un Contigo, la milpa es rancho y el atole champurrado? Imagine la cara del bienamado ante una afirmación tan especial y contundente. No hay margen de error, se lo aseguro, todos caen redonditos, seguramente el mismo Cyrano de Bergerac o Romeo Montesco la hubieran aplicado, de no ser por el hecho que desconocían el náhuatl.

- Si comes camote caliente, aléjate de la gente. Esta expresión tiene dos usos de práctica aplicación cotidiana. El primero de ellos implica una recriminación a la persona que perturba la paz de una reunión; el segundo implica la expulsión intencional o no de un flato. En cualquier caso, conmina elegantemente a la discreción. Bello!

-Estar al puro chile! Estar a la perfección o a la medida de las necesidades.

Ahora, amigos, cuántas veces hemos visto a una persona que no puede expresar abiertamente su cólera y sólo se mueve en el asiento? En este caso, podremos hablar de una persona que está haciendo chile con el culo. Dejemos expresiones vulgares como "encabronadísimo" o "se lo carga la chingada" para gente menos instruida o poco interesada por la conservación de nuestras lenguas indígenas. Al fin y al cabo, el énfasis de dicha frase no resulta más sutil y hasta deriva en mayor teatralidad.

Andar como cócono.- Estar borracho (aludiendo al conocido moco de guajolote).

Ahora bien, una forma sutil de negarse a participar en actividades presumiblemente deshonestas o problemáticas podría ser yo no como huausoncles por no ensuciarme los dedos. Claro y directo, pero ante todo, educado.

¿Batea de izquierda? Una frase tan gastada, qué poco original. Mejor, para referirnos a alguien de distinta preferencia sexual podemos usar le gusta que le llenen la jícara. Nótese el impecable uso de un elemento tan característico y mexicano. Lo dejo a su consideración, o como diría el puto: ay tu!

Ponerse a dos reatas y un mecate.- Comer y beber en exceso en una fiesta. Qué gran detalle sería sacar esta frase en el chismerío del día siguiente del convite!

Los gatos son animales muy hermosos y elegantes. Nunca he entendido la razón por la que se le llama gato a una persona de poca educación o gracia. Por tal motivo, abandonemos esta alusión y digamos en su lugar Prófugo del metate. Aplica también para gente que ha elevado su posición social sin que haya eliminado sus carencias culturales, al igual que Aunque ahora duermas en cama, sigues oliendo a petate, para denotar el origen rústico de alguien.

El que tenga miedo a las espinas, que no entre a la nopalera. Advertencia de riesgo y necesidad de valentía frente al mismo.

Coger es una palabra que ha perdido su sentido y de repente se antoja soez. Recuperemos la pasión del lenguaje al referirse a la cópula, diciendo en su lugar desgastar el petate. También constituye una buena proposición, sin duda.

Ilustremos:

Vamos a coger / vamos a desgastar el petate.
... y estábamos cogiendo cuando... /... y estábamos desgastando el petate cuando...

con cuál se quedan ustedes?

A todos nos han roto el corazón. Las frases que generalmente se usan para reprochar la falta de amor ya también suenan tan prefabricadas que han perdido eficacia ¿por qué me haces esto si yo te amo? vamos, ya todos casi conocemos los guiones. Saquen de terrenos conocidos a los ingratos, pregunten ¿Por qué con tamal me pagas, teniendo bizcochería?. Seguro el impacto de la pregunta les hará tener la absoluta verdad como respuesta.

Claro, claro, el que formula semejante pregunta se arriesga a tener contestación que lo lleve al más profundo abismo de tristeza y rabia (pero bueno, el que le tenga miedo a las espinas, que no entre a la nopalera). Por tal motivo, para no quedarse nomás callado, podemos dar una patada de ahogado- como coloquialmente se dice- y podemos hacer todavía patente nuestro desprecio (Advertencia: tomen en cuenta que son frases del náhuatl, así que esta puede ser un tanto machista), haciendo la siguiente cita: He frito mi longaniza en mejores tepalcates. Touché.

Aunque claro, el último recurso, la frase ardida, también tiene su símil: Presume de Pavorreal y no llega ni a zopilote. No necesitamos abundar, cierto?

Verdaderamente espero que podamos utilizar más seguido estas sencillas e ilustrativas frases. Después de todo, podemos crear moda y conservar nuestra rica tradición oral.

Antes de que el tecolote le cante a este post, si a alguno de ustedes ha surgido la curiosidad por aprender más frases, pueden consultar el Diccionario del Náhualt en el Español de México. UNAM, 2007.

Ponganse piocha, o lo que es lo mismo, listos!

jueves, febrero 19, 2009

De la Condesa: personajes inhóspitos y volantes.

En términos generales, considero que la Condesa es un buen lugar. Salvo por sus problemas de estacionamiento y sus continuos embrollos de tránsito (a mi qué más me da, si ni coche tengo!), la colonia resulta hasta pintoresca. Vivir o trabajar por aquí tiene su lado peculiar. Soy frecuente de estos lares desde la universidad, dada su cercanía; mi primer trabajo fue también aquí y una de mis mejores amigas es vecina de la colonia, así que jamás he abandonado estos rumbos. La zona tiene su pulso, su aura y sus olores. Mi continua presencia en sus lugares me han hecho convivir con la gente que la integra: meseros, bartenders, dueños de bares, la gente que te hace el café y hasta los viene-viene (y no sé ni por qué, si yo ni coche tengo!). Me gusta caminar por sus calles, ver a la gente en los restaurantes, entrar a las tiendas de diseño a ver lo que hay de novedades, y sobre todo, ir a sus bares a relajarme después del día laboral.

La Condesa también tiene a sus personajes. Está por ejemplo, el señor que vende máscaras de luchador; la señora que canta con su guitarra “T-t-t-t-t-t-t-tranquis, tranquis”, el señor viejito de sombrero que vende plumas (para escribir, no de aves), el ñor de las películas, o la otra señora que vende pulseras en una cajita de galletas danesas. Simplemente son parte del vecindario y avistarlos en los cafés y en la calle es cotidiano.

Se coexiste bien aquí o eso pensaba, hasta antes de encontrarme a otro personaje.

No suelo salir mucho de la oficina, y cuando lo hago, generalmente tengo que ir muy a prisa. Uno de estos días que me encontraba en la tiendita de la esquina, llegó una mujer repartiendo volantes.

Filosofía Profana: No suelo aceptar volantes en la calle (salvo los que se tratan de comida para tener un menú el número telefónico en la oficina). No me parece que tenga sentido, después de todo, si uno necesita algo, lo busca en internet y ya. En esta tesitura, el volanteo me parece un desperdicio de papel, pintura y esfuerzo humano. Tampoco cambia mi criterio con aquellos que se refieren a causas sociales. Sé que, eventualmente, ni los voy a leer y terminaran hechos bola en el cesto de basura, por lo que se me hace poco considerado que si alguien promueve una causa, tire su esfuerzo y recursos por la borda. Así, ante cualquier ente que empieza a levantar su manita extendiendo el papelito, inmediatamente declino la oferta con un –No, gracias! (no hay que perder los modales, pues).

Pues hete aquí que Profana estaba comprando no se qué demonios en la tienda, cuando llega la señora extendiéndome una hojita al tiempo que decía que quería darme información sobre el SIDA. Para no variar, decliné la oferta. Justo en esas, la señora alza la voz y me empieza a decir que era yo una malagradecida, que ella sólo quería darme información, que por eso estaba la juventud echada a perder, que en nada me dañaría recibir el volante, que no siguiera en mi ignorancia y no sé cuántas cosas más. La gente empezó a voltear a ver el alboroto y yo sólo pensaba en la prisa que traía. En cuanto se calló la vieja, salí de la tienda.

La segunda vez que me la topé de frente, para variar traía prisa. Tomando en cuenta el antecedente, pensé que lo más sensato era tomar el volante en cuando me extendiera la mano y seguir mi ruta. Grave error: una vez que tenía en la mano el pinche papelito, la señora se puso a explicarme un montón de cosas del SIDA . Yo trataba sutilmente de seguir dando pasitos, pero ella, al darse cuenta, tuvo a bien decir –Pérate poquito, qué no puedes parar un minuto para que te explique? No seas maleducada!!!!-. Otra vez me puse a pensar en que tenía poco tiempo como para andarlo perdiendo así, tampoco entendí para qué repartía los volantes, si terminaba explicando todo de viva voz. Una vez más, en cuanto se calló, me largué, sólo que en esta ocasión me felicitó diciendo que era yo “una niña muy bonita y que me agradecía que la escuchara”. Mi plan falló otra vez, no hay forma de ganar.

Comprendí que le tenía miedo la última vez que la vi: Estaba en el mini súper, cuando ella llegó con sus volantes en mano. Se metió y empezó a buscar su primera víctima. Cabe mencionar que yo estaba muy cerca de la entrada cuando la divisé; lo primero que se me ocurrió fue correr hasta la parte más lejana de la tienda, es decir, los refrigeradores. Empecé a esconderme detrás de los anaqueles conforme se internaba por los pasillos de la tienda. Ahora el problema era salir con las mercaderías sin ser interceptada por la ñora en la caja. En cuanto se agarró a su incauto corrí casi aventándole el billete al cajero y me fugué a toda velocidad. Estaba feliz, ahora sí la había evitado.

No toda la fauna típica de la Condesa es grata y afable. Sirva mi testimonio como un consejo para cuando visiten la colonia: si se les acerca alguien queriéndoles hablar de SIDA, ahora saben que lo mejor es esconderse. Si esto no es posible y el encuentro es inminente, mejor respiren profundamente, piensen que tienen mucho tiempo, y agradezcan el sermón.

martes, febrero 10, 2009

De cómo Profana rechazó tontamente la oportunidad de rozarse con los famosos

A veces uno piensa que está estancado, que no tiene el anhelado futuro mejor, que ha llegado a su máximo nivel de crecimiento aunque ese tope represente más bien una mediocridad, y por ende, tendrá que seguir talacheando mientras otros pasan por encima de uno a ocupar ese puesto tan superior que uno nomás no da crédito, mientras entrecierra los ojos y frunce el seño en evidente descontento y extrañeza o agita los puños vigorosamente en el aire en señal de portesta. Claro que la actual situación laboral tampoco es un indicio de esperanza, sino todo lo contrario.

Sin embargo, la vida a veces da sorpresas maravillosas y nos hace ver que estamos equivocados. Hoy fui testigo de ello y me congratulo.

Hoy venía manejando por Insurgentes. Había tenido que ir a ver a una concertista, por lo que me arreglé un poco más de lo que suelo hacerlo. La tarde fue agradable, así que, pensando en ello, pude neurotizarme un poco menos a causa del tránsito propio de la hora pico sobre esa avenida. Justo a mi lado se paró un auto rojo descapotable. Venía conduciéndolo una chava no mayor de 30 años. Noté que se me quedó viendo en dos altos, pero tampoco le di mucha importancia. Justo en el tercer alto, la conductora se detiene justo al lado del auto que yo venía manejando, y me empieza a decir algo. Creí que se referiría a que quizá traía la puerta mal cerrada o probablemente a alguna falla con las luces o algo así.

Tuve que bajar un poco más el vidrio para escucharla mejor. Ahí, en ese momento, el cielo dirigió un rayo hacia esta profana persona:

Desconocida: Oye amiga, de casualidad no estás buscando trabajo?

Profana: (Amiga? pos cuándo robamos juntas, pendeja? Y sí, no estaría mal cambiar de chamba pero viene mi jefe) - No, no busco.

Desconocida (y aparentemente, amiga mía?): Ah, mira, lo que pasa es que estoy buscando gente. Es para trabajar en el Restaurante de Cuauhtémoc Blanco!

Profana: Ah, pos no, muchas gracias.

Entonces pensé: Oh, cielos, creo que he dejado pasar la oportunidad de mi vida!. Claro, acaso no es el sueño de todos trabajar para un futbolista que habla hasta con faltas de ortografía? Para qué demonios estudié derecho por laargos 5 años y me acongojo por no tener una maestría cuando mi vida podría resolverse trabajando en el restaurante del Cuau? Y lo más importante: de qué me vieron cara como para ofrecerme ese trabajo???

Desafortundamente, tuve que dejar pasar tan generoso ofrecimiento y una vez más postergaré mi oportunidad de rozarme con los famosos faranduleros del país o de escupir un plato antes de servirlo.

Después de tanta vuelta, sólo me quedaba una pregunta básica: ¿Mesa o gabinete?

Y yo creí que no habría oportunidades! Nomás no agarro talento. Ahora voy a ahogar el incidente en ron, qué más da!

miércoles, enero 28, 2009

De cartas de Navegación

Terminé el martón un poco tarde. La carrera fue intensa, así que aún y cuando ya había llegado a la meta, el impulso me tuvo corriendo un poco más, quizá sea malo parar así de golpe.

No lo oculto: estuve muy contenta mientras la carrera duraba. No tenía porqué ser de otra forma, después de todo, el maratón siempre viene envuelto en un aura de alegría. El problema fue que terminó. Por algún motivo tuve que bajarle un poco a la fiesta.

El año nuevo trajo consigo noticias de mis conocidos: que si fulana ya se fue a hacer un máster a no-se-que-país, que si mengano acaba de agarrar la mega-chamba-que-todos-queremos-tener, que si perengana se acaba de comprometer. Después viene la pregunta incómoda: y tú, qué cuentas de nuevo? -Nada, todo sigue igual.

No pierdo de foco que mi situación no es mala. Tengo un trabajo que me permite pagar la renta y algunos muy buenos tragos. La cosa es que, al parecer, a cierta edad la gente "debe" tener un plan de vida; cosa de la que yo carezco.

No soy buena haciendo cartas de navegación. La vida cambia a cada minuto. O no. Pude haber despertado con ganas de comer pasta y, frente a la carta, cambio súbitamente de idea y pido un filete. Dicen que si quieres hacer reír a Dios, le cuentes tus planes. O está Cristóbal Colón, quien sin pensarlo descubrió un nuevo continente (sí, se que la objeción acá es que él tenía una supuesta ruta para llegar a las Indias) sin tener la intención de hacerlo.

Tanto pensar en planes me ha hecho pensar si realmente es tan malo no tenerlos, lo que a su vez plantea otros terribles cuestionamientos como si debería justo.ahora.ya buscar algo con qué empezar a hacer algo que disfrace al futuro de algo parecido a un terreno más fijo que móvil (cosa que me parece una falacia), o cuántas chupadas se necesitan para llegar al chiclocentro de una paleta de caramelo.

Es problable que mi aparente desidia se justifique con mis delirios de juventud. Pero es cierto: Me siento taaaaan joven que creo que eventualmente llegaré a ver alguna estrella del norte que me indique cuál es el norte o el sur (si eso es lo que busco). Creo que es apresurado pretender saber qué te va a hacer feliz en la vida (toda una vida???!!!) si ésta se encarga de hacernos vivir tantas y nuevas cosas que igual nos pueden hacer feliz. Sin embargo, por otro lado, puede también ser un error pretender ser como el burro que tocó la flauta.

Tanta pregunta (sin respuesta) me lleva a una conclusión: la sobriedad por periodos prolongados no deja nada bueno. No debí haberle bajado al alcohol. Ahora justo voy por un Wisky, ya me cansé de tanto mareo, necesito algo de estabilidad.

miércoles, enero 14, 2009

A mi bisabuela

Nadie sabe realmente su edad, ni ella misma, al menos eso dice. Suponemos (porque hemos llegado a ese consenso) que tendrá pasaditos los cien años. Me ha contado varias veces de cómo era la vida cuando la Revolución y que ella entonces era una niña que tenía miedo de que se la llevaran los revolucionarios.

De su vida en realidad se poco, sólo lo que ella ha querido que sepa. No sé si estuvo casada con el padre de mi abuela o no; pero sé a ciencia cierta que su gran amor fue Pablo, con quien se juntó después. Todavía llora cuando se acuerda de él y le viene a la mente que lo mataron en un accidente en la carretera que construía. Ella se tuvo que hacer cargo entonces de los hijos de él y de la suya.

Otra de sus historias recurrentes es su versión de mi nacimiento. Dice que ya no me reconoce cuando me ve, así que cuando le recuerdo que soy Profana, se queda pensativa y luego me dice: “Claro, eres Profana. Yo fui a conocerte cuando naciste. ¿Ya te conté la historia? Ya sabía que ibas a nacer, entonces, aunque no me gustaba ir a la capital, tenía que ir. Me daba harto miedo estar allá, porque hace frío y hay muchos coches (en esta parte hacía run-run, emulando el ruido de los autos) y creía que me iban a atropellar. Pero le hice como pude y llegué hasta el hospital. No había comido desde un día antes por los nervios y tenía hambre para esas horas. Tu papá me recibió y luego luego le fueron a decir que tú ya habías nacido. Él estaba bien emocionado, entonces me dio pena decirle que tenía hambre. Nos sentamos a esperar y después de un rato nos preguntaron si queríamos conocerte. Nos llevaron a los cuneros. Tú estabas dormida, te pusieron en los brazos de tu papá y abriste los ojos para luego quedarte dormida otra vez (lo genial era que aquí me imitaba durmiendo). Tu papá se te quedaba mirando y mero yo veía que casi quería llorar, pero como que le daba pena porque yo estaba ahí. Luego nos sacaron y nos llevaron al cuarto de tu mamá. Y yo seguía con hambre. Me decidí decirle a tu papá que tenía hambre como a eso de las seis de la tarde, porque ya me crujían las tripas. Así fue cuando naciste y yo pasé casi un día sin comer”. Siempre lo contó con las mismas palabras y a mí me hacía reír mucho que de lo que más se acordara, era del hambre que traía ese día.

Su rutina de los domingos era un ritual. Iba a misa y saliendo de ahí pasaba a la casa a recoger la ropa para irse a lavar. Siempre insistimos que la ropa podía lavarse en casa, pero ella se enojaba y decía seria: En esa lavadora no es igual, para lavar bien la ropa hay que ir al río, yo así le hice muchos años y así voy a seguir”. Tomaba entonces su acostumbrado costalito y volvía ya entrada la tarde con la ropa limpia. Cierto era, ella siempre iba al río, pero también sabíamos que aprovechaba la ocasión para ir a visitar a los hijos de Pablo, que ella había criado como propios y a quienes adoraba muy a pesar de nuestros disimulados celos.

Dejó de ir a lavar al río el día que se tropezó y nunca más pudo ponerse de pie. Casi todos creímos que no duraría viva mucho tiempo más. Nos equivocamos: ha enterrado ya a casi medio pueblo, gente más joven y más vieja que ella.

Aún así, ella sigue enterada de todos y cada uno de los chismes del pueblo. Su mayor alegría es que la gente vaya a platicar con ella, así que cuando la visito, paso tardes escuchando sus chismes, los que de verdad han pasado y los que ella se ha inventado gracias a su demencia senil. Los últimos son los mejores, a veces creo que tanto invento podría dar lugar a una excelente novela, pues todo lo que ha visto y ha vivido hace que sus debrayes tengan color, emoción, drama, risas y olor. Además, como pocas son las veces en que tiene audiencia, es difícil que pare una vez que se le ha soltado la lengua.


Supongo que debido a las dificultades económicas que ha tenido, valora el dinero sobremanera. Cada vez que alguno de sus nietos va a pasar una temporada a casa de mi abuela, me solicita le indique diariamente el parte de los arribos y salidas. La razón es sencilla: cada vez que alguno de mis tíos se marcha le deja un poco de dinero. Por tanto, ella está pendiente de que ninguno de ellos se vaya sin que antes pase a darle su “Navidad”, aunque ella también dice que se siente intranquila si no les da la bendición (claro, claro). En cuanto recibe su dinero, lo mete a su monedero que guarda celosamente en el brassiere de su vestido, como siempre lo ha hecho.

También recuerdo esa vez que ella amenazaba con morirse ese mismo día. Alguno de mis tíos, por seguirle el juego, le dijo que era una pena, pues a la gente que cumplía cien años, el gobierno le regalaba una casa nomás por eso. Cuando escucho semejante cosa, mi bisabuela se quedó en silencio que luego rompió para decir: “Bah, pues, aguantaré un poco más para que me den mi casita”. A todos nos dio risa su súbita mejoría.

Alguna vez, por hacer una broma, alguna de mis primas le fue a inventar que yo estaba preñada, pero que no quería que nadie supiera porque mi hijo no tenía padre. Esa tarde me mandó llamar y me preguntó campechanamente si era cierto lo que le habían ido a contar. Desde luego, yo lo negué. Ella me dijo que no importaba, que no necesitaba ocultarlo más, que ella ya sabía todo, que más bien, ella me había mandado llamar para decirme que si no quería al chamaquito, que lo tuviera y que se lo diese, que ella le iba a hacer sus pañalitos, le iba a dar su biberón, lo criaría y amaría a su niñito. Me dejó callada. Sentí tanta ternura. Me sorprendió que aún con su imposibilidad física y con los años que a cuesta lleva, tuviese todavía los bríos de querer arreglarnos las cosas y que aún conservara el ánimo de luchar por la gente de su familia.

Me avisaron que ya no le queda mucho con nosotros. Más de cien años de vida deben cansar mucho. No sé si alcance a decírselo personalmente, pero sólo quiero agradecerle sus idas al río a lavar mi ropa, sus historias, sus ocurrencias que tanto me hicieron reír, el hambre que pasó por causa de mi nacimiento y sus ganas por seguir ahí para nosotros. Ojalá ahora sí puedas estar con Pablo para siempre. Gracias, Toña, mil gracias.

lunes, enero 05, 2009

De Lunas y fuego

Salió de mi cartera sin el menor asomo de prudencia. No sabía que seguía allí, tampoco recuerdo haberlo sacado desde que me lo diste. Era aquél trocito de papel donde me dibujaste una luna y varias estrellas, te acuerdas?

Yo lo vi como si hubiese sido ayer, cuando todavía tomábamos clases juntos. Fue mientras tomábamos Procedimiento Civil gringo, donde nos sentábamos en bancas contiguas a escuchar los murmullos de las suspicacias que levantaba nuestra sospechosa cercanía, y entre involuntarias introspecciones que la cátedra nos obligaba a tener, con tal de no quedarnos flagrantemente dormidos. Entonces sacaste tu línea, aquella que usabas para impresionar: te conté que yo estudiaba antropología?; y me empezaste a escribir historias, de esas que hablaban de dioses y de tierras sagradas. En esa ocasión en particular, me contaste la historia del sol y de la luna, de aquél dios hermoso que se ofreció a alumbrar la tierra y de aquél otro más bien viejo y feo que también lo hizo, cuyo nombres no recuerdo, y de la hoguera en la que ambos se aventaron para renacer.

El reloj a esa hora nos jugaba bromas pesadas, parecía que lejos de avanzar, retrocedía; así que aunque tu tardaste un buen rato en escribir la historia y yo tardé menos en leerla, todavía quedaba mucho tiempo para podernos ir. Volví a mi introspección y luego voltee a verte con los ojos entrecerrados para quejarme del sueño que tenía mientras hablaban de plaintiffs y discoverys. Tú te pusiste a hacer rayones en la hoja y después me extendiste la mano. Habías dibujado una luna y varias estrellas, y al reverso pusiste “Para que te duermas”.

Así fue. Yo me dormí, no en clase, sino en ese cuadrito de papel que fuimos juntos. Las tardes de clases se acabaron y dieron paso a tardes después del trabajo. Y como en el cuento que me dijiste, iluminabas mis noches y los sueños se venían con ellas; hasta aquél día en que la luna se obscureció en la mesa de una cantina entre alcohol y sonidos de láminas, o de truenos, no recuerdo bien.

Supuse que se lo habían llevado cuando me robaron. La verdad es que tampoco lo volví a buscar desde que lo puse en mi cartera. Pero claro, tenía lógica, ese papel ya no vale nada, era como haberse encontrado una acción de empresa multimillonaria de antaño que después de verse devastada por la depresión del ’29, obligó a su tenedor a ponerse una pistola en la boca, y que no valió más de lo que un trozo de papel después. Así era, un título que ya no podría hacerse efectivo, sin promesa consignada. Así que lo dejaron donde originalmente lo puse.

Ayer que me encontré de nuevo con el pedacito de papel, con su luna y sus estrellas, me acordé de todo eso. Recordé a los dioses en la Ciudad, y tú, que eras el dios grácil que se volvió en luna, seguías apagado. Lo quemé. No había otro final que darle. La hoguera era su destino, así que otra vez, aventé a los dos al fuego para volverme a iluminar. Salí yo, con mis días y mis noches claras.