Ya tenía algún tiempo bailando ballet y me encantaba: había pasado varios grados en poco tiempo y mi maestro siempre dijo que mis aptitudes con la danza eran prometedoras. Tendría yo entonces unos 10 años.
Como suele pasar, desde por ahí de octubre empezaban a salir los comerciales de juguetes, listos para que los niños tomaran eligieran y encargaran concienzudamente a tiempo sus regalos para el día de reyes. Ese año salió uno de los juguetes que más anhelé durante mi infancia: una muñeca bailarina. Desde luego, aparte de ser preciosa, la dichosa bailarina tenía una gracia más, pues bailaba ballet, llevaba en una de sus manos una rosa con la que se le dirigía mientas ella, sobre puntillas, daba pasitos al tiempo que movía el otro brazo, que se encontraba en forma de arco y terminaba en una mano que hacía el delicado gesto artístico propio del ballet. Desde que vi el comercial en la tele, quedé prendada de ella y jamás dudé que, definitivamente, la quería.
Aparentemente, muchas más niñas también la convirtieron en su sueño; así que cuando mis papás confirmaron que no cambiaría mi elección, se hicieron a la búsqueda de la bailarina. Estuvo agotada en todas las jugueterías y, no se por qué azares del destino, terminaron encontrándola y comprándola en Tepito (creo) a un precio mucho más elevado del que la habían visto con anterioridad.
El día de Reyes desperté temprano emocionada por saber si estaba bajo el árbol mi muñeca. En cuanto vi la caja supe que era ella, así que empecé a arrancar la envoltura sin el menor asomo de elegancia; abrí la caja y ya le tenía enfrente.
Era verdaderamente perfecta, todo lo que había creído que era y más: Su cabello recogido en un chongo de gajos era refinado, tenía un tu tú de ensayos rosa que era justo como el mío, pero también traía uno para sus presentaciones de gala en color vino con plateado que era exquisito;traía una peineta con "joyas" para tan importante ocasión también y una barra de ensayos. Sus proporciones eran cuidadas, la carita era hermosa; y ese gesto en la mano era tan real, casi poético. Quise entonces verla bailar, e hizo una hermosa presentación, teniendo como escenario miles de luces que adornaban el arbolito de navidad.
Corrí luego a mi recámara a desocupar un cajón de la cómoda. Saqué la ropa, lo limpié y dispuse ese lugar únicamente para la bailarina, que era demasiado especial para dejarla junto con otros juguetes. Ella merecía su propio lugar. Todos los días abría ese cajón y me quedaba viéndole, luego la sacaba y la examinaba otra vez, para después regresarla a su refugio.
Algunos meses después, mi papá me pregunto algo extrañado si la muñeca no había sido de mi agrado, pues nunca me veía jugar con ella. Le contesté que era quizá el mejor regalo de Reyes que había recibido, que me encantaba. Después lo abracé. Lo que no le expliqué a mi padre era que esa bailarina era tan preciosa que no soportaba la idea de que se ensuciara, o que su ropa se arrugara, o que se despeinara, o que simplemente dejara de funcionar. Por eso había resuelto darle un lugar en donde no la tocara ni el sol, ni estaría expuesta al polvo, ni a que alguien la tocase siquiera. Por eso no jugaba con ella y sólo me dedicaba a verle, porque no quería arruinar la perfección que poseía. En mis ideas infantiles pensaba que quizá podría dársela a una hija mía cuando ya no jugara con muñecas para que la cuidara con tanta delicadeza como yo lo hice y esa muñeca fuera siempre como en ese entonces lo era.
Ese fue el cajón de la muñeca por muchos años. Ahí seguía resguardada. Todavía me asomaba a verla de vez en cuando y seguía intacta, hermosa. Con el tiempo también caí en cuenta que, aunque había sido muy feliz teniéndola así, había perdido la oportunidad de divertirme probablemente más jugando con ella, dejé pasar grandes recitales y tardes de danza que ya no se harían, de peinarle y cambiarle los atuendos cada veinte minutos. De alguna forma me convencí de que no dejaría que algo así pasara nuevamente.
Como bien dice el dicho, cae más rápido un hablador que un cojo. Cierto es que por un tiempo adopté el valemadrismo como estilo de vida, pocas cosas habían que no fueran dignas de hacerse, lo único necesario era que yo quisiera hacerlas. No importaba si las probabilidades estuvieran en contra, después de todo, morir en el intento no era fallar, sino aprender; y lo único que pasaría si me equivocaba, era que hallaría una solución para tratar, en la medida de lo posible, de restituir las cosas a su estado original, y aún más, si lo anterior no era factible, pues entonces lo mejor era dar vuelta a la página y dedicarse a otra cosas.
Sin embargo, de algún tiempo para acá, pienso todo ocho veces, pierdo la dimensión de los escenarios que podrían no resultar convenientes, magnificándolos; y ello me ha llevado, de alguna forma, a preferir evitar que la ropa se me arrugue, o a que el calor haga que me arda la piel, o a que el viento y el polvo me resequen la cara. Por otro lado, también me da miedo ensuciar lo que está alrededor mío.
La bailarina debe seguir intacta, en una cajón de mi antigua casa. Hoy me da miedo hacerlo, pero quisiera volver a batirme y a tocar todo lo que esté a mi alcance. Total, si algo se mancha, ya lo limpiaré, siempre habrá un poco de Windex que ayude en la labor. Me gustaría salir de mi cajón y dar de tumbos por ahí.
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6 comentarios:
Probablemente tu bailarina no sólo sigue intacta, sino que debe haber aumentado su valor monetario considerablemente.
Si la tuviste secuestrada tantos años ¿no será tiempo que cobres el rescate? O al menos pónla en una vitrina, para que pueda ser admirada.
En cuanto a ti ¿qué te detiene? ¿qué te impide salir de tu cajón y dar tumbos por ahí?
Además no creo que te vaya esa imágen, la de modosita que nada hace por no ensuciarse ni despeinarse, por que no se le vaya a arrugar la ropa. O tal vez si te vaya esa imágen, pero nada más no puedo conciliarla con la imágen de Bambi aprendiendo a patinar. ¿Qué será? =P
Y yo no puedo recordar haber guardado algo así, tan celosamente. Yo era experto en desensamble y demolición ;)
¡Sonríe!
yo también fui aprehensiva mucho tiempo, hasta que un día me quedé en la calle con lo que traía puesto y nada más. entonces me di cuenta de que nada vale tanto como un momento, salga bien o mal. vívale sin miedo, doña profis, que no será ni la primera ni la última vez que se equivoque (y a veces uno la riega peor cuando, supuestamente, trata de hacerlo todo bien). Perfect doesn't work, dice la Kidman en "Stepford Wives". Piénselo.
adelante! hay que ir a por la vida!
:)
me declaro fans de tu blog!
Tu post me recuerda las cartas que le envian a Alejandro Jodorowsky para que a través de la psicomagia se resuelva algún problema del pasado que nos tiene amarrados aquí en el presente...
Me pregunto que de tí guardaste en ese cajón junto con la muñeca...
Lo que si es un hecho es que tienes que recuperarlo, por todo lo que has dicho...
Profein.
busca todo lo que dejaste escondido atrás... ahora nos serviría mucho.
Tu post me trajo a la memoria un excelente fragmento del cuento de Margery Williams: El conejito de terciopelo:
"¿Qué es real?" preguntó el conejo un día, cuando estaban acostados uno al lado del otro cerca del guardabarros del cuarto del niño, antes de que Nana viniera a ordenar la habitación. "¿Significa tener cosas que zumban dentro tuyo y una cuerda?"
"Real no es cómo estás hecho," dijo el Caballo de piel. "Es algo que te pasa. Cuando un niño te ama por un largo, largo tiempo, no sólo para jugar, sino que realmente te ama, entonces te vuelves real."
"¿Duele?" preguntó el Conejo.
"A veces," dijo el Caballo de Piel, pues él siempre decía la verdad. "Cuando eres real, no te importa que te lastimen."
"Ocurre de repente, como si te dieran cuerda," preguntó, "o poco a poco?"
"No ocurre de repente," dijo el Caballo de Piel. "Te transformas. Lleva un largo tiempo. Por eso no le ocurre a menudo a la gente que se rompe fácilmente, o tiene bordes afilados, o que tienen que ser cuidadosamente conservados. Generalmente, para cuando eres real, la mayoría de tu pelo se ha caído, y se te han salido los ojos y se te aflojan las articulaciones y te pones andrajoso. Pero estas cosas no importan para nada, porque una vez que eres real no puedes ser feo, excepto para la gente que no entiende."
"¿Supongo que tú eres real?" dijo el Conejo. Y luego deseó no haberlo dicho, pues pensó que el Caballo de Piel podría ser susceptible. Pero el Caballo de Piel sólo sonrió.
"El tío del niño me hizo real," dijo. "Eso fue hace muchos años; pero una vez que eres real no puedes volverte irreal otra vez. Dura por siempre."
Tal vez, tu muñeca se preguntó lo mismo, sólo que tu forma de hacerla real fue diferente.
¡Feliz Navidad!
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