miércoles, julio 22, 2009

De recuerdos, actualizaciones y miradas distintas...

Los domingos muy temprano por la mañana me levantaba para sacarte de la cama. En realidad, pocas veces funcionaba. Recuerdo que te empezaba a mover y tú, adormilado, sólo decías que te levantarías en breve, que mientras prendiera la tele para ver a Chabelo y me alcanzarías. Las primeras veces te creí y las otras sabía que tardarías algo de tiempo.

Me gustaba tomar todos los cojines de la sala, las escobas y trapeadores, y destendía mi cama para sacar las sábanas y colchas. Me las ingeniaba para construir una pequeña fortaleza, algo parecido a una casa de campaña mal hecha, que se me antojaba como impactante tienda de jeque árabe, pero aún así yo juraría que era más bien un castillito en el principado de mi cuarto. Eso sí, siempre dejaba alguna parte descubierta para ver la tele y otra para vigilar la entrada, porque aunque instalaba barricadas, siempre debe uno estar atento de sus visitantes.

Me emocionaba ver los concursos y carcajeaba con los chistes e irremediablemente me preguntaba si algún día escucharía la voz de alguno de mis primos de Guadalajara en la sección de los Cuates de la República.

Hacerla de arquitecto, ingeniero y maistro albañil los domingos a las 7 de la mañana cansa mucho. Siempre tomaba una siesta en mi recién inaugurado escondite y tú después llegabas con algo de comer y volvíamos a Chabelo hasta que se terminara. Cómo me divertían las catafixias y sus bromas! Te acuerdas?

Y resulta que tu ya te fuiste y yo sigo acá, y no soy niña, mas que a ratos cuando me instalo en el papel. Ya no construyo mi guarida, pero trabajo para pagar una. Te sorprenderías si te dijera que vivo en un callejón que puede dar miedo de verlo, pero a mi me gusta mucho, le pienso como el pantano con dragón incluido que rodea mi casa y que eso me da la libertad de bajar el puente para que la gente pase o muera en el intento. Tengo un gato, a ti te encantaban. A veces pienso que platica contigo cuando se queda viendo a un punto fijo donde no hay nada y comienza a maullar y luego calla y luego sigue maullando. Extraño tus libros, pero no me he animado a sacar uno sólo de tu biblioteca, siento que sería desmembrarla; la buena noticia al respecto es que compro todos aquéllos que se que no tienes, cuando la pueda unificar será mejor de lo que ya era. Lo malo es que esperaré a leer muchos clásicos, no pienso leer un Balzac que no sea tuyo. Ya no acompañaré con galletas, ahora será Wisky, porque he decidido vengar todos los tragos que tú no pudiste echarte. Pero todo esto tu ya lo sabes.

Hoy, que cumplirías años, vi al Calcetines y recordé ese cumpleaños en que te regalé una caja de calcetines. Pensé que probablemente fue un mal regalo, pero vamos, sabes que amo los calcetines. No te expliqué el por qué del regalo entonces; y tampoco te extrañaría si te cuento que a la fecha sigo diciendo mucho menos de lo que hablo. Ahora las catafixias son cosa de todos los días y lejos de hacerme delicias, más bien me abruman. Pero esto también debes saberlo ya.

Te sorprendería saber que este domingo también vi Chabelo desde las 7 de la mañana, sólo que ahora no desperté a nadie, ya estábamos despiertos desde un día antes y bebíamos y seguíamos cheleando. Los domingos pueden ser cosas totalmente diferentes o no tanto. La cosa aquí es que para comentar a Chabelo, el contexto, el subtexto y el hipertexto, se necesita a un niño o a un borracho bien borracho, el problema es que sólo estábamos bebidos y hacía algo de sueño.

miércoles, julio 01, 2009

De falaces focos (o no todo lo que brilla es oro)

Hoy durante la comida hablábamos de los juguetes de la infancia, de aquéllos a los que teníamos excesivo apego y de aquéllos que sólo se quedaron en la añoranza e ilusión, porque nunca llegaron a nuestras manos.

Comentaba que yo siempre quise un micro hornito. Ahora que lo pienso, quizá mis pocas habilidades para la cocina sean únicamente un reflejo, una barrera que puse años atrás a efecto de defender mi débil psique ante la decepción de nunca haberlo tenido. Lo importante era que el horno para mí era realmente mágico, no me cabía en la cabeza como siendo un juguete podía hornear de verdad, tal como lo prometía la publicidad. Era el más adelantado desarrollo científico entonces, tecnología de punta, polvos del saco de Merlín, hechizos nunca antes dichos y movimiento de varita mágica.

A una prima sí se lo regalaron y recuerdo que me emocionaba ir a su casa con tal de jugar con el horno. En cuanto llegaba lo sacaba de su caja sin siquiera preguntar, e inmediatamente conminaba a mi prima a sacar de su cocina los ingredientes para hacer el pastel de Chocomilk que venía en el recetario del juguetito. Podía pasarme la tarde entera haciéndolos.

Uno de esos días de visita familiar mi prima me recibió con el semblante serio como la seriedad misma. Después de darle la vuelta alguna que otra vez al asunto me informó que el micro hornito había valido madres: estaba descompuesto y sus papás no iban a pagar la reparación. Después de pasar un trago tan amargo y de sufrir no sólo por no tener yo mi hornito, sino de haber recién perdido el único que tenía, aunque fuera de lejos, propuse la solución más obvia y viable: juntar nuestros domingos y mandarlo a arreglar nosotras mismas. Alguien sugirió abrirlo y quizá averiguar lo que se encontraba mal. Me negué rotundamente a que se hiciera semejante cosa, el hornito sólo necesitaba una arregladita y, en realidad, la propuesta que hacían más bien se antojaba como una autopsia. No estaba lista para dejarlo ir del todo, eso no.

El hornito permaneció en su caja en el cuarto de mi prima algunos días. Ella y yo nos gastamos nuestros domingos en muchas otras cosas. Meses después el hornito fue llevado al cuarto de cachivaches por mucho mucho tiempo más. El día que lo encontramos de nuevo ya no éramos niñas y la ilusión del horno o de su reparación había pasado.

Su destino sería la basura. No podía regalarse a alguien porque precisamente estaba ahí por estar descompuesto. Decidimos abrirlo, quizá encontraríamos el enigma del por qué ya no pudimos hacer pasteles de chocolate.

Lo que encontré fue una sorpresa. Y no es que sea yo una experta en cosas de reparación, ni en eléctrica o en mecánica. En realidad, lo que fue motivo de asombro fue descubrir que la magia era algo más sencillo y común que polvos y varitas. La magia la hacía un foco. UN PUTO FOCO!!!! Eso era el hornito. Un chingado foco que se compra en cualquier lado. Un maldito foco de 100 watts, igualito al de mi lamparita de noche. Repudié la idea de pensar que toda mi infancia quise tener un foco! Que pasé navidades enteras esperando un foco en una caja de plástico, que tristeaba por no tener un vacuo foco y que me emocionaba ir a ver a mi prima porque ella sí tenía un foco!

La realidad es que me sentí engañada e insulsa. En qué momento algo tan del otro mundo se convirtió en algo tan inane?? Cómo pude haberme sentido tan triste por supuestamente no tener algo que efectivamente sí tenía? Y lo más importante: cuántas decepciones más me llevaría por descubrir que algo que parecía tan extraordinario y fuera de serie resultara algo falaz, ordinario y vano?

A la fecha, nunca me dio curiosidad hacer el experimento de hornear pasteles como aquéllos con un foco.

A un amigo le pasó igual, pero en su caso fue con la Máquina de Raspados (fiesta de sabor…). Las delgaditas aspas un día dejaron de funcionar. Él dio por inservible el juguete y a nadie se le ocurrió que las aspas podían ser afiladas nuevamente. Para su suerte, él descubrió entonces la licuadora.