lunes, enero 05, 2009

De Lunas y fuego

Salió de mi cartera sin el menor asomo de prudencia. No sabía que seguía allí, tampoco recuerdo haberlo sacado desde que me lo diste. Era aquél trocito de papel donde me dibujaste una luna y varias estrellas, te acuerdas?

Yo lo vi como si hubiese sido ayer, cuando todavía tomábamos clases juntos. Fue mientras tomábamos Procedimiento Civil gringo, donde nos sentábamos en bancas contiguas a escuchar los murmullos de las suspicacias que levantaba nuestra sospechosa cercanía, y entre involuntarias introspecciones que la cátedra nos obligaba a tener, con tal de no quedarnos flagrantemente dormidos. Entonces sacaste tu línea, aquella que usabas para impresionar: te conté que yo estudiaba antropología?; y me empezaste a escribir historias, de esas que hablaban de dioses y de tierras sagradas. En esa ocasión en particular, me contaste la historia del sol y de la luna, de aquél dios hermoso que se ofreció a alumbrar la tierra y de aquél otro más bien viejo y feo que también lo hizo, cuyo nombres no recuerdo, y de la hoguera en la que ambos se aventaron para renacer.

El reloj a esa hora nos jugaba bromas pesadas, parecía que lejos de avanzar, retrocedía; así que aunque tu tardaste un buen rato en escribir la historia y yo tardé menos en leerla, todavía quedaba mucho tiempo para podernos ir. Volví a mi introspección y luego voltee a verte con los ojos entrecerrados para quejarme del sueño que tenía mientras hablaban de plaintiffs y discoverys. Tú te pusiste a hacer rayones en la hoja y después me extendiste la mano. Habías dibujado una luna y varias estrellas, y al reverso pusiste “Para que te duermas”.

Así fue. Yo me dormí, no en clase, sino en ese cuadrito de papel que fuimos juntos. Las tardes de clases se acabaron y dieron paso a tardes después del trabajo. Y como en el cuento que me dijiste, iluminabas mis noches y los sueños se venían con ellas; hasta aquél día en que la luna se obscureció en la mesa de una cantina entre alcohol y sonidos de láminas, o de truenos, no recuerdo bien.

Supuse que se lo habían llevado cuando me robaron. La verdad es que tampoco lo volví a buscar desde que lo puse en mi cartera. Pero claro, tenía lógica, ese papel ya no vale nada, era como haberse encontrado una acción de empresa multimillonaria de antaño que después de verse devastada por la depresión del ’29, obligó a su tenedor a ponerse una pistola en la boca, y que no valió más de lo que un trozo de papel después. Así era, un título que ya no podría hacerse efectivo, sin promesa consignada. Así que lo dejaron donde originalmente lo puse.

Ayer que me encontré de nuevo con el pedacito de papel, con su luna y sus estrellas, me acordé de todo eso. Recordé a los dioses en la Ciudad, y tú, que eras el dios grácil que se volvió en luna, seguías apagado. Lo quemé. No había otro final que darle. La hoguera era su destino, así que otra vez, aventé a los dos al fuego para volverme a iluminar. Salí yo, con mis días y mis noches claras.

9 comentarios:

Caperucita dijo...

Los recuerdos se quedan guardados y sólo la evidencia (si la hay) de esos momentos es la que nos trae ese aroma, esa sonrisa, esa persona, ese sentimiento. Lástima que las estrellas y la luna tuvieron el mismo final que la historia, lástima porque era una más de esas evidencias de tu historia.

Abrazo!

El Rufián Melancólico dijo...

¡Qué buen post, doña Prof! Un poco angustiante el final. Yo tengo por ahí una caja llena de ese tipo de papelitos, pero no soy tan valiente para mandarlos a su bien merecida hoguera. Por las moscas los tendré lejos de usté, no sea que en un ánimo de ayudar me achicharre tanta recordadera (que por otro lado ya va siendo hora de destruir.)
Mientras ocurre, ¿para cuándo las chelas?

Fer V dijo...

Provervial final ¡no podía ser diferente! Aunque esta vez, a falta de sol, la luna arrastró consigo a las estrellas.

Pero difiero en que no tenía valor. Sí, una pieza de papel cualquiera, insignificante, para la mayoría, pero no para todos, no para quien alguna vez compro más de lo que puede comprar el dienero, para quien compró un sueño.

Y como en la historia, dónde el sol y la luna ardieron en una hoguera para renacer, así ardió ese pequeño papel, luna y estrellas ardieron y renacieron en palabras.

Y con un poco de suerte también renacieron sueños, un nuevos sueños y renovadas esperanzas.




¡Sonríe!

Invierno Funk dijo...

te gusta einstein

=D

Anónimo dijo...

y la claridad se tornó espuma, y la espuma, luz

Cynthia Ramírez dijo...

Y mira, uno cierra círculos y cura heridas cuando menos se lo imagina... Salud, por lo que viene!

Rafael Merino Isunza dijo...

Somos seres que necesitamos de amuletos en ciertos momentos durante los distintos viajes que vamos emprendiendo; sin embargo, cuando ese determinado viaje termina es importante desprenderse de ese amuleto que sirvió y ahora nada significa, purificarlo mediante un ritual de muerte en alguna pira, libera y aligera el camino.

Unknown dijo...

Una gran manera de cerrar un círculo.

Juan Luis Urribarrí dijo...

Uys!!! Pero que profunda. Te lo voy a decir como hablamos en mi Maracaibo natal "Me habéis arrastra'o por todo el piso de la casa con ese post que te quedó machete. Mirá, no sabéis lo grandioso que habéis hecho, que molleja de valentía la tuya. Ojalá yo tuviera las bolas para quemar media vida mía, pero no, lo que soy es tremendo cobarde".

Te quedó genial, como todo

Besos, el Cantinero